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Zaragoza

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Estuve en Zaragoza la bella. Es la cuarta vez que voy. Y ahí estaba en la estación Ana María Navales. Sí, ya sé, Ana María se murió hace una punta de años, y qué. Es mi amiga, ¿no?, así que me estaba esperando y nos dimos un abrazote fuerte con mi amiga gorda querida poeta Ana María.
–Te reservé habitación en el hostal de siempre – me dijo.
–Ay, gracias, querida, me encanta el Hostal Paraíso, ¿es una habitación con balcón, no?, que son las que más me gustan.
–Claro.
–Y después vamos a la iglesia, ¿eh? –le dije-, que tengo que hablar con el Diablo.
Ella dijo que por supuesto:
–¿Te acuerdas, no?, de la iglesia, de adónde está, todo, vamos.
–Seguro que me acuerdo. No me acordaría si no fuera por el Diablo que está allá arriba en el portal.
–Ya. Es la única que tiene al Diablo en su puerta. Tú te acomodas, te pones guapa y vamos –dijo.
Y allá fuimos. Nos sentamos en el banco de piedra que hay enfrente bajo el árbol y el Diablo se vino a hablar con nosotras.
Después de los saludos de rigor quiso saber a qué había ido yo a Zaragoza.
–Pues a hablar contigo –dije yo que me contagio enseguida– porque te necesito.
–Bueno, a ver, en qué puedo serte útil.
–Tenés que venir, ché, y tratar de poner un poco de orden porque hay cada quilombo por allá que ni te cuento –dije yo recuperando todos mis argentinismos.
Se rio a carcajadas hasta que lo paré en seco:
–Mirá, pasan cosas tan fuleras que solamente vos las podés arreglar.
–¿Por qué yo? ¿Tú crees que todo lo malo viene de mi lado?
–Y, claro.
–Pero no, m´hijita, no. Si yo soy un buen tipo.
–Ah, sí, cómo no.
–Creeme, querida. Lo que pasa es que yo soy El De Abajo, ¿comprendes? y hay El De Arriba, que tiene mejor prensa que yo, pero no es que El haga las cosas buenas y Yo las malas. El está allá y yo estoy aquí, y en el medio estáis vosotros que sois los que hacéis las cagadas… y de vez en cuando cosas buenas. Pero nosotros, ni El ni Yo tenemos la culpa.
–No te creo una jota pero aunque te creyera, me parece que tenés que ir y ayudarnos.
–Mira, es de estricta justicia que te diga que…
No lo dejé seguir:
–¡Eso, eso, de la justicia se trata!
Y le conté lo de la, je, lo de la democratización de la justicia.
Se acarició la barba:
–¡Aja, ajá– dijo. Sí que es serio el asunto.
–¿Viste? –dije– Tenés que ir y arreglar eso.
–No hay necesidad –me dijo–. Voy a explicarte lo que tenéis que hacer.
Y me explicó.
Le agradecí, y fuimos con Ana María al Tubo a buscar un restaurante en el que comer migas a la Zaragozana.