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¿Viva la libertad, carajo?

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| pablo temes

Continúa de: “Falaz uso de la bella palabra libertad”

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La columna del domingo 28 de octubre sobre el falaz uso de la bella palabra “libertad” terminaba diciendo “continuará”, promesa que pasado un mes no se cumplió. En el medio, el balotaje hizo que se sucedieran varias columnas más urgentes orientadas a lo que la prensa anglosajona denomina “endorsement”: la recomendación editorial de un diario frente a una elección. Con los hechos ya consumados y el triunfo no deseado de Javier Milei, cumplimos ahora la promesa de continuarla. La crítica intelectualmente honesta de la prensa le sirve al gobernante para, eventualmente, corregir posibles errores siendo una de las formas que tiene el periodismo de contribuir al mejor éxito de los gobiernos.

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Antes, cumpliendo también con el “pacto de lectura” de transparencia ideológica, aclararles a los lectores más nuevos que desde los años 80 me defino públicamente como liberal, como se lo entiende en el mundo anglosajón, donde germinó el liberalismo, y nunca vi que esa cosmogonía estuviera representada por quienes así se definían o definían así sus políticas en la Argentina contemporánea: la Ucedé, el Menem de los 90, obviamente tampoco la última dictadura libre economicista, ni ahora los libertarios.

El jurista y filósofo italiano Norberto Bobbio escribió: “¿Qué sentido tendría decir ‘prefiero la libertad’ si no se establece en cuál de los sentidos descriptivos de libertad empleo esta palabra en este contexto? Una reflexión sobre la libertad solo tiene sentido si se apoya en un significado descriptivo bien determinado y bien delimitado del término. El significado valorativo viene después, es un significado añadido. El que la libertad tenga un significado valorativo quiere decir tan solo esto: que cuando empleo el término, indico, además de que una cierta situación está determinada en cierto sentido, que es también una situación buena, que recomiendo. Por consiguiente, lo que cuenta en la reflexión sobre la libertad no es tanto el saber que aquella situación de la que se habla resulta deseable y recomendable, sino qué es lo que el interlocutor desea y recomienda”.

Frente a la pregunta de “libertad de quién” y “libertad de qué” surge una primera síntesis en la que todos podrían acordar: un sistema ideal sería aquel donde hubiera una disminución de la esfera de las órdenes y una extensión de la esfera de los permisos, entendiendo estos últimos como el desarrollo de capacidades. 

Siguiendo con lo expuesto en la columna precedente sobre las dos formas de libertad: la negativa y la positiva (Two Concepts of Liberty, Isaiah Berlin), en palabras ahora de Bobbio: “Hasta donde sea posible hay que dar rienda suelta a la autodeterminación individual (libertad como no impedimento, negativa); donde ya no sea posible, tiene que intervenir la autodeterminación colectiva (libertad como autonomía, positiva)”. Lo que se traduce a las ciencias políticas como “tanto mercado como sea posible, tanto Estado como sea necesario”, la síntesis del jefe de Estado de Alemania entre 1969 y 1974, Willy Brandt, en el apogeo de la socialdemocracia y el Estado de bienestar, deuda actual de nuestra democracia.

Y continúa Bobbio: “Si solo existiesen libertades negativas, todos serían igualmente libres pero no todos tendrían igual poder”, porque creer que solo con las libertades negativas alcanza presupone una sociedad donde todas las personas están dotados para satisfacer sus necesidades por sí mismas, con capacidad laboral plena. Para los demás se hacen necesarias las libertades positivas, imponiendo el costo a los competentes para que todo ser humano, por ser tal, “posea en propiedad, o como parte de una propiedad colectiva, bienes suficientes para gozar de una vida digna”.

No se trata solo de poder disponer de los bienes materiales mínimos para el ejercicio de la libertad sino de disponer de la suficiente educación y salud que habiliten a todos a ejercer su libertad. La frase “la verdad nos hace libres” viene del Evangelio de San Juan atribuida a Jesús diciendo: “La libertad surge de conocer y practicar la palabra”. O sea, la capacidad de moverse hacia un objetivo sin ser movido. 

El derecho a ejercer la libertar es un derecho humano y no basta con la libertad jurídica si no puede convertirse en libertad real: nadie hubiera sobrevivido si hubiera nacido fuera de una comunidad, en la niñez y en la vejez nadie puede valerse por sus propios medios y algunas personas tampoco a lo largo de toda su vida. O sea, frente a las libertades negativas el Estado debe abstenerse, frente a las libertades positivas, el Estado debe actuar. Las negativas son libertades de (freedom from), las positivas son libertades para (freedom to).

La discusión teológica y filosófica entre deterministas (negativa) e indeterministas (positiva) concluye con los resultados de la práctica de los experimentos sociales. No hay una libertad mejor o una libertad verdadera, ambas son indispensables e insustituibles: “Un amplio margen de libertad de los individuos o grupos es condición para el ejercicio de las libertades positivas del conjunto”, escribió Bobbio. El sujeto histórico de las libertades negativas es el individuo (“el burgués”), el sujeto histórico de las libertades positivas es el colectivo (“el ciudadano”). También se asemejan las negativas a las libertades de los modernos (seguridad en el disfrute de lo privado) y las positivas con las libertades de los antiguos, ciudades Estado griegas (los derechos políticos de ser parte de una república).

No existe lugar donde se aplique solo el reino de las libertades negativas o el reino de las libertades positivas, y los experimentos sociales donde se ha tratado de extremar la prevalencia de una sobre otra no resultaron sustentables. Tanto la fe militante del mercado como la fe en el marxismo o el nacionalismo fracasaron.

Por eso la sociedad ideal para Rousseau (los libertarios critican su Contrato social) consiste en no obedecer a otros sino obedecerse a sí mismo cuando el ciudadano participa del proceso político de construir una voluntad común plasmada en leyes a través de los representantes libremente elegidos y sujetándose a ellas por propia voluntad. Kant, en su Metafísica de las costumbres, definía la libertad como “la facultad de no obedecer otra ley que no sea aquella a la que los ciudadanos han dado su consenso”.

Para Hegel, la historia de la humanidad es la historia de la libertad. En su visión de que la historia no es un cúmulo de eventos disociados sino que existe un orden hacia un fin, ese fin es la libertad.

También Benedetto Croce sostenía que la historia es la historia del progreso hacia cada vez mayor libertad. Pero no hay un punto de llegada donde se encuentre la libertad absoluta, Bobbio escribió: “No habrá un reino de la libertad total, como preconizaron y predicaron los utopistas sociales, no existe una libertad perdida para siempre ni una libertad conquistada para siempre: la historia es un entramado dramático de libertad y opresión, de nuevas libertades a las que contestan nuevas opresiones, de viejas opresiones abatidas, de nuevas libertades reencontradas, de nuevas opresiones impuestas y viejas libertades perdidas. Cada época se distingue por sus formas de opresión y por sus luchas por la libertad”.

La libertad es el sujeto mismo de la historia, es “un continuo y renovado intento de los individuos y grupos (pueblos, clases, naciones) de ampliar su propia libertad de acción (libertad negativa) y de formar el principio de autodeterminación contra la repetición, reproducción o adaptación a los distintos aspectos de las fuerzas opresoras”.

Siempre la conquista de la libertad es la conquista del poder, “la libertad de hoy es el poder del mañana (la financiarización del mundo o los monopolios tecnológicos, hoy; la inteligencia artificial, mañana), y el poder del mañana será una nueva fuente de falta de libertad para aquellos que queden sujetos a dicho poder”. 

Nietzsche, con su realismo subversivo, escribió: “Se desea la libertad mientras aún no se tiene el poder, cuando se tiene el poder, se desea el predominio: si no se consigue (si todavía es demasiado débil para ello), se desea la justicia, o sea, un poder parejo”. Todos somos débiles frente algo, la dialéctica es entre poder y libertad: el poder ideológico, el poder político, el poder económico, el poder mediático. 

“Cada vez que ciertas demandas de libertad se satisfacen, surgen otras nuevas, puesto que el hombre –escribió Bobbio– plantea el problema de su propia liberación en niveles cada vez más profundos”.

En síntesis, no importa si la persona es libre respecto del Estado si después no es libre en la sociedad. Escribió Bobbio: “Por debajo de la sujeción al príncipe (el Estado moderno) hay una falta de libertad más fundamental, más radical y más objetiva: la falta de libertad como sumisión al aparato productivo”. 

La libertad renace todo el tiempo en el seno de la no libertad. “Viva la libertad, carajo” sin definir a qué libertad(es) nos estamos refiriendo no es más que un eslogan de campaña, otro significante vacío.