Hace unos días vi Phil Spector, la película que hizo para televisión David Mamet con Al Pacino y Helen Mirren. Pero no es de la película que quiero hablar. O sí, pero no. En un momento, al comienzo, Al Pacino lleva a Helen Mirren por los pasillos de su mansión (se hablaba poco antes del Minotauro y el laberinto, pero el hedor borgeano dura poco y enseguida se ponen a hablar de cosas más interesantes) y pasa al lado de un retrato de Lawrence de Arabia que conozco muy bien. Es el que Augustus John pintó de Thomas Edward Lawrence en 1919. No el retrato hecho con lápiz, sino el otro. Pacino-Spector dedica alguna breve frase a Lawrence, delante de ese retrato, y sigue su camino. Pero poco después el nombre de Lawrence vuelve al centro de la escena: “Como Lawrence, yo sólo quería privacidad”, dice Spector. (Hay otro grande del rock que también admiraba a Lawrence: Joe Strummer, que imitaba la capacidad de Lawrence para soportar el dolor físico).
Es conocida la historia de Lawrence y los árabes, plasmada muchas veces, incluso en vida del propio Lawrence y, hasta donde sé, en dos filmes: Lawrence de Arabia, de David Lean, con Peter O’Toole en el papel principal, y Lawrence después de Arabia, de Christopher Menaul, con Ralph Fiennes en el papel del más grande guerrero, escritor, traductor y homosexual británico de la historia. Esta última me la prestó Rodrigo Fresán, otro de los pocos lawrenceanos que conozco. Victoria Ocampo es otra, que incluso escribió un libro sobre él (338171 T.E.) y tradujo El troquel. Pero tengo una teoría que creo que –como se dice habitualmente–, ahora que los responsables están muertos, puedo darme el lujo de divulgar.
Desde hace años los especialistas se han devanado los sesos tratando de saber quién es el misterioso traductor de Los siete pilares de la sabiduría, el libro de Lawrence editado por primera vez por Sur en 1944. El nombre del traductor no figura; lo que figura son sus iniciales: “R.A.”. No podía ser Ramón Alcalde, y tampoco Raúl Alfonsín.
Un día, mientras trabajaba en la librería Gandhi, se me ocurrió preguntarle al corredor de la editorial Sur si no era posible que encontrara un ejemplar de alguna edición de Los siete pilares. Una semana después, el corredor apareció con un ejemplar del libro pero en francés. Me dijo que lo había encontrado en una biblioteca de la editorial. Al abrirlo, supe por el ex libris que era el ejemplar de Victoria Ocampo. Pero el ejemplar estaba atiborrado de anotaciones en los márgenes que, Dios me perdone, eran las anotaciones que sólo puede hacer un traductor. Le expliqué al corredor que lo mejor era que volviera a poner ese ejemplar donde lo había encontrado, y desde entonces sostengo que el misterioso “R.A.” no es otro que una Victoria Ocampo evitando reconocer que un libro escrito en inglés había sido traducido por ella del francés.
Lawrence dijo una vez que amaba el desierto porque era limpio. Señora Ocampo, esté donde esté, deje de avergonzarse, su traducción de Lawrence es limpia y además huele bien. Deberían reeditarla.