COLUMNISTAS
Poder en tiempos de chori

Vamos Pro todo

Macri Buzon Temes
Dibujo de Temes | Pablo Temes
Seguramente arrastrado por el ánimo de una plaza de apariencia apacible y discurso exacerbado, Mauricio Macri se permitió fluir y ser fiel a sí mismo.  “Sin colectivos ni choripán”, afirmó el Presidente y –una vez más– ante la lluvia de críticas, se desdijo: “El choripán es lo más rico que tenemos”, aclaró, como si se tratara de una elección culinaria y no del profundo desprecio de clase que encerraron sus dichos.  Ser pobre pareciera ser una condición despojada de bienes materiales, de accesos, de oportunidades, de derechos pero, fundamentalmente, de dignidad y convicciones. Ni Lugano, Ciudad Oculta o Villa Zavaleta, para citar algunos nombres, imprimirían de manera orgánica en las pantallas del GPS político de Cambiemos. Se suman por arrastre, por promesas, por dádivas, en un sistema político para el cual suelen ser un escollo, salvo en tiempos de elecciones. A la esfera que constituyen los valores, las creencias, la ideología se accede por portación o empatía de clase, munidos de una “SUBE” o de movilidad propia. 

  Las manifestaciones callejeras irritan particularmente al Gobierno. Poco importa que se trate de 41 años de memoria como la del 24 de marzo, del conflicto docente o de protestas contra las medidas económicas. La calle es un territorio indefinido, que el Gobierno maneja con dificultad y al que teme. Es necesario, por tanto, descalificarlo, y afinar la puntería contra un enemigo real o imaginario que pone “palos en la rueda”.

  Atrás quedaron los globos y los bailes, la buena onda, el “juntos” lo hacemos. María Eugenia Vidal es aplaudida por el establishment por emular a Margaret Thatcher tratando de quebrar huelgas, más que por sus modos suaves y estudiados, o por su sonrisa de Heidi. El Presidente traduce la única marcha a su favor como un cheque en blanco para profundizar el ajuste. Es cierto que fue una bocanada de oxígeno ante la dificultad para salir del rincón y exhibirse en las calles. Marzo fue un mes agitado que quedará en las retinas del oficialismo. Las marchas multitudinarias y el paro nacional trataron de mandarle un mensaje claro al Gobierno: la actual política económica no resiste. Deja demasiados heridos y a muchos argentinos al borde del abismo.

  La movilización de apoyo a Macri, embanderada tras consignas de defensa de una democracia que no parece amenazada, también le marcó los límites de la cancha hacia fuera y hacia dentro. Organizada en las redes y promocionada por los grandes medios oficialistas, llevó a convencer al Presidente y a sus asesores que debían recostarse sobre el núcleo duro. Quienes están en la calle son nuestros “jefes”, dijo Marcos Peña, pese a que muchos adherentes mostraban sin tapujos una agresividad discursiva y gestos antidemocráticos que se creían en el olvido. Esa calle coincide con el endurecimiento reclamado reiteradamente por el “círculo rojo”,  ante el miedo a perder una oportunidad única: la de aplicar políticas antipopulares con el respaldo de las urnas.

  La versión PRO del “vamos por todo” necesita vapulear al “enemigo” y reforzar su propio relato. Aquellos maestros que ayer eran héroes hoy son villanos, los sindicalistas del “brindis” transmutaron en mafias enraizadas, y los trabajadores, contradiciendo su esencia, ahora son vagos.

 Lo que denotan las últimas reacciones del Gobierno es un ruido en la representación política. O un tema más profundo, si a Macri le interesa ejercerla. La política como variable secundaria y subordinada a los avatares económicos empieza a plasmarse en falta de liderazgos y de construcción de cara a octubre. Endurecerse y ensordecerse, mostrándose insensibles e intransigentes, tiene costos. Tal vez Martín Lousteau sea uno de los primeros en bajarse de un barco que tiene como rumbo polarizar la elección y profundizar la grieta. Esa te la debían: no estaba en las promesas.

 */**Expertos en Medios, Contenidos y Comunicación. *Politóloga. **Sociólogo.