Señores pasajeros de este bondi a ninguna parte, buenas tardes. Tal vez me recuerden. Yo soy el busca aquél que ofrecía el Hilo de la mentira, una versión china del de Ariadna que permitía registrar con nuditos las mentiras para no quedar entrampado en el laberinto cotidiano que tejía el “relato”. Por lo que veo, el hilo les ha sido útil y aún funciona. Cuelgan de los bolsillos o los llevan atados como collares. Es difícil, entonces, que el poder los emboque nuevamente con alguna mentira grossa. Me alegro.
Pues bien, con la colaboración de la misma Chinatown incorporated vengo a ofrecerles hoy la vida que quisieran vivir. Así es, señores pasajeros, como lo escuchan. No se apresuren a hacer nudos en el hilo de la mentira. Este es otro invento argentino que pronto será reconocido como el dulce de leche, la birome, Diego y Messi, en todos los campos del primer mundo. Les contaré el origen del producto y les haré una demostración de cómo funciona.
Cerradas para mí las importaciones de quincalla, chucherías y baratijas, por las coimas que me pedían los insaciables muchachos de la Aduana, andaba yo apesadumbrado cuando, de pronto, al cruzar una esquina con la cabeza gacha un ángel, un enviado del cielo revelado como conductor de taxi, tras gambetearme, me gritó: “Comprate una vida, pelotudo”. Esa fue la primera señal.
La segunda sucedió a los pocos días. Estaba yo mirando la tele, insultando a los que chorean y a los que justifican a los que chorean, cuando se me apareció la virgen María y me ofreció un vaso de vino. “Te va a dar algo, boludo” –no, miento, la virgen no me dice así– “te va a dar algo, chabón, gil, idiota”, dijo. Y me preguntó: “¿Por qué no te comprás una vida?”.
No podía ignorar semejantes señales y me decidí. Salí a buscar proveedores por internet y encontré. Pero a unos precios imposibles para ofrecer en el bondi. La lista de clientes que te ponían como ejemplo de tipos que se habían salvado eran todos famosos. “¡Brancatelli se compró el personaje del periodista-militante, una contradicción andante, y vea cómo le va ahora!”. “¡Ni siquiera tiene que hacerse preguntas o pensar!”.
Los personajes eran los más caros. Un Víctor Hugo Morales, un Guillermo Moreno, un Aníbal Fernández, un Héctor Recalde, un Paenza, no se venden por poco. Te cobran toda la memoria que le sacan para sostenerlos. Encima, son de plástico. A la larga, se te pudren, te traicionan y no los podés colocar otra vez. Ni regalados los quieren.
Los apellidos eran una opción más accesible. El pibe Máximo se compró el “Kirchner” y, de la nada, a los 40 años, sin estudiar ni laburar nunca, pasó a tener 40 palos en el banco y a ser diputado. Mariano se compró el “Recalde” y también, de un saque fue presidente de Aerolíneas Argentinas. Martín se compró el “Báez” y enseguida tuvo sus propios veinte autitos y diez casitas con jardincitos de 500 mil hectáreas.
Y fue ahí que se me ocurrió evitar los intermediarios y bajar los precios. La Chinatown imported me proveyó en cuotas de esta impresora portátil 3D con la que puedo fabricarles una vida al instante. Los recubro de un material símil piel y los transformo en lo que ustedes quieran. ¡Elija ya! ¡Cómprese un personaje! Libérese de la rutina y de la conciencia. Le ofrezco un modelo sin culpas, sin ética, sin códigos, sin nada de solidaridad, ni compasión, ni piedad, sin que le importe un carajo el vecino, la gente que sufre, las víctimas del choreo, el futuro de los pibes, nada.
Por unos pocos pesitos usted puede ser ya mismo la millonaria Cristina o el millonario Cristóbal, el senador Menem –condenado a siete años de prisión pero en libertad– , un encubridor como Echegaray, un sindicalista como Cavalieri, un barra como Di Zeo, o un vividor del Estado como Lázaro o Franco Macri. Ya voy, ya voy. Allá en el fondo, sí, sí, ya voy. ¿Cuál elige? ¿Cómo? ¿Que está haciendo la propia? ¿Una vida honrada, decente y tranquila? ¡Ah, bueno!, claro, entiendo. Contra eso no puedo competir. No hay vida que le pueda ofrecer que valga más que ésa, la suya.
*Periodista.