A pesar de las diferencias culturales y de las vertientes históricas no siempre coincidentes, los países de América del Sur tienden a moverse coordinadamente en política. El caudillismo, la pantomima del fascismo europeo, las turbulentas experiencias democráticas de la posguerra, los regímenes militares durante la Guerra Fría y, ahora, el populismo “dependentista” –en el que, idealmente, el nacimiento, la vida y la muerte de empresas y, quién sabe, de personas– depende únicamente de la voluntad del Estado.
Nos movemos en nuestros países acompañando el eje pendular de fuerzas tectónicas que, debajo de nuestras percepciones conscientes, dirigen nuestro pensamiento y acción política. El proceso, es evidente, se da en ritmos y grados diferentes. Entretanto, individualmente, nuestros países son como pasajeros caminando por el pasillo hacia la parte trasera del avión imaginando que van hacia adelante.
A riesgo de rendirme al fatalismo y de minimizar el protagonismo individual como agente de la historia, éste es el proceso que, a mi modo de ver, predomina en nuestra caminata conjunta en América del Sur. Como buen materialista, el francés Fernand Braudel, en La dinámica del capitalismo, su obra casi póstuma, de 1985, intenta explicar, en parte, este comportamiento de manada en el continente sudamericano y, de cierta forma, de toda América Latina, por nuestra matriz económica común: monocultivos locales con precios de nuestros productos definidos en los centros consumidores de Europa, Estados Unidos y, más recientemente, China.
En una palabra, dependencia, de la cual, apunta Braudel, sólo nos libraremos con educación de calidad para la mayoría y capacidad técnica para agregar valor a nuestros productos, y que así puedan imponen sus precios en cualquier mercado.
Antes de continuar en la cuestión central que motivó este artículo, quiero creer que, interpretando los rumores del mundo, el péndulo del continente ya se está moviendo del populismo dependentista hacia una posición de equilibrio. La prensa libre y comercialmente viable de nuestros países tuvo y está teniendo un papel importante en captar el movimiento reparador de la dolorosa distorsión populista.
Ocupo este espacio en PERFIL como una oportunidad muy bien recibida de comentar, en el límite del respeto a las fuentes periodísticas, las circunstancias que llevaron a Veja a obtener las informaciones en las que se basó el reportaje “La conexión Teherán-Caracas-Buenos Aires”, del 18 de marzo, que reveló la intermediación de Hugo Chávez, en Caracas, en el acuerdo firmado entre los gobiernos de Irán y la Argentina, que tenía dos objetivos: 1) el retiro de las órdenes de captura contra funcionarios iraníes acusados de haber participado en el atentado a la AMIA y 2) dar acceso a Teherán a ciertas tecnologías nucleares relacionadas con la producción, almacenamiento y transporte de plutonio, residuo de uranio enriquecido, uno de los combustibles de los reactores de agua pesada de la usina argentina de Atucha I. A cambio, Irán se comprometía a financiar el dramático aumento en el volumen de compra de Chávez de bonos soberanos argentinos.
La pista para llegar a las personas que pasaron a Veja esas informaciones fue abierta en 2010 por WikiLeaks que, entonces, mencionó, de pasada, que los servicios de seguridad de los Estados Unidos trabajaban en colaboración con sus contrapartes en Brasil en la investigación de simpatizantes y financistas de grupos terroristas, en especial el libanés Hezbollah y otros de menor capacidad operativa, pero que tenían en común el apoyo material y logístico de Irán. Veja designó al periodista Leonardo Coutinho para, a partir de las informaciones de WikiLeaks, desarrollar la historia.
Después de cuatro meses de trabajo, Leonardo Coutinho produjo y firmó el reportaje. “La red. El terror apoya bases en Brasil”. El reportaje reveló la existencia de una red de financistas del terror en operación en Brasil, cuyos integrantes podían ser hallados en varias ciudades del país, algunas bien lejos de la región de Iguaçú, la Triple Frontera, epicentro de la investigación de los agentes brasileños y norteamericanos.
Veja y Leonardo Coutinho fueron denunciados judicialmente por algunas de las personas identificadas en el reportaje. Las acusaciones contra Veja y su periodista no prosperaron en la Justicia, donde ya fueron o siguen siendo recusadas por jueces de diversas instancias. Como sucede con frecuencia con periodistas que trabajan con seriedad, transparencia y claridad de propósitos, Leonardo Coutinho se volvió interlocutor de muchos de sus entrevistados que, pese a ser señalados como sospechosos en el reportaje, descubrieron que estaban siendo instrumentalizados por extremistas en quienes, por desconocimiento, habían confiado. Paralelamente, diplomáticos de diversos países, analistas políticos, investigadores, policías y miembros moderados de la comunidad musulmana en Brasil y el exterior comenzaron a intentar contactar a Coutinho con el objetivo de compartir lo que sabían sobre esas actividades.
Las relaciones de Hugo Chávez con Irán y los Kirchner en Argentina aparecieron en el radar de Coutinho en una de esas conversaciones. Veja parte del principio de que, en una investigación periodística, más personas pueden ser portadoras de buenas informaciones.
Asumimos también que una fuente con intenciones ocultas tiene interés en ver revelado lo que nos cuenta. Su motivo más frecuente es la venganza, por ejemplo, por sentir que no ha recibido lo que merece al repartir el producto de algún acto de corrupción. Poco importa. Tenemos que hablar con este tipo de fuentes, oír lo que tiene para decir, entender sus motivos, chequear y rechequear lo que nos cuenta con otras fuentes, obtener pruebas documentales –o, al ser imposible de obtener los originales o copias fotográficas– por lo menos verlas y tenerlas en nuestras manos.
Como decimos en Veja, “hablar con el Papa no nos hace santos, de la misma forma que hablar con corruptos no nos corrompe”. Leonardo Coutinho obtuvo varias pruebas de que su fuente sobre Chávez era alguien que gozaba de la confianza y convivía con el líder venezolano y su corte. A través de esa fuente, Leonardo conoció detalles del cáncer que acabó por matar a Chávez y, así, pudimos relatar la evolución real de la enfermedad y no, ingenuamente, dar publicidad a las versiones edulcoradas de la propaganda oficial. El mismo alto funcionario del gobierno de Caracas le dio la estructura de lo que luego sería un excelente reportaje sobre las relaciones del chavismo con el narcotráfico. Con la llegada de Nicolás Maduro al poder, algunos de las informadores del periodista de Veja en Venezuela rompieron con el nuevo orden y abandonaron el país, la mayoría para establecerse en Estados Unidos. Así, se unieron a casi una decena de otros exponentes del núcleo de poder chavista cuyos acuerdos y alianzas no pudieron mantenerse con Maduro.
Los exiliados en esas condiciones saben que, según con quién se relacionan, son valiosos sea por la fortuna material que legítimamente poseen –o sustrajeron de sus patrias–, sea por las informaciones de las que son portadores. La tendencia es que gasten ese patrimonio con parsimonia, porque para ellos la ruina sería que sus vidas biológicas duraran más que sus fortunas. Más ruinoso aún para el interés personal de ellos sería la revelación de que sus tesoros materiales consisten en monedas falsas o que las informaciones que ofrecen no tienen ninguna sustancia. Es natural, por lo tanto, que esos personajes sean fuentes de informaciones sobre lo que pasaba en el corazón de la estructura de poder de Chávez. Es natural que despierten la curiosidad de los buenos periodistas y el interés de diplomáticos y servicios de inteligencia de varios países. Pero también es natural que las historias que cada uno cuenta no deban ser tomadas como ciertas por completo.
Es preciso, como hizo Leonardo Coutinho, cruzar las historias entre ellos y chequearlas con otras fuentes hasta que, por ser de interés público, puedan ser publicadas. La publicación de reportajes –como los que revelan el acuerdo Caracas-Teherán-Buenos Aires y la existencia de cuentas conjuntas en el exterior de la familia Kirchner y una alta funcionaria del gobierno argentino– no deben ser vistas como un juicio definitivo sobre esos hechos.
Una buena investigación o reportaje es apenas una puerta abierta para otras investigaciones. No quiero y no puedo aquí afirmar que las investigaciones de Veja sobre estos episodios, siendo fidedignas y correctas en lo esencial, sean absolutamente verdaderas hasta en sus menores detalles. Lo que quiero y puedo afirmar es que en los 46 años de historia de Veja, llegar y mantenerse como la mayor, la más leída y respetada revista de informaciones de Brasil no es un hecho obtenido por publicar sólo verdades absolutas, sino por su propósito absolutamente claro de buscar la verdad. Es exactamente eso lo que incomoda y nos distingue de acuerdos políticos con tendencia totalitaria. Ellos creen haber encontrado y haberse apoderado de la verdad. Nosotros siempre estamos en busca de ella.
(*) Director de la revista Veja.