El Excelentísimo Señor Jefe de Gabinete de Ministros de la Presidencia de la Nación se ha ocupado de mí esta semana y no quería dejar pasar la oportunidad de agradecérselo en público.
Al haberme citado con nombre y apellido en el blog al que dedica buena parte del tiempo por el que se le liquida un sueldo con dinero de los impuestos que pagamos todos (ojo que el laburo también le deja espacio para salir por tele y radio y para twittear a lo pavote), Aníbal Fernández punto com logró hacerme sentir una persona verdaderamente importante.
Todo un sujeto noticioso.
Un amigo mío solía divertirse afirmando que el secreto de hacerse famoso radica en el simple hecho de hacer lo suficiente para que “se hable de uno, aunque sea... bien”, cosa que Don Aníbal no hizo conmigo, desde luego, dado que el susodicho ahora suele hablar bien sólo de la Presidenta, del ex presidente, de sí mismo y de pocos más, como antes lo hizo de Duhalde, de Menem, de pocos más y de sí mismo.
Ya soy famoso, pues. ¡Qué lindo! ¡Gracias, jefe! Ahora, al grano.
Aníbal F me ha incluido entre quienes él llama “nuevos sofistas de la prensa nacional”, supuesto antihomenaje a aquellos pensadores griegos denostados por Sócrates, Platón o Aristóteles, que los consideraban unos “embaucadores” que “venden su sabiduría por dinero a todo el que lo desea” y engañan a todo el mundo gracias a una “dialéctica tramposa”.
Me considera, además, integrante de esa supuesta cofradía de “profetas del odio y la mentira que nos contaminan todos los días” que anidaría en este diario, en La Nación y, obviamente, en Clarín, y que ha hecho su razón de ser del andar desparramando por ahí un sinfín de “chafalonerías mediáticas”, es decir, de inservibles bijouteries, espejitos de colores, chatarras y baratijas como los que los hermanos Pizarro usaron para coronar al inca Manco Capac II, convenciéndolo de que era el monarca ideal de un pueblo grandioso e independiente, y dejándolo luego en pampa y la vía.
Para el jefe de Gabinete, los periodistas que no logra editar en su despacho son nada más que despreciables opositores. Es impresionante la cantidad de adjetivos que maneja el funcionario de los grandes bigotes, arma por varios cuerpos preferible a otra clase de dichos con que alguna vez logró atemorizar a un periodista del diario La Nación y que conté en mi libro Patria o medios, publicado hace ocho meses, sin que nadie la desmintiera hasta el momento. Resulta que dicho periodista había escrito una nota que desagradó a Fernández y éste, al cruzárselo por los pasilllos de la Casa Rosada, le dijo:
—Si seguís escribiendo esas cosas, un día vas a aparecer con las piernas rotas –desatando un muy desagradable episodio que acabó con Aníbal F pidiéndoles disculpas a los más altos directivos del mencionado matutino.
Si uno no supiera estas cosas, si el hombre que inventó el Fútbol para Todos no fuera el virtual jefe político de la ascendente barra brava de Quilmes, si no hubiera estado prófugo alguna vez y no se hubiera vinculado a personas de su entorno en episodios que involucraron incluso a un cadáver guardado en un freezer, el hecho de que Aníbal Fernández me describa como una soberana porquería no superaría lo anécdótico y podríamos pasarnos toda la noche leyendo su blog y matándonos de risa, hasta que salga el sol. Pero sus dichos marcan. Escrachan. Laceran la investidura y la seriedad de quien debería estar más adiestrado en el arte de parar la pelota que en tirarla a cualquier parte o en romper piernas, por más metafórica que resulte la expresión.
Lo más curioso de todo es que Don Fernández saltó como saltó cuando varios medios coincidimos en señalar, desde distintos enfoques, el daño anexo que había causado a la estrategia política oficial la eliminación de la Selección en Sudáfrica, 4-0 alemán mediante. Para él no ha pasado nada, ni nadie usó ni pretendía usar la imagen de un Maradona ganador. Casi que le vino bien la derrota, al jefe.