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Waiting for the Mundial

Faltó mi maestra. Nos repartieron. Me tocó ir al aula de los de séptimo. El maestro era Alfredo Chitarroni. Fue increíble.

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Faltó mi maestra. Nos repartieron. Me tocó ir al aula de los de séptimo. El maestro era Alfredo Chitarroni. Fue increíble. Estaban leyendo en voz alta trabajos de redacción y uno de los alumnos leyó un cuento de ciencia ficción. El maestro lo comentaba con gracia y toda la clase parecía electrizada. El maestro tenía también un equipo de fútbol que jugaba los intercolegiales que se llamaba Gallardo. Llegué a séptimo, jugué en Gallardo de siete. Chitarroni me pidió que intercambiara mi posición con el once, que nos cruzáramos cuando nos pareciera, entrando por cualquier lugar del frente de ataque.

 Yo era un alumno muy malo. Un día me preguntó qué me gustaba hacer, porque me dijo que así no podía seguir. Le dije que me gustaba escribir. Me dijo que trajera algo de lo que escribía. Escribí un relato y se lo llevé. Apareció con mi relato, que yo había narrado con letras cursivas y con ilustraciones, pasado a máquina, abrochado con ganchitos y con los lugares libres para que lo ilustrara. Me había devuelto un libro, una edición única que se quedaron mis padres. Me dijo que iba a pasar de grado porque sabía hacer algo. Supongo que los entrenadores tienen que hacer eso, emanciparte.

No se puede jugar bien si no tenés un entrenador que te emancipa. Este mundial que termina dejó entrenadores de ese tipo: el de Bélgica, por ejemplo, que puso a Lukaku en una posición nueva frente a Brasil y que lastimó al equipo de Neymar de muerte. Ahora miro al entrenador de Croacia. Siempre está con camisa y pantalones, vestido como si fuera a tomar algo, de parado, en la barra de un bar. Contrasta con el DT británico, que parece un broker de Wall Street, de chaleco y corbata, muy parecido a Gordon Gekko. Pero el entrenador más increíble fue el que estuvo atrapado en una cueva tailandesa, con su equipo de fútbol infantil. En principio, se lo acusaba por su impericia de haberlos llevado ahí cuando empezaba a llover. Como el Lord Jim de Conrad, cometió un error letal. Pero como Jim, también se redimió. El entrenador tenía un pasado en monasterios budistas, controló la ansiedad de los chicos y les hizo practicar meditación. Los chicos confiaron en él y hoy están todos a salvo.

No sé qué tiene en carpeta la AFA para cuando termine la novela de Sampaoli, pero yo trataría de contactar a este tipo y le ofrecería la dirección técnica de la Selección.