La denuncia sobre Aníbal Fernández tiene muchas coincidencias con el caso Yabrán. En dos oportunidades durante el reportaje de Lanata, el condenado por el triple crimen menciona la palabra “susto”. Primero dice: “Quien da la orden del susto de la muerte es Aníbal Fernández”. Más adelante vuelve a decir: “Si bien no titubeó en darle el susto de muerte a estos tres...”. Y “susto” fue lo que iban a producirle a José Luis Cabezas con la misma derivación, según Martín Lanatta, que tuvo el triple crimen.
Asumiendo que el hoy jefe de Gabinete hubiera sido el jefe de la banda que comercializaba efedrina, el triple crimen hizo que se visibilizara la falta de legislación sobre la efedrina “estropeándole el negocio”. Pero ese eventual tiro en los pies abre hoy algo mucho más grave aún: la caja de Pandora de un negocio infinitamente mayor, que es el de cobrar por proteger delitos usando las fuerzas legales para brindar protección a lo ilegal, de todo aquello que fuera rentable hacerlo.
Efedrina sería una de la tantísimas variantes de la financiación de la política. Aníbal Fernández fue ministro de Interior los cuatro años y medio de la presidencia de Néstor Kirchner y dos años después de Cristina Kirchner. Y ya es un mito nacional la versión sobre que al morir Néstor Kirchner se dejaron de llevar a la Casa Rosada las valijas con dinero que recaudarían distintas áreas de fuerzas de seguridad. Desde el chiquitaje de lo juntado por “agilizar” trámites de portación de armas en el Renar, como hacía Martín Lanatta, pasando por el juego, la droga y la compra lisa y llana de comisarías.
Valijas con plata a políticos generadas por la venta de protección a negocios ilegales, entre tantos otros facilitar el ingreso y egreso de mercaderías por la Aduana, eran parte de las actividades más lucrativas de Yabrán.
Aunque la denuncia de Martín Lanatta tenga móviles que lo lleven nuevamente a mentir, como dice haberlo hecho en el juicio, instala un tema con derivaciones similares al caso Yabrán, que terminaron extendiéndose a parte del Gobierno en su conjunto.
Martín Lanatta durante el reportaje mostró incongruencias que en un testimonio judicial con partes, contrapartes y fiscales repreguntando lo hubieran puesto aún más incómodo. Cuando el contador de tiempo del programa Periodismo para todos llega a 1:05:12, Lanata le dice: “Pensá que ahí del otro lado de la cámara está Aníbal Fernández, decile lo que quieras”. El responde: “Si va a salir en televisión no lo podría decir, él sabe bien que lo que estoy diciendo es verdad... (y sigue)”. Había dos cámaras profesionales filmándolo más una manual, ¿cómo no sabía que sí iba a salir por televisión? En un tribunal se pondría más nervioso y podría sacársele mucho más.
Por ejemplo Felipe Solá, competidor electoral de Aníbal Fernández, no aceptó un reportaje profundo sobre el jefe de Gabinete y se especula que tiene una carpeta con acusaciones para sumar si tras las PASO quedara como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires del Frente para la Victoria.
Cristina Kirchner, tras querer prescindir de Aníbal Fernández, quizás por la falta de colaboradores con sus capacidades operativas, volvió a convocarlo varias veces después de que dejara su puesto de ministro: primero para secretario general de la Presidencia, luego para jefe de Gabinete y ahora como candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires.
Una investigación judicial sobre Aníbal Fernández será un proceso a los doce años de kirchnerismo. Y ése es el gran valor de la denuncia de Lanata, más allá de las discusiones sobre la operación política que la haya promovido. El momento en que se producen los testimonios contra Aníbal Fernández hace evidente la intencionalidad electoral por lo menos en algunos de los partícipes necesarios. Pero hay operaciones políticas con falsedades y otras con hechos verdaderos. Mínimamente es verdad que el condenado por el triple crimen acusa a Aníbal Fernández.
También es cierto que Lanata dio por cierta la acusación al abrir su programa diciendo: “Esta noche te vamos a contar que el autor ideológico de esas muertes fue el jefe de Gabinete”. Y no consideró necesario tomarse el trabajo de dar testimonio de quienes pusieran en duda lo dicho por el condenado, como su abogado o su esposa y madre de sus hijos, como hicieron luego en otros medios.
No sin algunos celos por el éxito de Lanata, colegas en redacciones, asociaciones de corresponsales extranjeros, la Academia y facultades de periodismo se preguntan si lo que hace Lanata en PPT es periodismo de investigación u otro género.
La perplejidad surge del hiperprotagonismo recurrente de Lanata y la inexistencia de otro ejemplo en el mundo donde un periodista ocupe tanta centralidad de la escena nacional. Con su denuncia sobre Aníbal Fernández, otra vez obligó a cambiar la agenda de todos los medios y no se habló de otra cosa la semana previa a las elecciones primarias nacionales.
Algunas críticas que recibe también reflejan envidia por las habilidades comunicativas de Lanata, en especial su histrionismo y desparpajo: llamar varias veces “imbécil” al jefe de Gabinete es algo que en el periodismo televisivo de la mayoría de los países resulta inimaginable y probablemente en la Argentina actual sea parte de las claves de su éxito.
En su monólogo, Lanata anticipó las críticas: “No estoy pensando cuándo carajo hay PASO, me importan un pomo las PASO... ¡Qué verso de las PASO! Si se las pasan por las pelotas el tema de los candidatos y la mitad de los partidos ya tienen elegidos sus candidatos”. Pero justo el caso del candidato a gobernador bonaerense es el mayor cargo en disputa de estas PASO.
También una semana antes de las elecciones presidenciales que perdió Duhalde, la revista Noticias publicó una tapa con una denuncia en su contra por el crimen de Cabezas. La diferencia está en los modos de Lanata, quien no necesita mostrar ecuanimidad ni atenerse a formas clásicas de los manuales para ser creíble ante la mayor audiencia que haya concitado nunca un periodista argentino.
Su estilo y su éxito también son una señal de una época hiperbólica.