COLUMNISTAS
MAS SOBRE EL MAESTRO Y UNA APROXIMACION AL INSOLITO IDIOMA DEL FUTBOL

¿Y cómo lo vió, Borges?

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“Cada gol es siempre una invención, es siempre una perturbación del código: todo gol es ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Precisamente como la palabra poética.”

Pier Paolo Pasolini (1922-1975), de su ensayo sobre fútbol, publicado en “Il Giorno”, el 3 de enero de 1971.

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Desayuno frugal: té, leche y cereales para él, un cortado para mí. Esta vez Borges pensó en un lugar más cercano a su departamento de la calle Maipú para el encuentro. Me citó a las 7.45 en el Dorá, el hotel donde solía almorzar arroz blanco hervido con poca manteca y su postre preferido, una porción de dulce de leche. Allí estuve, puntual.

—¿Cómo anda, maestro? Otra vez viajando por el tiempo, veo. ¿Sigue con esa loca idea de escribir sobre fútbol o volvió a odiarlo, como toda la vida?

Borges se inclinó, devoró una cuchara de Corn Flakes, secó sus labios con la servilleta blanca y recién entonces sonrió pícaramente.

—El football es una desgracia estética, Asch, pero he tomado la precaución de ser ciego, así no lo sufro tanto. Como esta vez no deseo caer en la tentación de la prosa, preferiría, si tiene usted la gentileza de auxiliarme, hablar por radio. Quiero ser comentarista.

El cortado se detuvo a mitad de camino. Quedé con la boca entreabierta, paralizado. Mi impulso inicial fue escandalizarme, pero me contuve. Por alguna extraña razón la idea empezaba a gustarme. Si hasta yo, que siempre escribí para el olvido –eso cree Borges que hacemos los periodistas: lo dice en Utopía del hombre que está cansado–, me atrevo a opinar, ¡cómo un ciego genial no va a poder comentar fútbol!

—Quizá a usted esta desdichada pretensión mía le parezca algo imposible...

—¿Imposible? No. ¡Esto es Argentina, Borges! Mire la gente que sale en los medios. ¡Y los que se candidatean a la presidencia! ¡Por supuesto que voy a ayudarlo! Mmm… A ver.

Comencé la improvisada clase con las sentencias futboleras clásicas. A saber: 1) Dos cabezazos en el área es gol. 2) Técnico que debuta gana. 3) Los ex siempre embocan a sus viejos equipos. 4) Penal bien pateado es gol. 5) El 2 a 0 es el peor resultado. 6) La verdad está en el verde césped.

Borges quedó impresionado.

—La verdad. Qué tema, ¿verdad? Dígame algo: ¿esa redundancia final es algo deliberado? Deberían intentar con un oxímoron. ¿Qué tal “césped azul”?

—Desconcertante. Pero mejor que usar “capaz” en lugar de quizá, o “demasiado” en lugar de muchísimo. Ah, le sumo dos más: “Partidos son partidos” y “Hasta el minuto 90 todo puede pasar”.

—Ah, los griegos. El racionalismo en Parménides: “Lo que es es”, el devenir que fluye en Heráclito... Por cierto, ¿no advierte un fatalismo desmesurado en esas afirmaciones? ¿En qué se basan, Asch?

—En nada. Cada tanto suceden, y cuando eso pasa todos creen que siempre pasa. Así, a fuerza de repetición, se hicieron dogma. Pero ese fatalismo convive con la incertidumbre, lo aleatorio. “Me tocó jugar”, “me tocó salir”, “me tocó irme”, repiten todos, subyugados por lo azaroso. ¿No lo entiende, Borges? No importa. Total… ¡es fútbol!

—Tiene razón. Mejor hablemos sobre los personajes. ¿Cómo debo tratarlos?

—Mencione siempre, completos, cada uno de sus nombres y apodos. Cuando charle con uno de ellos, trátelo como a un viejo amigo. Pero si una noticia lo involucra, despersonalícelo. Conviértalo en objeto. Refiérase a él como “el jugador”, así, sin nombrarlo.

—¿Y cómo sabré qué decir después de cada jugada? ¿Cómo explicarlas?

—Fácil. Si es gol, diga que los defensores perdieron sus marcas y si no, que los delanteros definieron mal. Juzgue cada contingencia como intencional. Un jugador no “falla”: regala, devora, desperdicia, entrega, rifa. Cuando terminen en cero, diga: “Las defensas superaron a los ataques”, y todo lo contrario si hay goleada. ¿Si aburren? Recurra a la figura del “partido táctico”, pensado como una partida de ajedrez. ¡No falla!

—Caramba. Esto me recuerda algo que sucedió hace años, cuando para honrar a mis amigos de Boedo, acepté ser de San Lorenzo de Almagro. Noté que casi nunca ganaban, pero ellos, con razón, me explicaron que el resultado era secundario y que ese cuadro era el más “científico”. Se ve que no sabían ganar, pero lo hacían metódicamente.

—Como Racing, Borges. Ah, la última: si habla con alguien al término de un partido, sus preguntas deberán ser cortas, aptas para responderse con una afirmación. Por ejemplo: “¿Fue importante hacer el gol del triunfo?” “Bueno, sí, por supuesto…”. Y así.

Demasiada información. Borges parecía agotado, sobre todo después de advertir figuras a las que juzgó banales (el “hambre” como deseo o virtud) o perturbadoras (“hacer tiempo” como especulación). Peor fue cuando supo del uso cotidiano de “aguante” como sinónimo de valentía. Eso lo demolió.

—¿Tener… aguante? –preguntó sin esperar respuesta.

Entonces Borges apoyó sus manos sobre el bastón, estiró el cuello y repitió la frase. La misma que dejó caer la primera vez que escuchó hablar de un tal Galtieri, un general “que pretendía convertirse en un segundo Perón”.

—Qué aspiración tan modesta –susurró, antes de volver a su taza de té y elegir el silencio.