COLUMNISTAS
Real-Barcelona, Mourinho-Guardiola

¿Verdaderos estilos antagónicos?

|

Si vivís del fútbol, debés saber que queda muy bien en estos días proclamar si te sentís más cerca del Barcelona o del Real Madrid. Por cierto, la saga a la cual afortunadamente aún le queda la más apasionante y peculiar de sus dos mitades, obliga al planeta de las pelotas a prestarle especial mirada al asunto. Sin embargo, hacer el sano ejercicio de desmenuzar lo que producen ambos equipos abstrayéndose de la confrontación entre ambos contribuye a que uno pueda tener las cosas un poco más en claro.

Sólo metiéndonos hasta las entrañas en el duelo Mourinho-Guardiola podemos hablar de estilos antagónicos. Y ni siquiera. Real Madrid demostró en el primer tiempo de la final de la Copa del Rey que podía “disfrazarse” de Barcelona y, a su manera –más vertical, menos cadencioso, elaborando el juego con menos toque y rotación–, ser el dueño de lo mejor del partido. Después, justo cuando su técnico decidió que ya era demasiado aporte para el show, le cedió la iniciativa al rival y, paradójica aunque no sorpresivamente, terminó ganando.

Pero tomando un poquito de distancia del fragor de un desafío que afortunadamente atestiguamos en vida, creo que los de los equipos en cuestión están lejos de ser polos opuestos. No lo es Barcelona, por filosofía. No lo es Real Madrid, por grandeza, porque sus nombres propios lo hacen inevitable y porque Mourinho, antes que un avaro depredador del juego, es un gran aprovechador de recursos que suele perderse, de la mano de la vanidad, de darles a sus equipos un toque personal que le ponga a la historia más su sello que el de los que juegan.
Cuando Real Madrid enfrenta a cualquiera de los demás rivales dentro de España o fuera de ella, es un equipo audaz, generoso y tan poderoso como se mostró ayer en Mestalla. Valencia le cae bien a Mourinho. Y a Gonzalo Higuaín, claro.

Habrá que esperar al final de las semifinales de la Champions League para ver si el técnico portugués se anima a ser realmente más que su rival. Por lo pronto, cuenta con una interesante ventaja previa teniendo en cuenta que no se trata de un partido de 180 minutos –uno de tantos tristes lugares comunes del medio pelo periodístico–, sino de dos de 90, de los cuales, el segundo estará sensiblemente condicionado por el primero. Si bien, aun en tiempos decadentes, el fútbol sigue siendo esa entrañable dinámica de lo impensado acuñada por nuestro Gran Dante, la admirable reticencia al cambio de idea o de esquema que ejecuta Guardiola puede dejarlo a la intemperie ante un rival conducido por un entrenador que cree que los equipos, los partidos y los futbolistas pueden adaptarse, moldearse y hasta desfigurarse como si fueran de masilla.

Por suerte, aún nos queda tanto por ver como por hablar.
De todos modos, antes de que la cuestión decante de la mano de un resultado –sigo creyendo que Barcelona es, por mucho, el mejor del mundo–, es bueno dejar en claro que los dos equipos juegan como pocos otros conjuntos en el planeta. Y que el Madrid sobresale mucho más allá de las bondades –y maldades– de quien mueve piolas desde el banco. Imaginemos, en todo caso, a la mayoría de los mal llamados saca puntos de nuestro medio “soportando” hacerle seis goles en su casa al tercer mejor equipo del torneo sin, mucho antes, colgar a todo el mundo del travesaño.
A la espera de grandes noticias al respecto dentro de los próximos días, el asunto Barça-Real se desparrama inevitablemente entre nosotros. Reitero: si vivís de esto, debés saber que queda fenómeno encolumnarse como si, realmente, tuvieses interés en, al menos desde la intención, ir detrás de uno o del otro.

En realidad, si sos entrenador, más que hablar de los equipos tenés que hablar de los entrenadores. Más aún, tenés que pregonar que estás más cerca de Pepe que de Pep. Hay que hacerlo fundamentalmente porque, habida cuenta de que es improbable que te acerques realmente a uno o a otro, levantando las banderas de Mourinho al menos te ponés el buzo del “técnico que trabaja”. Como si a Mourinho no le gustara ver a su equipo jugar bien. Como si no costara un tremendo trabajo conseguir que un equipo tenga la identidad del Barcelona.

Inducido por nosotros los periodistas, Batista dijo que le gustaría que la Argentina jugase como el Barcelona. A mí también. Y sospecho que ambos sabemos que es imposible.
Inducido por nosotros los periodistas, Juan José López dijo que le gusta cómo juega Barcelona, pero su River está más cerca del Real Madrid… Un Real Madrid que lleva 79 goles en 33 partidos; casi dos goles y medio por partido. Luego de sólo diez fechas y hasta enfrentarse con Godoy Cruz, River llevaba menos goles hechos que partidos jugados. Sólo para empezar, no es un dato menor para aceptar que, también en este caso, cualquier similitud es inviable. Más allá de salir cada equipo con once jugadores y sentar otros siete en el banco.

Ellos son, por cierto, apenas dos de los hombres de nuestro fútbol condenados a fijar posición al respecto. Se trata, por cierto, de protagonistas importantes de nuestro deporte a los que es menester respetar. E insisto, responden respetuosamente a preguntas muy poco ingeniosas. Por suerte, no es la repregunta una materia que se curse regularmente en nuestros institutos educativos.
Por lo demás, salvo honrosas excepciones, en nuestro medio ni se agrede al rival como el Madrid ni se cuida la pelota como el Barça. Aunque sea necesario y quede bien decir que nos queremos parecer a uno o al otro. Aunque, a la vuelta de las cosas, ni siquiera logremos ser nosotros mismos.