En tiempos de elecciones, está claro que lo único que parece importarles a los políticos es un lugar en las listas. Quienes arman esas listas lo hacen con el único objetivo de ganar, sin importar demasiado qué harán ni cómo harán para gobernar después. Sin embargo, ¿qué debería importarnos? ¿Y qué deberíamos exigirles a esos políticos para que votemos por ellos?
Lo primero que deberíamos exigirles sería que tengan una propuesta concreta de cómo mejorar el bienestar de todos los argentinos. Obvio que el bienestar no se agota solo en cuestiones económicas. Hay otras que preocupan y que deben formar parte de cualquier agenda de gobierno: la seguridad, la salud y la educación son prioridades impostergables que hacen al bienestar de todos. Pero también sabemos que sin estabilidad macroeconómica y sin crecimiento es muy difícil que la Argentina pueda resolver estas otras cuestiones de manera eficaz y sustentable en el tiempo.
Además, las carencias y las urgencias se multiplican con la inflación, la pobreza y la falta de crecimiento y de creación de empleo, causando cansancio e irritación. En este marco, la demanda de un programa para sacar al país de este fracaso económico parece rendirse ante “el voto en contra de”. De esta manera, se les hace fácil a los políticos, no tienen necesidad de decir qué es lo que piensan hacer. Estamos a días de una nueva elección que pone a la Argentina de vuelta en una bisagra histórica, y solo contamos con especulaciones acerca de cuáles podrían ser las intenciones de los principales candidatos. Insistimos: ¿qué debería importarnos? ¿Qué deberíamos exigirles a esos políticos para que votemos por ellos?
En la literatura económica existe un consenso bastante amplio acerca de que no se llega al crecimiento económico sostenido siguiendo un solo camino. No obstante, sí hay coincidencias y evidencia empírica acerca de que existe una serie de ingredientes que están presentes en mayor o menor medida en todos los países que han tenido éxito. En particular, se destacan la necesidad de contar con una macroeconomía estable, la apertura a la competencia externa e interna, la protección de los derechos de propiedad y una fuerte preferencia hacia el futuro. Tratemos entonces de ver por qué deberíamos estar todos de acuerdo en defender estos principios, desde diferentes intereses de clase o sectores. Y por qué algún político también debería ser capaz de proponer algo similar.
Todos deberíamos defender la estabilidad. El problema es que, a pesar de que se conocen las consecuencias de no corregir a tiempo los desequilibrios macro, no hay ningún actor económico, político o social dispuesto a renunciar a alguno de sus privilegios, a pagar algún costo, aun cuando haciéndolo antes de la crisis dicho costo resulte inferior al que se termina pagando luego de la crisis. La palabra “ajuste” ejemplifica los temores que encierra la estabilización macro. Pero todos perdemos mucho más frente a un ajuste parcial, incompleto o que no se hace a tiempo y que, luego, hay que hacer forzadamente porque no queda otra.
Si usted es un empresario pyme o un trabajador del sector privado, y forma parte de la amplia clase media argentina, y escucha hablar de apertura y de integración de mercados o de libertad económica, enseguida piensa en cierres de empresas y pérdida de empleos. Pero la apertura de la economía, el crecimiento del comercio y la competencia han sido señalados como variables significativas a la hora de explicar por qué la productividad –y por lo tanto el crecimiento– de algunos países o regiones supera a la de otros. Cuanto más eficientemente, más productivamente se utilizan los recursos, más se crece. Si la economía está abierta al comercio internacional, el sistema de precios interno responderá a las señales de precios globales, y la inversión se canalizará a los sectores más competitivos a escala global, aumentando la productividad total de la economía.
Si usted es una joven que aún no ha salido al mercado de trabajo, debería ser la principal interesada de todas –independientemente de su pertenencia social– en que, de una buena vez, los políticos se ocupen del futuro. Básicamente porque hace ocho décadas que la Argentina viene haciendo exactamente lo contrario (de los países con éxito económico). Tanto es así, que es el único país que desde la posguerra, en lugar de desarrollarse, se ha subdesarrollado. Por ejemplo, y aunque resulte políticamente incorrecto decirlo, llevamos ya dos gigantescas transferencias intergeneracionales de ingresos que en lugar de mirar al futuro miraron al pasado. La privatización de YPF en la primera mitad de los 90 y la moratoria de 2016 se utilizaron para incrementar los ingresos de los jubilados. Cuando tanto la teoría económica como la evidencia empírica indican que esos recursos hubieran sido extraordinariamente más productivos de haber sido destinados al cuidado (salud y educación) de las generaciones más jóvenes.
Por último, si usted está leyendo esta nota y es un político, de seguro ya sabe que el éxito económico de los países no es independiente de los gobiernos. O, dicho de otra manera, que la política, los políticos y los gobiernos influyen de modo crucial sobre los resultados económicos. Pero cuidado, tal vez valga la pena que precisemos de qué forma pueden hacerlo. En primer lugar, no es una cuestión de tamaño, sino más bien de valores y de funciones. No se trata de tener un Estado grande, sino uno que persiga el bienestar de todos (y no el de los que están en el poder y sus aliados y amigos) y que gestione eficientemente recursos limitados para proveer algunos bienes públicos que no son factibles de ser provistos por el sector privado. Pero claro, para eso hay que achicarse, renunciar a muchos privilegios y, sobre todo, aprender a hacer política priorizando el futuro, el largo plazo, sin recurrir al recurso del pobrismo (la utilización de los pobres en su condición de ser tales). Porque, lamentablemente, el cortoplacismo y la pobreza endémica en Argentina son en buena parte resultados de una lógica proselitista que solo entiende la política cuando ella involucra la dádiva, el subsidio y el gasto público con olor a favor de amigos.
Si hay políticos dispuestos a estos renunciamientos, hay chances todavía de salir del fracaso.