COLUMNISTAS
UN PAIS EN SERIO

Verso a verso

Los resultados del Indec pueden ser tan confiables como las estrategias de Sampaoli. Aborto, pobreza... todo se recita.

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Estoy solo en mi oficina. La mayoría de la gente se tomó el fin de semana largo así que decidí estar tranquilo un rato para escribir mi columna política para PERFIL. No se me ocurre demasiado, pero de repente vienen las musas a rescatarme. Y arranco con un poema:

Indefensos los precios, sin consuelo
Suben, suben, hasta llegar al cielo

Vulnerable destino el que se rifa
Cuando sin pausa suben las tarifas

En el peso la tristeza se acentúa
Cuando ve que su poder se devalúa

El billete ya no puede alcanzar
El valor de la canasta familiar

Viviré solo en la calle, estaré en ascuas
Si pretendo comprar huevos de Pascuas

De repente entra Carla, mi asesora de imagen, que se suponía debería estar en la costa, disfrutando de unas minivacaciones.
—¿Qué estás haciendo? –me pregunta, tratando de mirar la pantalla de mi computadora.
—Escribiendo –respondo, intentando tapar la pantalla para que no vea lo que escribo–. ¿No te ibas a la costa, vos?
—Me iba. Pero… ¿viste como está la costa? ¡Demasiada gente, para mi gusto!
—¡O sea que la reactivación funciona! –exclamo.
—Siempre –responde Carla–. Ese es el argumento que usaron siempre todos los gobiernos para mostrar que estaban haciendo las cosas bien. Cristina hacía exactamente lo mismo. ¡Hasta De la Rúa mostraba sus logros con las playas llenas durante Semana Santa!
—¿O sea que no es para entusiasmarse demasiado?
—Ni antes ni ahora, pero… –Carla sigue intentando ver mi pantalla– ¿qué estás escribiendo? ¿Un poema?
—Algo así.
—¿No deberías estar escribiendo tu columna?
—Sí, pero me inspiré en el modelo Bullrich.
—¿Patricia? No me digas que pensás salir a reprimir y a dispararle a la gente por la espalda…
—No, Patricia no. Esteban.
—No entiendo.
—Me inspiré en el poema que escribió Esteban Bullrich contra el aborto, ese poema que parece escrito por un feto.
—¡Epa, no deberías hablar así! –se sorprende Carla–. Puedo tener mis diferencias con Esteban Bullrich, pero de ahí a llamarlo feto…
—¡Nooooo! –exclamo—. Yo no llamé “feto” a nadie. Dije que el poema está hecho desde un feto. Un feto que le habla a su mamá.
—Ajá –asiente Carla con cara de no estar entendiendo de qué estoy hablando.
—¿No lo leíste? –pregunto.
—Mirá, yo me dedico a la política y a la comunicación –responde Carla–. No tengo tiempo para andar leyendo poesía.
—Deberías, porque la poesía viene marcando el ritmo político de este 2018. Primero, Hugo Moyano citando a Octavio Paz en un discurso frente a cientos de miles de personas. Ahora, el feto de Esteban Bullrich…
—¡Epa! ¿Otra vez?
—Me refiero al poema sobre el feto…
—Entiendo –dice Carla–. Y creo que tenés razón sobre la poesía y la política argentina. Están también los datos del Indec sobre la disminución de la pobreza…
—¿Y eso qué tiene que ver con la poesía?
—Bueno, el dato es que la pobreza bajó de 28% a 25% y el Presidente salió a festejar antes de irse de vacaciones por el fin de semana largo.
—¿Y la poesía? –insisto.
—Bueno, si eso no es verso…
—Pará un cacho, no seas escéptica –me enojo–. Esa es una gran noticia.
—¿Que bajó la pobreza? –pregunta Carla.
—¿Vos no creés que bajó la pobreza?
—No. Y no me digas que vos…
—No, yo tampoco –admito.
—¿Entonces, cuál sería la buena noticia? –pregunta Carla.
—Eeeeh… bueno… o sea… digamos que la buena noticia es que al menos ahora el Indec funciona.
—Puede ser –admite Carla–. Pero hay otra noticia que es aún mejor.
—¿Cuál?
—Que ahora que el Indec se volvió creíble, podemos volver a dejar de creer en él. Como pasaba antes de que el kirchnerismo lo interviniera y lo destrozara.
—¿Pero no deberíamos creerle? –pregunto.
—Deberíamos… si fuera creíble. Pero el Indec es como las Naciones Unidas.
—No entiendo.
—Claro. Si hoy la OTAN bombardeara y destruyera las Naciones Unidas, todos nos conmoveríamos y diríamos que es una salvajada.
—Obviamente –me enojo.
—Pero si después de ese desastre se reconstruyeran, las Naciones Unidas volverían a ser un organismo que no sirve absolutamente para nada.
—¿No estás siendo un poco duro? –pregunto.
—Puede ser. Tal vez sí sirva para algo. Por ejemplo, emitir comunicados que a nadie le resultan creíbles.
—¡Como el Indec! –exclamo.
—Veo que vas entendiendo –afirma Carla.
—O sea que el Indec vendría a ser menos creíble que Aranguren.
—No te confundas. Aranguren es uno de los funcionarios más creíbles. Lo increíble es que continúe en el cargo después de admitir que no conviene tener la plata en el país.
—Unas declaraciones increíbles –agrego.
—Sí, pero un tipo capaz de admitir cosas tan increíbles resulta creíble. ¡La honestidad brutal es así!
—Pobre Aranguren, se lo ve muy solo. Es como el Juan Darthés de los ministros.
—Tranquilo, en cualquier momento sale Nicolás Repetto a bancarlo.
—Mientras tanto, el kirchnerismo se va armando –digo–. Ya están libres Zannini, D’Elía, Cristóbal López…
—El Gobierno los necesita para seguir metiendo miedo. Si siguen aumentado las tarifas, en cualquier momento le dan un programa a Orlando Barone en la Televisión Pública.
—¿Y Cristina? –pregunto.
 —Sigue en silencio –responde Carla–. Solo habla a través de las escuchas. Putea y dice cosas triviales sobre temas triviales. Pero por el momento, es lo único que el Gobierno puede ofrecer para espantar a la gente.
—Cristina en silencio. Zannini, D’Elía y Cristóbal López libres… no parece ser el mejor equipo que puede poner en cancha el kirchnerismo.
—Digamos que es como la Selección, que perdió 6 a 1 contra España. Pero no sé si es el mejor momento para hablar de fútbol.
—¿Por qué? –pregunto–. Este es un año mundialista…
—Sí, pero este es también el año del abuso sexual y la prostitución de futbolistas menores de edad. Solo falta que nombren al cura Grassi como técnico de la selección juvenil. Y que los pibes vayan a entrenar al predio de la fundación Felices los Futbolistas.
—Ya no se puede confiar ni en el fútbol, ni en la Justicia, ni en el Indec, ni en Carrió (que cambió sus pasajes por plata), ni en Aranguren, ni en Cristina…
—Hay que ser un botarate, ser un necio/ para no ver el aumento de los precios –recito.
—Basta, no insistas –concluye Carla–. En la poesía tampoco se puede confiar.