Alberto Fernández se encontraba en Madrid dando una serie de conferencias cuando, a las 9 de la mañana, lo sorprendió un mensaje llegado desde Buenos Aires. El ex jefe de Gabinete de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández de Kirchner cayó en la cuenta de que aquí eran las 4 de la mañana y, pensando que quien había enviado el mensaje de marras estaría durmiendo, decidió responderle a través de un mensaje de texto. Para su sorpresa, el destinatario de la respuesta le respondió de inmediato por medio de una comunicación telefónica. Quien lo estaba llamando era el ex secretario de Coordinación Económica Guillermo Nielsen, que se había desempeñado en ese cargo durante la gestión de Roberto Lavagna al frente del Ministerio de Economía.
Nielsen, que tuvo junto a Lavagna un rol clave en el transcurso de toda la complejísima negociación que le permitió a la Argentina salir del default en 2005, estaba desasosegado. Tal desasosiego partía de haberse enterado de la resolución de la Corte Suprema de los Estados Unidos que dejaba firme el fallo del juez Thomas Griesa favorable a los fondos buitre en su disputa contra la Argentina. “Por favor, necesito hablar con alguien del Gobierno con urgencia”, comenzó diciéndole Nielsen a Alberto Fernández con tono implorante para pasar a enunciarle las consecuencias adversas que dicho fallo tendría para el país. “Dejame ver qué puedo hacer”, fue la respuesta de Fernández quien, a continuación, discó el número de Daniel Osvaldo Scioli, al que impuso de lo delicado de la situación. Fiel a su estilo, la respuesta del gobernador de la provincia de Buenos Aires fue la nada misma.
A pesar de ello, el ex jefe de Gabinete no se arredró y, consciente de lo dramático de la hora, decidió llamar al ministro de Interior y Transporte, Florencio Randazzo, al que le transmitió las mismas cosas que a Scioli. “No puedo hacer nada; no le puedo decir a Cristina las cosas que me proponés porque es imposible que ella lo acepte”, dio por toda respuesta Randazzo, quien, de todas maneras, se comprometió a intentar advertir del problema a alguno de sus colegas del gabinete.
Debieron pasar algunas horas hasta que dicha gestión de completó. Randazzo habló pues con el secretario de Legal y Técnica de la Presidencia, Carlos Zannini, quien aceptó recibir a Nielsen. El encuentro fue cordial y breve: no más de media hora. En su transcurso, el ex secretario de Coordinación Económica insistió con la exposición de sus preocupaciones y se explayó sobre el conjunto de propuestas que consideraba que el Gobierno debería adoptar. Pero, evidentemente, ése no era el día de Nielsen ya que sus propuestas no fueron aceptadas. Los argumentos fueron similares a los primigenios: “A Cristina no le podemos llevar esto porque no lo va a aceptar. Sólo escucha a Axel”, señaló Zannini. Y ahí todo acabó. La crónica de un incumplimiento del fallo del juez Griesa estaba en marcha. Por ello, la iniciativa de los bancos nucleados en la Asociación de Bancos de Buenos Aires (Adeba) también tuvo destino de fracaso.
Jorge Brito –dueño del Banco Macro, ayer muy ligado al kirchnerismo y hoy distanciado– fue el motor principal para el armado de esta iniciativa que fue promovida por el presidente del Banco Central, Juan Carlos Fábrega. Todo se hizo con premura. La idea era juntar los fondos necesarios para cubrir la garantía que permitiera estirar los tiempos hasta llegar a fin de año, momento en el que la famosa y temida cláusula RUFO (Right Upon Future Offers) caducaría despejando el camino para un arreglo en mejores términos con los fondos buitre.
Todo venía muy bien hasta la conferencia de prensa de Kicillof en el consulado argentino en Manhattan. Allí, el ministro produjo un cambio que pasó inadvertido para la mayoría de los que estaban allí. Ocurrió cuando Kicillof dijo que a los holdouts se los trataría igual que al resto de los bonistas que habían entrado al canje. Eso y decir que el gobierno argentino no cumpliría con el fallo del juez Griesa era lo mismo. “Justo en el momento en que habíamos convencido a los buitres de patear la negociación a enero, este chico sale a decir que no se modificará nada. Imaginate que no vamos a colocar 400 palos (sic) si el propio ministro sale a adelantar que en enero no se mejorará la oferta. Los bancos comprarían una deuda que luego sería imposible de negociar con los fondos”, explicó un joven gerente de banco que participó de la negociación.
Se ha entrado así en el terreno de lo desconocido. La Presidenta lleva adelante esta batalla de la mano de Axel Kicillof. “Es el primer ministro que se sentó con los holdouts”, señaló Fernández de Kirchner en su “Aló Presidenta” del jueves. ¿Y quién si no ella fue la que impidió hacerlo a los predecesores del actual ministro? “Deberán utilizar otra palabra porque esto no es default”, señaló insistentemente la jefa de Estado. Esfuerzo semántico inútil al que el mundo no le presta atención alguna porque para los principales protagonistas de los grandes centros financieros la Argentina ya está en default.
Tiene razón la Presidenta cuando despotrica contra determinadas actitudes y decisiones del juez Griesa; pero lo que no dice es que su fallo ha sido confirmado por la Cámara de Apelaciones del II Circuito de Nueva York e, indirectamente, por la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos. Dice la verdad Cristina Fernández de Kirchner cuando señala que la Argentina vine honrando sus deudas con los acreedores de aquel default de 2001 que entraron en el canje de 2005 y en el de 2010. Lo que no dice la Presidenta, en cambio, es que fue Néstor Kirchner quien aceptó fijar en la ciudad de Nueva York la jurisdicción de cualquier eventual litigio, tal como es de uso y costumbre en ese tipo de negociaciones. Y es esta circunstancia la que pone al Gobierno ante una verdadera paradoja como consecuencia de la cual termina siendo víctima de sus propias contradicciones.
Producción periodística: Guido Baistrocchi.