Primero lo primero. La del pasado domingo fue una gran elección de Lula. Veamos los datos que son los que valen. Estos son los votos recibidos por el PT en primera vuelta desde la primera elección del exmetalúrgico:
- 1989:16,08% (Candidato Lula)
- 1994: 27,04% (Candidato Lula)
- 1998: 31,7% (Candidato Lula)
- 2002: 46,44% (Candidato Lula)
- 2006: 48,61% (Candidato Lula)
- 2010: 46,91% (Candidata Dilma)
- 2014: 41,59% (Candidata Dilma)
- 2018: 29,28% (Candidato Haddad)
- 2022: 48,43% (Candidato Lula)
Este año, el escrutinio delineó un escenario de extrema polarización, en el que los dos candidatos principales se quedaron con más del 90%, la concentración más alta en tres décadas de los sufragios, devorándose a los y las postulantes menores y probando, una vez más, que en esta etapa y por lo menos a nivel regional, las avenidas del medio no son anchas ni angostas, sino que no existen.
Tal como lo señaló Alfredo Serrano Mancilla: en este sentido, quien no se equivoca es el presidente AMLO en México; logró un histórico de votación en 2018 sin acudir al centro y polarizando contra un modelo injusto y caduco. En Bolivia, tanto con Evo como ahora con Luis Arce, lo mismo: el eterno intento de centro de Carlos Mesa siempre quedó lejos de la mayoría. En Perú, las opciones de centro no pasaron a segunda vuelta (ni Guzmán ni Forsyth ni De Soto). En Chile tampoco (ni Parisi ni Provoste). En Ecuador, lo mismo (ni Hervás ni Yaku). Y en Colombia, el centro (por la Esperanza) fue el espacio político menos votado en la consulta que tuvo lugar el pasado mes de marzo. Gustavo Petro, por el contrario, sin buscar el centro logró una votación récord para la izquierda con una clara propuesta.
Industria. Vamos ahora a intentar desplegar algunos apuntes para un análisis cualitativo de la elección. Lamentablemente como sabemos, en los últimos años se produjo una fuerte desindustrialización del país, que afectó el desarrollo de los parques industriales también. En este contexto de reprimarización económica y su secuela de desempleo, informalidad y carencias extremas crecientes, Lula perdió la centralidad electoral de los trabajadores industriales. En definitiva, cambió la base electoral producto de transformaciones estructurales tras décadas de neoliberalismo y también de los límites de su segundo gobierno y los estragos del gobierno de Dilma Rousseff, tuvo más que ver con el modelo neoliberal clásico que con una propuesta popular democrática. Es ese cambio en el electorado lo que el politólogo brasileño André Singer, portavoz y secretario de prensa de Lula hasta 2006, ha denominado “lulismo”.
Por este motivo, sostener que Jair Bolsonaro y sobre todo el bolsonarismo social, es hijo de las redes o fenómenos coyunturales es una tontera o una sentencia engolada, típica de consultores livianos. La bestia y su cría social muy extendida es hija básicamente de las transformaciones estructurales de la sociedad brasileña, con la reprimarización como eje y complementariamente la persistencia a lo largo de los años de una cultura de ultraderecha en parte extendida de la sociedad brasileña, a la que se agrega apenas como impacto lateral el fenómeno de redes. En ese orden.
Volviendo a las transformaciones estructurales que dan fundamento a la nueva dinámica electoral, recordemos que la participación de la industria en el PBI de Brasil cayó del 35% en la década de los 80 al 15% en 2012 y no mejoró.
La intensa caída del PBI a mediados de los 80 se produjo después de haber crecido significativamente a lo largo del período 1940-1980, como resultado del esfuerzo industrializador hecho por la economía brasileña en aquel período. Sin embargo, la crisis de la deuda externa y el proceso de hiperinflación vividos pusieron fin a ese esfuerzo industrializador debido al agotamiento de la capacidad de financiamiento del Estado y los problemas asociados con la hiperinflación, como la falta de previsibilidad de los precios y la escasez de crédito de largo plazo, que interrumpieron los procesos de inversión en la industria. La apertura comercial abrupta de los 90, sin dotar a la actividad industrial de condiciones mínimas para enfrentar la competencia externa que se evidenciaba en aquel período, generó esa acelerada pérdida de participación del sector en el PBI.
La caída persiste por lo que no sorprende entonces estructuralmente que Lula pierda centralidad electoral sobre los menguados trabajadores industriales y se produzca un cambió en su base electoral.
Fue básicamente la combinación entre una coyuntura económica negativa que empezó en 2015, aun en el gobierno neoliberal de Dilma, la reprimarización estructural de la economía y una tradición ideológica de derecha racista que tiene una larga historia en el país, la que generó las condiciones para el surgimiento de Jair Bolsonaro y el bolsonarismo social y la consolidación del nuevo Lula y el lulismo.
Al analizar la desindustrialización y la pérdida de predicamento del lulismo sobre los trabajadores industriales, señalemos que San Pablo, según dato de 2015, cuenta con 458 distritos industriales, 168 condominios empresariales, 41 clusters, 3 polos industriales y 20 parques tecnológicos diez veces más que el segundo distrito industrial.
Como los datos no admiten opiniones o, mejor, las acotan mucho, veamos los resultados de San Pablo, por lejos la gran capital industrial de Brasil y otrora bastión del PT y el Lula de los orígenes: Bolsonaro 47,7%, Lula 40,8%.
Una derrota contundente del lulismo donde se invirtió el resultado nacional, y los 7 puntos de ventaja fueron para el candidato de ultraderecha. Fenómeno muy interesante ya que el estado sigue siendo el colegio electoral brasileño más grande, con el 22,16% de todos los votantes. Esto significa que uno de cada cinco electores del país vota en San Pablo, donde Lula perdió categóricamente.
Tal vez el lulismo intente recuperar trabajosamente votos del proletariado industrial paulista defraudado, pero seguramente irá por más votos del subproletariado residente masivo del noreste, ultrapobre. Es una estrategia razonable dada, como dijimos, la dinámica electoral que impulsó la reprimarización económica y las frustraciones con el PT tras la experiencia de sus últimos gobiernos
Es ese el cambio más notable en el electorado y la arquitectura de la coalición que encabeza hoy Lula y que denominamos lulismo, que explica la hegemonía nordestina en la estrategia electoral de Lula y su corrimiento “al centro”. Esta nueva base electoral organizadora del lulismo no demanda (ni desea), como en las décadas de 1980 y 1990, una ruptura con el pasado o un cambio profundo. Como plantea Giancarlo Summa: “El apoyo a Lula ya no se basa, como en las décadas de 1980 y 1990, en el deseo de una ruptura con el pasado o de un cambio profundo, sino en la expectativa de contar con un Estado lo suficientemente fuerte como para mejorar el nivel de vida de la población –y de los más pobres en primer lugar–, pero sin una radicalización política o una movilización de masas permanente que amenace el statu quo. El actual lulismo devendrá así en una forma de reformismo débil y de conciliación permanente con las elites políticas y económicas tradicionales. Al optar por apostar todas sus fichas a la actividad gubernamental y a las constantes mediaciones, el PT se ha convertido en un partido dominado fundamentalmente por los parlamentarios y administradores, y por los burócratas que controlan los votos de los afiliados en las convenciones partidarias. Los movimientos sociales y los sindicatos, que eran el núcleo de la identidad del PT el centro de los otrora animados debates internos, se han vuelto cada vez más secundarios”.
Por este motivo es lógico que el lulismo gire a la “moderación” al punto de incorporar a la coalición electoral a sectores ultraconservadores. El mapa electoral de apertura es claro.
En fin, que una vez que gane Lula, que estimamos ganará la segunda ronda, gobernar y reconstruir Brasil estragado por el neoliberalismo reprimarizador y con una coalición como la que triunfara en estas elecciones, con la nueva y extendida base electoral subproletaria como organizador central del apoyo al lulismo, será complicado. Y será un reto muy complejo, pues aun con las “demandas atenuadas” de la nueva columna vertebral subproletaria del lulismo, en Brasil parece no haber lugar para nadie, ni los más carentes, cuando sabemos que el 1% más rico del Brasil posee el 49,3% de la riqueza total”.
Zarpado, estimados lectores de PERFIL.
*Sociólogo. Director Consultora Equis.