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Yo no “inventé”a Sabbatella, pero...

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En el “antiprólogo intenso” de mi nuevo libro, “Periodistas en el barro”, revelo un detalle de mi vida que algunos podrán tomar como la confesión de algo imperdonable, otros como una autocrítica tardía y otros como un dato de color, nomás.

Con la intención de demostrar que no nací de un huevo Kinder ni escribí este libro desde púlpito alguno, me hago cargo, allí, como de tantas cosas, de haber sido el “primer jefe político” de Martín Sabbatella, actual titular de la Afsca. Militábamos en la Federación Juvenil Comunista.

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El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
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“Lo conocí allá por 1985. Martín era un alfeñique de 45 kilos, morral y melena rubia, lacia, volcada sobre los hombros. Audaz, verborrágico, entrador, irreverente, nervioso y capaz de convencer de cualquier asunto a una piedra, de seducirla o de sacarla de quicio. Dirigía la célula de La Fede en el Colegio Nacional Manuel Dorrego, de Morón, donde la hermana de mi madre oficiaba de secretaria y lo sufría”, cuento.

Digo también:
“La militancia, la de antes como la de ahora, se compone de jefes y subordinados. Los mandamases del Regional Oeste del Partido Comunista me señalaban cariñosamente con el mote de ‘pollo tuyo’ a quien cumple, a la hora de escribir este prólogo, tareas de importancia en la elaboración, el embalaje y la distribución del relato kirchnerista. (...) Varias veces pregunté y me he preguntado si entre las cosas que le escuché decir o leí o le vi hacer en los últimos años no habrá quedado pegada ninguna partícula de mí mismo. ¿Ello me otorgaría, de haber sido así, cierto porcentaje del copyright de la epopeya pingüina? Al menos permítaseme dudar”.

Cuento una escena imborrable con Martín:
“Él manejaba la camioneta Fiat 1600 blanca y medio destartalada con que, en un alto de las pintadas proselitistas para la impresionante interna abierta de Izquierda Unida en 1988, la primera de su género en el país, nos sumamos a una pretendida reconquista del cuartel de Villa Martelli tomado por los carapintadas al mando del coronel Mohamed Alí Seineldín.

Pocos metros nos separaban de Rogelio Rodríguez cuando este militante barrial de La Matanza cayó al pasto con la cabeza traspasada por un balazo de FAL. Nunca antes ni después acudí a otro velorio en idénticas condiciones al desarrollado aquella noche en la sede de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, en Corrientes casi Callao: con una 9 milímetros en la cintura. El clima era de golpe militar. De flagrante paranoia”.

No me vengan ahora con la pavada de los balazos mediáticos.
Recuerdo mis años de militancia con sumo cariño. Aprendí lo que no se aprende ni en la universidad formal ni en la de la calle. Viví de la política un tiempo y la viví desde adentro, con sus grandezas y sus miserias. Presencié conmovedores actos de desprendimiento y valentía, inaguantables expresiones de codicia y despropósitos de comedia, como haber pasado a ser yo el responsable nacional de los estudiantes secundarios... con 27 años, dos hijos y una carrera profesional interrupta.

Entiendo la militancia y hasta la celebro. Pero su contradicción con el ejercicio del periodismo se me hace inevitable. Hasta el más pintado es susceptible de caer en la peligrosa trampa de que mejor no se hable de ciertas cosas, porque perjudican a “la causa”.

La verdad no suele sentirse muy a gusto entre los dogmas.
La larga permanencia en posiciones de poder confunde a las personas, momificando ideas e idealizando individuos que acaban convencidos de su infalible imprescindibilidad.
Estatuas con carnet.

He visto piojos resucitados autoengañarse con ser ellos mismos la revolución, el partido, la verdad.
¿Y si fui uno de ellos?
El Estado soy yo, como quien dice, a cualquiera le puede pasar sin razonables controles. Sin límites. Sin equilibrios. Sin una Justicia que funcione sin mirar a quién. Sin periodismo, llegué a pensar después.

Dejé la militancia en 1990. “A Martín Sabbatella le fui perdiendo el rastro, hasta que la noticia de su triunfo electoral en Morón empezó a desparramar su imagen de mosca blanca en el Gran Buenos Aires peronista. Mientras criticó a los K, todos menos los K batían palmas por Sabbatella. Clarín hasta lo premió por su transparencia”, recuerdo.

* Jefe de redacción de la revista Noticias. Autor del libro “Periodistas en el barro”.