¿Por qué si eludiendo a los chorros y a los inspectores de la AFIP, uno va a su cambista con setecientos sesenta y ocho mil coloridos euros, le entregan al cambio del viernes novecientos noventa y nueve mil dólares, el gordito que venía detrás en la cola recibe por setecientos setenta y ocho mil poco más de un millón “de” dólares? Es un enigma de esta lengua, ya constatado por Andrés Bello, que estableció para “montón”, “parva”, “conjunto” –y, por afinidad, para “millar”, “gruesa”, “docena” y “decena”– la categoría “sustantivos colectivos indeterminados”. Son nombres que deben adjuntarse a la preposición “de” usada como partitivo evocando la época en que la mayoría de los hispanohablantes era incapaz de concebir cifras mayores que el número de dedos de sus manos.
Enigma de nuestra política: Don Goyo Pérez, con la Molinos, se compró un desafío, algo que le venía muy bien al cabo de tantos años de ganar sobre seguro. Tal vez, próximo a la vejez, buscó probarse que él sí podía, en la era de Arcor, Danone y General Foods, remozar y sacar airosa a una empresa a la que Bunge&Born ya no era capaz de exprimirle ganancias. Pero: ¿qué está comprándose por tanta plata Narváez? Es verdad que la provincia de Buenos Aires “factura” veinte o treinta veces más plata que Molinos, y que en publicitar, encuestar y comprar nuevos amigos a dos manos Narváez no llegará a dilapidar ni la mitad de lo que invirtió don Goyo Pérez en la más viable Molinos Río de la Plata. Pero igualmente, hay algo loco en este plan de negocios. Hubo una tarde de septiembre de 2007, en la que a un remate de Sotheby’s se apersonó un representante de don Goyo que pujó y pujó hasta llevarse la tres Ferrari clásicas que le faltaban a la colección de su jefe. Pagó apenas veinte millones de dólares, lo mismo que sus pares ricachones calculan que lleva gastado el tatuado pelirrojo en el montaje de su espacio político. Ahora se estima que gastará otro tanto en producción audiovisual de votos y en alquiler de amistad y de voluntades entre las tropas sueltas que irán desertando del PRO y del antiguo justicialismo. Es su legítimo dinero y no hay ley fiscal ni electoral que lo pueda impedir. Mientras unos compran Ferraris y otros Frida Kalhos y Kuitkas, el tatuado colombiano quiere comprarse un título de gobernador, algo que también sirve para exhibir y hacerse ver, pero viene cargado de mil problemas sin solución. Explicarlo es un buen tema para la prensa del corazón indignado. Su decano, el proverbial Verbitsky, ya ha avanzado con la detección de tres misteriosos contactos telefónicos entre el candidato y el zar de la efedrina.