Abro la computadora y descubro en el correo de la mañana un mensaje cuyo tema es “Witold Gombrowicz y Blaise Pascal”. Con otros encabezados, la experiencia se repite cotidianamente desde diciembre pasado y cada día llega un artículo en el que Gombrowicz viene acompañado por Joyce o por Simone de Beauvoir, pero también por Perón o por César Aira e incluso por apellidos polacos tales como Iwaszkiewicz o Nowinski que en algún caso resultan escritores y en otros banqueros o amas de casa que conocieron a Gombrowicz durante su estadía en la Argentina.
Los mails no son exclusivos. Mi dirección es parte de una larga lista de destinatarios y los 189 mensajes no solicitados que recibí hasta el momento son parte de una serie mucho más amplia que a su vez constituye sólo una sección de una obra colosal e infinitamente ramificada que tiene como centro exclusivo a Gombrowicz y de la que es responsable Juan Carlos Gómez, un discípulo a quien el maestro llamaba “Goma” y que desde hace muchos años se dedica a cultivar la memoria del escritor y a desarrollar su pensamiento mediante escritos variados que van desde la reflexión estética y filosófica a la difusión de sus anécdotas (una mezcla que hace honor al estilo del homenajeado).
Gómez ha publicado un libro con las cartas que Gombrowicz le dirigió entre 1957 y 1969, y otro que se llama Gombrowicz, este hombre me causa problemas, además de esta colosal serie de notas que se pueden leer en Internet y que distribuye a diario.
Estos artículos están agrupados bajo el nombre genérico de Gombrowiczidas, pero —si no entendí mal— gombrowiczidas son también para Gómez los admiradores de Gombrowicz, aunque la palabra haga pensar más bien en sus asesinos. Sin intentar una interpretación psicológica, parece indudable que una obsesión como la de Gómez le debe causar efectivamente problemas. Entre ellos, no es menor el de las conflictivas relaciones con el mundillo de la cultura local, que no es menos hostil en 2009 que en 1945. Por eso, una parte de los textos gombrowiczidas se ocupa de la trastienda literaria y de los choques que Gómez mantiene con sus figuras principales o secundarias. Así es como se encuentran fragmentos como “sería hora de que el Buey Corneta, un representante de la ambigüedad y del mundo florido, dejara de llenarse la boca con Gombrowicz al que sólo utiliza de adorno y para darse tono”, o “El Vate Marxista y el Filósofo Payador contribuyeron en forma originaria a crear alrededor de Gombrowicz un mito nativo contra el cual se rebelaron algunos escritores argentinos como el Casanova”. Es cierto que la identificación de los personajes resulta un poco críptica, pero cada tanto Gómez envía una lista con el quién es quién compuesta por entradas como “Orate Balaguer: Enrique Vila-Matas; escritor” o “Farsante Ambulatorio: Juan Pablo Correa; periodista”.
¿Está loco Gómez? Sí, probablemente, pero eso no quiere decir mucho. Especialmente porque el intento por mirar el mundo a partir de una vida y una mente tan singulares como las de Gombrowicz, que se deslizaba sin dificultad entre la miseria y la gloria, lo concreto y lo abstracto, lo alto y lo bajo, lo nacional y lo cosmopolita, la comedia y la tragedia, resulta una empresa intelectual tan legítima y fascinante como las mejores. Tal vez Gómez resume el sentido de su propia obra cuando habla sobre Gombrowicz o la seducción, la película de Alberto Fischerman en la que cuatro discípulos evocan al maestro. En ese artículo sostiene que en lugar de otra adaptación banal de Gombrowicz al cine, Fischerman advirtió que estaba frente a su “obra maestra secreta”: las huellas que había dejado en esos jóvenes y en particular en el Goma, dedicado a vivir en un universo gombrowicziano y a hacer perdurar la aspiración de rebeldía y de grandeza que le fue transmitida y que desde entonces lo posee. Por eso vale la pena esperar esos mails cada mañana.