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mito nacional

Vicisitudes del patriotismo escolar

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Para Mafalda, como para todos los lectores infantiles del Billiken, el 25 de Mayo era el indiscutible cumpleaños de una patria democrática que nació con la Revolución de Mayo. ¿Será así? Bien pensado, el 9 de julio del año 16, fecha en que se declaró la independencia en el Congreso de Tucumán, podría disputar igual derecho. Para embarullar las cosas, el 12 de agosto de 1806, cuando Jaques de Liniers recupera Buenos Aires de manos británicas, las milicias porteñas inician un proceso que culminará con la destitución del virrey De Sobremonte –enero de 1807–, en un cabildo abierto repleto de milicianos armados. Es decir, la autodefensa se transformó en autogobierno llevando a Liniers hasta el fuerte, primero, para elevarlo a continuación hasta el cargo de virrey por decisión exclusiva de los habitantes del puerto. Y la Segunda Invasión Inglesa también fue derrotada por las mismas milicias al mando de Liniers.

Desde la batalla de Trafalgar, fines de 1805, no se despachaba más plata potosina a España; como los ingleses controlaban el océano Atlántico, a resultas de esa victoria marítima sobre la flota francoespañola, enviarla suponía avituallar Londres; de modo que el virreinato ya no pagaba tributo al rey. Por eso la plata estaba en Buenos Aires, por eso las tropas de William Carr Beresford invadieron sumando 1 millón de libras esterlinas a las finanzas de la guerra europea contra Napoleón. Era la respuesta al bloqueo continental napoleónico, una batalla lateral contra la Revolución Francesa, y no un acto de piratería personal de sir Home Popham.

Dicho taquigráficamente: los porteños habían resistido dos invasiones militares exitosamente, destituyeron al virrey –cosa que jamás había sucedido en Hispanoamérica en tres siglos de dominación– por decisión de las milicias armadas, no pagaban impuestos a la corona y nombraron virrey al jefe de la resistencia; de modo que sostener que el virreinato era una “colonia de la corona de Castilla” en 1807 suena insensato. Y aun así suele ser el punto de vista de buena parte de los historiadores profesionales.

Es posible sostener que en la década que transcurre entre 1806 y 1816 se pasa del autogobierno a la declaración de la independencia. ¿Pero la independencia del Virreinato del Río de la Plata supone la existencia de la República Argentina? Una ardorosa polémica librada entre Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, entre 1880 y 1885, gira en torno de si la nación preexiste a la batalla por la independencia. Resumir un diferendo de cientos de páginas en un par de oraciones roza la grosería conceptual. Asumiendo el riesgo, la contamos así: Mitre sostiene que preexiste, López opina lo contrario. ¡Una nación moderna sin moneda unificada, sin que la renta portuaria haya sido entonces federalizada, no es un poco mucho!
De modo que una cosa es la fundación mítica de la patria, y otra su fundación histórica. Pero, cuidado, no se trata de un mito ingenuo. Si la Revolución de Mayo constituye la viga maestra de nuestro mito nacional, si se trata de una reproducción local de la Revolución Francesa, el carácter democrático de ese orden político va de suyo. Y si la patria mítica forma parte del ciclo democrático del siglo XIX, los gobiernos posteriores de la nación histórica pueden y deben ser contrastados con esa experiencia fundacional.

Ningún gobierno real resiste esa comparación. Ni Hipólito Yrigoyen –primer presidente electo por el voto popular– ni Juan Domingo Perón –respaldado en el voto obrero– soportan tan exigente examen. Entonces, para defender la democracia del mito, para restaurar la democracia perdida, un acto de fuerza resulta adecuado instrumento. Conviene recordarlo, todos los golpes de Estado se hicieron en nombre de la restauración democrática, y debemos admitir que desde esa perspectiva todos –1930, 1943, 1955, 1966 y 1976– fracasaron.

*Ensayista, autor de Los cuatro peronismos.