“Con una cosecha nos salvamos”. Por mucho tiempo este dicho campero describía muy bien la visión que el sector agropecuario tenía sobre su rol en la economía argentina. Por mucho tiempo se consideró al agro un factor de atraso y un baluarte contra la modernización. Era la época de la política acelerada de sustitución de importaciones y la inauguración del tipo de cambio múltiple que en realidad, enmascaraba una fuerte carga impositiva sobre las exportaciones de origen agropecuario.
Las razones esgrimidas por el consenso de transferir ingresos del sector primario al secundario se basaron, fundamentalmente, en la teoría del deterioro de los términos de intercambio, con origen en la Comisión para la Economía de América Latina (Cepal), perteneciente a las Naciones Unidas y cuyo mentor fue el economista tucumano Raúl Prebisch (1901-1986) que fue tan resistido como referenciado… mientras la tendencia secular era otorgar de ventajas a favor de la producción de países centrales, y en contra de los ingresos de los periféricos, como Argentina. Sin embargo, hubo casos que parecieron cuestionar, primero, estos postulados y luego, directamente, contradecirlos cuando productos primarios (como el petróleo y derivados, primero y otros del sector agropecuario, más tarde) mostraron cómo sus precios aumentaban más que el promedio y con eso, sus propios ingresos.
La producción agropecuaria es troncal para el PBI y también para recaudar
En Argentina, muchos ven el punto de inflexión con las innovaciones en métodos de labranza de la tierra y más tarde con la introducción de biotecnología en semillas que provocaron un salto en la productividad, justo, durante la peor época de precios internacionales. Todo el aumento de la rentabilidad de la producción agropecuaria durante los 90 se debió a estos factores y a un tratamiento fiscalmente benigno, especialmente con la eliminación de las retenciones a la exportación. Sobre todo, desde las movilizaciones sectoriales de 2008, pareció que la grieta en materia de política económica circulaba alrededor del tratamiento fiscal y cambiario (en definitiva, también tributario) hacia el agro.
Una posición bregaba por asegurar la transferencia de ingresos del agro hacia el resto de la economía, con el Estado Nacional como una virtual caja compensadora, reasignando prestaciones al electorado urbano (y sobre todo al suburbano) ya que allí se concentra el grueso de su clientela electoral.
En cambio, y con una mirada más de largo plazo, esta posición argumenta que el castigo fiscal (las retenciones, sobre todo) y cambiario (como al resto de exportadores, al obligarlos a liquidar en un valor irreal) en realidad, se trata de una transferencia de ingresos y por lo tanto de actividad económica, generación de empleos y recaudación fiscal local, hacia los conurbanos.
Un reciente estudio de la FADA sobre datos propios y del Indec, cuenta que en toda la cadena productiva se emplea a 3,7 millones de personas, con algunos distritos en que es la principal fuente de trabajo privado, 50% del cual en cinco cadenas de producción (bovinos, frutas y hortalizas, soja, maíz y trigo).
Por la sequía se perderán cerca de 20 mil millones de dólares en el saldo exportable
Este año la sequía, fruto del tercer año consecutiva de La Niña, tiró por la borda la ilusión de perpetuar un sistema que mostraba síntomas de agotamiento. En los últimos diez años Argentina cedió terreno frente a los dos principales competidores en materia de derivados de la soja: Brasil y Paraguay, que tienen, como también Uruguay, una política favorable al productor y exportador. Pero, además, todo el circuito de transferencia de ingresos que desde el punto de vista del desarrollo económico resigna recursos de un área competitiva a favor de otras que no lo son tanto, tendrá una merma de más de US$ 20 mil millones en el saldo exportable en esta pésima campaña. Las lluvias anunciadas para la próxima anticipan que todo podrá cambiar con el nuevo ciclo, que también coincidirá con una nueva administración.
Pero mucho más que un susto en un año de vacas (muy) flacas, el daño producido en todo un circuito productivo (menor recaudación fiscal en todos los niveles, menos actividad económica derivada y peores salarios) constituyen un llamado de atención para el diseño de política económica que, configurada como dependiente de la producción primaria, no constituyó reservas para afrontar estas contingencias ni ideó modificaciones al plan original que atendiera un nuevo contexto global.
A veces es necesaria la ausencia para revalorizar presencias.