No puede haber análisis sobre la crisis de representación de los partidos políticos que no incluya de entrada a los ciudadanos. El problema fundamental de los partidos políticos tradicionales consiste en que su lógica de construcción política deja por completo afuera a los representados. Esta lógica los excluye e invisibiliza. Ignora sus necesidades, sus intereses, sus expectativas, sus esperanzas y sus sueños. Se ha perdido la relación fundamental, con ese “otro” a quien nos debemos.
Esto es lo que debemos reconstruir. No es verdad que a la gente no le interese la política: no le interesan los modos de hacer política que los partidos ofrecen porque advierten con claridad cómo se hace política en su interior. No es verdad que la gente no entiende de qué hablamos los políticos: juzga que hablamos y proponemos cuestiones que les son ajenas. Los políticos nos hemos vuelto extranjeros.
Nos han desterrado porque nos hemos separado al confundir interés partidario con interés comunitario y dedicarle demasiado tiempo a disputar cargos en lugar de disputar mayor inserción y representatividad social.
El oficialismo cree liderar este proceso de recuperación y se equivoca engañándose y engañando a la ciudadanía deliberadamente.
Los intelectuales del Gobierno creen en los postulados de Antonio Gramsci, pero la praxis que éste impulsa es errónea: en vez de plantear la batalla cultural persuadiendo o ayudando al público para avanzar de “trinchera en trinchera”, pretenden copar o comprar todo “el campo de batalla”. Su mensaje verticalista, de dirección única descendente, les reserva el sitial de iluminados y a los ciudadanos el de la chusma. Esto es lo que padecemos cuando asistimos al abuso de la cadena nacional, nos invaden con avisos oficiales en Fútbol para Todos o asistimos a la pirueta papal con la que han pretendido apropiarse de la imagen de Francisco. El kirchnerismo dice representar al pueblo mientras, en la práctica, atropella y busca imponer un discurso único. Su verdad tiene que ser la verdad de todos.
Esta manera de concebir la comunicación política avergonzaría al propio Gramsci porque no trata de persuadir o ayudar a aflorar la conciencia de clase, sino de imponernos a todos una versión unilateral de la historia.
La fuerza de la representación, justamente, debe estar en el acompañamiento consciente y no en la imposición servil.
Quienes integramos los partidos denominados progresistas tenemos la obligación de denunciar estas prácticas denigratorias de los ciudadanos y de la democracia así como tenemos el deber de agudizar la imaginación para reconstruir el sistema de partidos de abajo hacia arriba, ensanchando los canales de expresión ciudadana y desenmascarando a las supuestas vanguardias iluminadas.
Ser progresistas no consiste en deformar la historia ni escribirla a nuestro antojo sino en propiciar mecanismos para que mejore la calidad republicana y la autodeterminación del pueblo.
Ser progresistas significa no tranzar con la vieja política clientelar ni con el populismo consignista ni con quienes se dicen demócratas olvidando el componente igualitario que debe acompañar la lucha por mayores grados de libertad.
Para volver del destierro y que los partidos sigan siendo el sostén democrático de la república, no tenemos que devolverle la política a la gente sino volver nosotros a la gente. Tenemos que gestionar con eficacia social promoviendo la participación deliberativa y mandataria de la ciudadanía.
Pensar que a la gente no le interesa la política es un craso error. Lo que a la gente no le interesa es que la política se haya transformado en un fin en sí mismo para el encumbramiento de un puñado.
Estar genuinamente atentos a las demandas sociales y ser consecuentes con ellas mediante nuestras acciones y propuestas revitalizará poco a poco a los partidos y, seguramente, nos ayudará a acabar con el destierro.
*Diputado Nacional y Secretario General del Partido GEN de la Provincia de Buenos Aires.