COLUMNISTAS
LA LIGA CAMPEON, CRISIS DE ABSTINENCIA, CARPAS EN FUGA Y OTROS JUEGOS

Viva la vaca de Pink Floyd

I confess, se llamó en inglés y Mi secreto me condena para el mercado en español. La dirigió Alfred Hitchcock y la protagonizó el torturado Montgomery Clift en 1953 y yo mismo –eso sentí, al menos– durante la semana pasada, cuando se me ocurrió escribir que no había gritado los goles durante el Mundial ’78. Fue fatal.

|

“Así como no hay nada más tonto que tratar las cosas serias de una manera frívola, nada hay más divertido que tocar un asunto baladí sin dar sospechas de que lo sea.”

Erasmo de Rotterdam (1469-1536), carta a Tomás Moro sobre El elogio de la locura, 9 de junio de 1508.


I confess, se llamó en inglés y Mi secreto me condena para el mercado en español. La dirigió Alfred Hitchcock y la protagonizó el torturado Montgomery Clift en 1953 y yo mismo –eso sentí, al menos– durante la semana pasada, cuando se me ocurrió escribir que no había gritado los goles durante el Mundial ’78. Fue fatal. La mayoría no me creyó, la mitad me dijo de todo, algunos me acusaron “porque ahora hablar es fácil”, otros se solidarizaron piadosamente. He cometido un pecado mortal; lo sé. No es el único. Nunca vi un capítulo de Los Simpson, no me gustan los helados, como empanadas con cuchillo y tenedor, le saco la cebolla a la fugazetta, me gusta más Maju Lozano que Valeria Mazza, pero me quedo con otra adorable de Paraná que yo sé. Listo. Pueden hacer de mí lo que quieran.

Llegó el maldito receso invernal y la crisis de abstinencia empezó a hacerse sentir desde la noche del miércoles, pleno festejo de la Liga de Quito, campeón de la Libertadores. El sujeto futbolero comienza a ser devorado por la nada, la angustia del no ser. Sufre, invadido por la infinitud de la crisis del campo, la omnipresencia de la Tota Santillán. Una crueldad. Esos penales fueron nuestro último bocado.

La angustia me llenó de dudas mientras veía ese Maracaná helado, un vintage by Obdulio Varela, modelo 1950. ¿Recibirá el Patón Bauza ofertas para dirigir en Argentina, o sufrirá el Síndrome Pumpido por haber llevado a la victoria a un fútbol insignificante para nuestro monumental ego? ¿Acaso debería fumar habanos, al estilo Turco Mohamed, candidato para cualquier sillón vacío; o volver al lustroso panel de Fernando Niembro en la tele, que es para los entrenadores lo que el programa de Tinelli para el varieté nacional?

Ese chiquito Manso, ¿es aquel que en Newell’s deslumbró al Tolo Gallego pero jamás llegó a concretar lo que prometía? ¿Quién es ese tal Araujo? ¿De verdad jugó en Colón, Bieler? Diego Conca, ovacionado por 80 mil cariocas, ¿es el mismo al que nunca ponían en River? Santo estado de asombro, Batman. ¿Somos, como demuestra la historia, tan despiadados con nuestros talentos como para seguir empujándolos al exilio? ¿O es que el nivel de la Copa es, aceptémoslo con hidalguía, más bien tirando a berreta? Qué angustia, muchachos. ¿Quién comprará esa final del Mundial de Clubes en Japón entre el ejemplar equipo ecuatoriano y el sofisticado Manchester United? Un negocio bárbaro.

Todo es un agujero negro, como Racing. ¿Qué es más aburrido: el infinito candombe de su quiebra o el debate sobre las retenciones móviles? ¿Por qué nadie compra a Palacio? ¿De qué se ríe Aguilar? ¿Orteguita será Bukowski o Corbatta? ¿Alguna vez dirá algo políticamente incorrecto Russo? Ya nos pasamos la vida comiendo avellanas y turrones con 33 grados en Navidad y Año Nuevo, ¿es necesario, además, este parate invernal mientras en Europa toman solcito, si igual los jugadores se van cuando se les canta? ¿Por qué las pretemporadas se hacen siempre tan lejos? ¿Donde quedan las empresas de los “empresarios” del fútbol? ¿De qué escribo, eh?

Las tardes de domingo lluviosas eran una catástrofe para los niños de los 60. Sin picado en el campito, sin el gordo Muñoz en la portátil; la casa llena de primas, aburridos juegos de mesa, tías de labios como metrallas. Una porquería. Aquel fantasma aterrador nos acecha, amigos.

Para Sartre, la sensación de vacío es una fantástica oportunidad para un escritor: “Cuando no se tiene nada que decir, se puede decir todo”, explicó rebosante de insólito optimismo en un reportaje de 1973. Fue por vos, querido Jean Paul, que decidí perderme en la ciudad en busca de inspiración y un buen tema para esta columna. A falta de multitudes apasionadas por su divisa, pensé que sería bueno ser testigo de la noble contienda de la toldería del Congreso, esa tormenta de ideas de la argentinidad en fuga, desde ayer. Error. Salió un partido malo, como los que pelean por no descender; 0-0, juego trabado, tribunas vacías, final a lo Woodstock.

Las carpas K eran amplias, lindas, tenían techos dobles, plasmas, pequeños escenarios, enormes parlantes y una multitud de sillas esperando ser ocupadas alguna vez. La del campo jugaba de enganche, solita, pero fue reemplazada por la de Castells, más metedora; un cambio que enfureció a la hinchada. Los evangelistas hacían sonar a mil su repertorio temático de cuarteto y cumbia: que Dios los perdone. Por algún lado se colaba el inconfundible vibrato de Copani interpretando su hit de crisis, Cacerola de teflón. La hora, referí. Los del MAS, insólito, se mostraban como la tercera posición. Un movilero le pedía el número de celular a uno de los indígenas que reclaman por sus tierras usurpadas. Fotos con los telefonitos. Sonrisas.

—¡Aguante el campo! –gritó alguien, pañuelito de seda, boina y bigote.

—¡Aguante el gobierno popular! –me desconcertó una adorable niña de boca perfecta que me invitaba a no sé qué charla de La Cámpora.

—¡Viva la vaca de Pink Floyd! –respondí, dedo en alto. Ellos asintieron, cómplices. Fue la victoria total del surrealismo, compatriotas. Cuando por fin me libere de este estado de ensoñación, esta extraña performance será sólo un mal recuerdo; y el fútbol estará ahí, de regreso, listo para mostrarnos tal cual somos; tal vez con un poquito más de piedad; o apenas.