Como en otros órdenes de la vida, la política puede entenderse como concatenaciones y ensamblajes entre acontecimientos y esperas. Los últimos 40 días fueron pródigos en acontecimientos (enfermedad de la Presidenta, resultado de las elecciones, fallo de la Corte sobre la Ley de Medios). Pero tanta vorágine de hechos apareció atravesada por la expectativa sobre lo que hará Cristina Kirchner cuando retome sus funciones.
Luego del alta médica definitiva, el retorno de la Presidenta resulta inminente. Lo cual actualiza recurrentes interrogantes: ¿cómo retornará?, ¿realizará cambios en su gabinete?, ¿tomará alguna medida en materia económica? Sin embargo, subsiste un interrogante subyacente al resto: ¿realizará cambios en el modelo o, por el contrario, lo profundizará?
La avidez de novedad, esa actitud existencial postulada por el filósofo Martin Heiddeger cuya expresión más simple es la ansiedad informativa, suele impulsarnos a la constante espera de que algo distinto ocurra. Por su esencia, la avidez de novedad puede propiciar confusión entre el deseo y la realidad. Desde esa lógica, muchas voces críticas al oficialismo parecen decir: “Luego del traspié en las elecciones, la Presidenta se verá obligada a cambiar; queremos entonces enterarnos de cuál será ese cambio”.
En contraposición, los más escépticos entienden que si hay algo que Cristina nunca hará es realizar un cambio que justifique haberse anoticiado de la pérdida de alguna batalla. Argumentan, quizás con razón, que tal proceder resulta ajeno al ADN y al historial kirchnerista. Paradójicamente, la predicción de los opositores escépticos –aunque acompañada por valoraciones opuestas– suele coincidir con lo que expresa el ala dura del oficialismo, cuando insiste en sentenciar alguna variante del “ahora más que nunca es necesario profundizar el modelo nacional y popular de crecimiento con inclusión”.
En términos de la denominada teoría de juegos cabría decir que se asiste al turno de Cristina. Mientras la Presidenta no defina su juego, nadie (ni oficialistas ni opositores) tiene del todo claro qué es lo que debe hacer. En cambio, cuando Cristina esté nuevamente operativa, su estrategia habrá quedado determinada y, por consiguiente, esa incertidumbre se habrá despejado.
Si los hechos resultan tan descarnadamente elementales, es decir, si la aparición de Cristina es inminente: ¿cómo explicar la insistencia en conjeturar qué es lo que ella hará, cuando lo más sencillo sería esperar a que lo haga?
Me aventuraría a concluir que la avidez de novedad es ese sentimiento impostergable que nos impulsa a reemplazar con representaciones probables la ausencia de hechos consumados. Razón por la cual, mientras nos mantenemos a la espera de los hechos objetivos, no podemos renunciar a generar ese cúmulo de lucubraciones que nos permite aminorar la ansiedad de la incertidumbre.
Personalmente pienso que asistiremos, otra vez, a una Cristina pretendidamente distinta que no podrá dejar de deslizar que es esencialmente la misma. Pero, como tantos otros, estaré allí, expectante. Escuchando cómo la realidad del acontecimiento sustituye la irrealidad de lo conjeturado durante el tiempo de la espera. Dejándome llevar por la avidez o por el deseo secreto de que algo suceda, aun cuando descrea que eso sea demasiado distinto de lo esperado
*Director de González Valladares Consultores.