Me pasa una vez al año, por lo general en primavera o verano: me dominan una fiebres locas, sin razón aparente, que me hacen castañetear los dientes, temblar, gruñir, transpirar hasta la deshidratación cuando la fiebre baja y devorar todo cuanto me ponen sobre la bandeja: paquetes enteros de galletitas, fuentes ahítas de fideos con manteca, kilos de arroz con huevo frito y bidones de sopa (la dieta de mi enfermedad).
Ya no voy al médico porque nunca sé muy bien qué responder cuando me interrogan sobre las posibles causas y, como me dejan “en observación”, abandonado a mi suerte en una camilla de una guardia, la “investigación científica” es peor que la enfermedad.
Yo, de todos modos, ya sé lo que pasa: durante esos dos o tres días de fiebre me he transformado en un muerto vivo (quiero decir, me comporto como tal: gruño y devoro, tiemblo y ataco, huelo mal y apenas si puedo caminar para ir al baño. De abrir puertas, ni hablar).
En el fondo, todos los estados de enfermedad se relacionan con situaciones de pérdida radical de humanidad. La tuberculosis (la palidez, la transformación nocturna, la hiperestesia, el sabor metálico de la sangre en la boca), lo sabemos, es como un devenir vampiro. ¿Y no es la indisposición mensual del hombre ligada a los ciclos de la Luna (sobre la cual la ciencia ha escrito poco y nada) como un devenir lobo o lobizón?
Como el ser humano no puede tolerar la muerte, inventó las religiones (es decir, los mitos). Como, además, vive mal su enfermedad (que nunca es propiamente “suya”, sino del mundo, que por la vía de la enfermedad lo captura y lo aniquila), pone a la literatura en ese lugar de malestar donde los átomos de vida se conectan con formas nuevas, con una potencia que transforma el malestar en un pueblo nuevo o en una raza de mestizos.
El mundo es el conjunto de síntomas que atan la enfermedad al hombre. Y la escritura es eso que transforma la enfermedad en salud, es una iniciativa de salud, una posibilidad de vida.
¿Deliro de fiebre? No: vengo a advertirles que nosotros, los muertos vivos (Dead Set, The Walking Dead), dominaremos el mundo.