Esta pandemia que está instalada en el mundo entero desde hace unos meses tiene múltiples aristas que es necesario y oportuno abordar siempre con una seria reflexión crítica.
Además de la gran pena que nos provoca la enorme pérdida de vidas humanas y la situación extrema a la que han sido empujadas miles de personas, sobre todo las más vulnerables, hoy me gustaría detenerme en algo que creo crucial para un mejor control de esta crisis.
Y me refiero a ese ‘temor opresivo sin causa precisa’ llamado angustia. A diferencia del miedo (que puede ser saludable muchas veces), la angustia causa estragos en el organismo de cualquier ser humano. La angustia es, por ello, algo enteramente distinto del miedo y de otros estados anímicos.
De este modo en términos sociales, los argentinos en general y los cordobeses en particular, estamos viviendo en una gran terapia intensiva, sin saber con exactitud, cuándo nos va a llegar el virus, si nos llega qué haremos una lista interminable de preguntas.
Sabemos (según Faden y Beauchamp) que dos de las cuatro condiciones básicas de los actos autónomos son el conocimiento y la ausencia de control externo. En estos días, ante la falta de información adecuada y por la influencia del indebido control externo del conocimiento masivo, generado por la difusa información por medio de las fake news (muchas no se desmienten oficialmente) también se publican noticias ciertas, pero aterradoras como fotos de tumbas para futuros muertos etc.
Esto hace que nos hayamos convertido en una sociedad sumergida en la angustia que perjudica nuestra salud.
Estamos llenos de ‘soluciones mágicas’ que llegan por las redes y van desde gárgaras con sal, bicarbonato, limón, hasta la toma de té verde a diario, etc. No faltan múltiples versiones sin respaldo científico, que todo lo distorsionan, dañan la salud del cuerpo social, instalando falsedades, inseguridad y desconcierto.
Ese estado de angustia en tiempo prolongado provoca un alto grado de estrés, que al ser permanente, genera una sensible disminución de nuestro sistema inmune. Por lo tanto, cuando realmente estemos en el pico de la carga viral, nos encontrará a gran parte de la sociedad con una preocupante y difícilmente medible baja de nuestras defensas naturales ante cualquier agresión externa.
¿Qué hacer ante esta difícil encrucijada?
Esta situación se puede modificar con prevención e información oficial adecuada. Más allá de muchas cosas buenas que se hacen, las autoridades políticas y sanitarias deberían dar la importancia que tiene la información para la sociedad, considerándola como un paciente afectado emocionalmente. Es imperativo tomar real conciencia de lo que nos está sucediendo en este aspecto. A diario recibo unas 30 llamadas a mi celular, la mayoría son por el estado de angustia antes descripto.
Por lo tanto, entiendo que debería darse desde el COE (Centro de Operaciones de Emergencia) una respuesta concreta a este otro enemigo invisible, que potencia al virus mismo debilitando las defensas. Al grupo de comunicación institucional que seguramente existe -con todo el respeto que me merece-, no se lo aprecia funcionando con llegada masiva.
Propongo, para ser claro, que se conforme un comité que dependa del COE o directamente del ministro de Salud, que debería estar formado por un experto en comunicaciones, un especialista en terapia, un sanitarista, un psicólogo, un bioeticista y un infectólogo. Serían las encargadas de redactar un informe diario el que, luego de ser aprobado por el Ministerio de Salud, se leería en cadena provincial.
No debería ser de más de 10 minutos y tendría que ser repetido al menos una vez más en el transcurso del día. Esa y sólo esa sería la voz oficial.
De esta forma se pondría fin a una avalancha de información falsa que (mediante un peligroso ‘control externo’ de las emociones) solo provoca desconcierto y más angustia.
La población, al tener la otra condición básica de los actos autónomos (conocimiento), bajaría su carga emocional al saber que tiene una voz, y solo una, autorizada para informarse y saber si sale o no con barbijo, si se lava las manos de tal o cual manera o si colocarse tal o cual vacuna es correcto o no.
El conocimiento baja la carga de la angustia del ‘no saber’. O de lo que en bioética llamamos el ‘conocimiento erróneo’.
La información debería ser veraz, inteligible, de fácil comprensión, completa pero prudente, para no generar un pánico indebido que nadie quiere.
Sólo así, podremos vencer a ese otro enemigo tan invisible como el virus: la angustia del no saber.
* Médico especialista en medicina de emergencias, experto en Bioética.