Los liderazgos tóxicos son aquellos que aplastan el surgimiento de otros, ahogando la renovación que precisa toda organización para evolucionar. Parecen males necesarios en esta época en que los partidos políticos dejaron de ser el espacio donde se instrumenta la representación social. Si no hay un sistema –los partidos políticos– que organice las sucesiones, vendrá un líder absoluto a darle curso a la imprescindible toma de decisiones. Una solución arcaica, simple, casi unicelular, donde hay un monarca, un amo feudal o un dueño. Así se están cristalizando nuestros dos campos políticos mayoritarios, uno en manos de Cristina Kirchner, y el otro, de Mauricio Macri.
Macri se vuelca a la derecha como en sus comienzos, y Fernández está tironeado por el veto de Cristina
Sus permanencias a pesar de la falta de éxito de sus presidencias son un síntoma de la debilidad institucional de los partidos políticos. Se agrega como causa de la repetición de las mismas candidaturas el aumento de la longevidad ya mencionado en esta columna anteriormente, sumado a lo costoso que resulta hacer conocido nacionalmente a alguien. Más aún, sería necesario que los partidos políticos pudieran institucionalizar el recambio interno como remedio a las candidaturas eternas que se dan en toda Latinoamérica.
Mauricio Macri se prepara para ser el líder del 40% (40,28%, remarcan, como si fuera un triunfo) de los votos, con la convicción de que podría volver a presidir Argentina en 2023. Su ejemplo es Sebastián Piñera (el partido del chileno se llama Coalición por el Cambio), quien terminó con los triunfos electorales continuos de la Concertación (en la mente del macrismo, equivalente al peronismo) ganando su primer mandato presidencial en 2010. Pero al terminarlo, en 2014, nuevamente retomó el poder la Concertación y volvió a presidir Chile por otros cuatro años su misma predecesora: Michelle Bachelet. Piñera se mantuvo activo políticamente, recuperó fuerzas y en 2018 volvió a ganar las elecciones. Pero él no había perdido la reelección en 2014, sino que la Constitución de Chile prohíbe las reelecciones y los presidentes deben esperar un turno para poder volver a presentarse como candidatos, mientras que en Argentina Macri sí las perdió. Paralelamente, Piñera había tenido una primera presidencia exitosa económicamente, y Macri, todo lo contrario.
Pero la capacidad de negación de la mente humana hace posible no registrar esas diferencias ni la situación actual de Piñera hoy en Chile, jaqueado por interminables protestas.
Macri ya se consumió gran parte del capital político de María Eugenia Vidal al no permitir el desdoblamiento de las elecciones en la provincia de Buenos Aires. Si quisiera seguir siendo el conductor del PRO de la misma forma en que lo fue hasta ahora, podría terminar, consciente o inconscientemente, consumiéndose el capital político de Horacio Rodríguez Larreta, el único triunfador que le queda al PRO. Colocar a Patricia Bullrich a presidir el partido no sería una buena noticia para Rodríguez Larreta. El despido del secretario de Salud radical, Adolfo Rubinstein, tampoco es un hecho alentador para la relación de Macri con la UCR. Cada vez más radicales ven a Macri más conservador que liberal, alejándose al mismo tiempo del centro ideológico no solo del promedio de la UCR sino también, y a veces más aún, de Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal.
Cristina Kirchner volvió de Cuba y en una sola reunión arrasó con las versiones sobre el elenco de gobierno que había planificado Alberto Fernández, dejando en evidencia públicamente que, aun habiendo sido electo presidente, el poder de la vicepresidenta podría ser mayor.
En el mundo de los gestos que es la política, que el presidente fuera a la casa del vicepresidente y no al revés tiene un simbolismo que ninguno de los participantes ignoraba. Y que en ese cónclave de mesa chica Cristina Kirchner estuviera acompañada de su hijo, Máximo, tampoco iba a pasar inadvertido.
A partir de allí comenzó la pública capitis deminutio de Alberto Fernández, con versiones que ubicaban a Carlos Zannini como procurador del Tesoro –quien conduce a los abogados del Estado– y a Cristina Kirchner vetando a Vilma Ibarra como secretaria de Legal y Técnica (fue autora en 2015 del libro crítico Cristina vs. Cristina, el ocaso del relato), y a Guillermo Nielsen al frente del Ministerio de Economía (Hacienda). Además de los movimientos en el Congreso que obligarían a Alberto Fernández a hacer modificaciones en su gabinete, como recibir al senador cordobés Carlos Caserio y al diputado Agustín Rossi como ministros de Transporte y Defensa, para dejar lugar a que presidan el bloque de senadores del Frente de Todos el senador José Mayans (del siempre disciplinado peronismo de Formosa) y el bloque de diputados Máximo Kirchner. Para completar el cuadro, el presidente provisional del Senado sería su incondicional y recién electo senador por Neuquén, Oscar Parrilli.
Si hubo en la campaña la necesidad de esconder a Cristina Kirchner, otro gesto más que se interpreta como señal de que ahora es todo lo contrario será la ceremonia de asunción de Alberto Fernández en el Congreso, como quería la ex presidenta que fuera la jura de Macri en 2015. Y en esta oportunidad quien le tomaría juramento a Alberto Fernández sería nada menos que quien presidirá la Asamblea Legislativa como presidenta del Senado, la vicepresidenta Cristina Kirchner.
Acabada la campaña, cada sector de la grieta vuelve a polarizar, exhibiendo su verdadera naturaleza
Hay quienes consideran que hubo una sobreactuación de antinorteamericanismo de Alberto Fernández en la crisis de Bolivia porque, de esa forma, compensaba la necesidad de acercamiento a Estados Unidos que deberá realizar para renegociar la deuda con el FMI. Será complejo ejercer la presidencia si continuamente tiene que satisfacer a Cristina Kirchner, además de sortear las dificultades propias: se cayó el viaje a Francia para reunirse con Macron, y trató de compensar con otro a Alemania para reunirse con Angela Merkel pero tampoco le salió.
Epílogo. Durante la campaña electoral hubo un momento en el que parecía estar germinando en los bordes de la grieta la tercera vía. Se creyó que el no despegue de la candidatura de Roberto Lavagna no impedía a la parte de la sociedad que demandaba ofertas más moderadas influir sobre un giro al centro tanto en las propuestas del Frente de Todos como de Juntos por el Cambio. Pero sin campaña ni apremio electoral, cada sector pareciera volver a recostarse sobre sus alas más extremas.