La relación entre una biografía y el biografiado no va de suyo. El lugar común indicaría que una vida aventurera, llena de peripecias, compleja, cargada de incidentes, cambios, mudanzas, militancias, vida sentimental accidentada y demás episodios favorecería el interés de la biografía de semejante personaje. Pero, por ejemplo, pienso en Wittgenstein, quien llevó una vida más o menos anodina, o con menos sobresaltos que muchos otros pensadores de su época, como Walter Benjamin. Por supuesto, se dirá que, sin haber sido estrictamente compañeros, Wittgenstein y Hitler asistieron a la misma escuela pública en diferentes cursos, que Wittgenstein perteneció al clima de época de la Viena de fin de siglo, que coqueteó con el misticismo, y que su sexualidad es también fuente de diversas conjeturas. Concedido. Pero, pese a eso, no podemos decir que la de Wittgenstein fue una vida rocambolesca. Sin embargo, Ludwig Wittgenstein, la biografía de Ray Monk, es impecable. Y así como una vida sencilla no da necesariamente una biografía trivial, al contrario, una vida penetrante, llena de matices, junto con una obra igualmente preciosa, no desemboca siempre en una buena biografía. Es el caso de Vida secreta de Cristina Campo, de Cristina de Stefano (Trotta, Barcelona, 2020, traducción de Laura Muñoz Villacañas, revisión de José Ramón Azaola). La autora, que por la solapa trasera nos enteramos que es “periodista y agente literaria”, escribió una biografía de Cristina Campo (escritora, poeta, ensayista de un interés superior, personaje lateral y a la vez imprescindible de la Italia de los 50 a los 70) absolutamente anodina, convencional, chata y con evidente falta de información y sensibilidad para tratar el tema elegido. Una pena, porque de Campo no se sabe demasiado, y lo poco que sabemos sobre ella, De Stefano se encarga de repetirlo sin avanzar demasiado. Cada asunto clave en la vida de Campo (su relación con la literatura, con el misticismo, con el catolicismo, con la lateralidad en el campo literario) es tocado bajo el modo de la linealidad narrativa, del sobrevuelo, sin siquiera rozar la complejidad sutil que atraviesa la vida y la obra de Campo.
Entre líneas (y esto es para nosotros, aquí De Stefano no tiene nada que ver) aparece una cierta conexión argentina de Campo (que llega hasta nuestros días, en los que es, a cuentagotas, editada en Buenos Aires), en los que aparece Wilcock y hasta el propio Borges (sobre quien Campo escribió). Fuera de lo argentino, la relación con Roberto Balzen también es desaprovechada. Solo el entusiasmo por Simone Weil es bien tratado (aunque nunca se toma el trabajo de analizar las traducciones que de ella realizó, tan solo las menciona). Volviendo a los argentinos, leemos: “(C. Campo) frecuenta (…) a Fiamma Vigo, una pintora argentina que en su galería de arte acoge y alimenta a todos los artistas pobres de Florencia”. Nacida en 1908 en Bahía Blanca, hija de genoveses, pronto su familia regresó a Italia, donde vivió hasta su muerte en 1981. Galerista, editora (de la revista de arte Numero) y sobre todo pintora, volcada hacia la abstracción, tampoco hay demasiada información sobre ella, de hecho yo busco hace años sin gran éxito. Pero sería demasiado exigirle a De Stefano, que no puede con su objeto principal, que repare en un detalle menor como nuestra pintora casi ignota.