A la hora de pensar en Cultura es inevitable que surjan algunas diferencias en torno a la concepción que tienen los integrantes de una misma sociedad. En este sentido, Benhabib trabaja sobre lo que denomina La Tríada: concepción, políticas y líneas de gestión. Así, según el concepto de cultura que se tenga, se van a desarrollar determinadas políticas culturales, lo que va a permitir determinadas líneas de gestión cultural en detrimento de otras.
“Cuando se plantea que la palabra cultura deja de estar relacionada exclusivamente con las bellas artes y el patrimonio (vinculación elitista de la denominada alta cultura) se generan espacios de ampliación del campo de las políticas culturales y surge un espacio de trabajo bastante concreto e interesante. No solo se trata de difundir y democratizar el acceso a los bienes culturales, sino que también resulta un eje pensado en la democratización de la producción cultural”, describe el coordinador de Puntos de cultura.
Y amplía: “Implica que las organizaciones de las culturas comunitarias tengan más recursos para producir aquello que vienen produciendo en sus territorios, pero no solo en cuanto a bienes culturales artísticos sino que avanza, además, sobre los espacios de construcción de la denominada ciudadanía cultural y sus aportes a la diversidad cultural y las distintas manifestaciones culturales que promueven”.
En efecto, uno de los ejes de estas jornadas está vinculado a cómo producen cultura las organizaciones comunitarias y cómo entran en contradicción con los consumos culturales masivos, donde la lógica del mercado está regida en el marco más economicista de lo hegemónico y, en el otro, más vinculado a un proyecto de vida y a un cuidado de la naturaleza y el buen vivir.
Las prácticas culturales. Para Benhabib, si bien ha cambiado discursivamente el paradigma de qué es cultura, lo cierto es que a la hora de responder cuáles son las prácticas culturales de los individuos, lo más probable es que digan que van al teatro, que leen un libro o van al cine.
“Es una cuestión compleja; el término y el paradigma socioantropológico está latente en el imaginario social pero aún no ha avanzado tanto en la reproducción de los ejercicios cotidianos de vida, y todavía está asociado a las prácticas culturales vinculadas a la alta cultura y los bellas artes”. Aun así, Benhabib valora positivamente que una encuesta reciente de consumos culturales que elabora el SINCA (Sistema Nacional de Información Cultura de Argentina) por primera vez pregunta sobre las prácticas de cultura comunitaria. Procesos y reconfiguraciones.
En los últimos once años en al menos seis países de América Latina se crearon Ministerios de Cultura, los jerarquizaron e independizaron de otras áreas. Para Benhabib fue muy importante porque “el ámbito de intervención de los ministerios pasó de la cuestión vinculada a lo artístico y patrimonial hacia el ámbito de la ciudadanía cultural. Esto sí ha impactado fuertemente a la hora de reflexionar sobre la cultura como herramienta de transformación social, dadora de sentido, generadora de diálogos y de mejoras en las relaciones sociales”.
El rol del Estado. Hay una necesidad de visibilizar las experiencias de cultura comunitaria. En este sentido, el rol de los Estados es fundamental tanto para la constitución y legitimación de un sector que existe y que viene trabajando desde hace muchos años, como para el desarrollo de políticas públicas afirmativas que permitan su desarrollo teniendo en cuenta su autonomía y protagonismo.
“Hubo un camino interesante en los últimos años en la región iberoamericana al reconocer este actor. En Córdoba hay un desarrollo cultural comunitario inmenso. En 2014 Unquillo fue sede de un Encuentro Nacional del Movimiento de Cultura Viva Comunitaria y hace poco volví para una reunión preparatoria para lo que va a ser el 4° Congreso de Literatura Viva Latinoamericana en mayo del año que viene, que tendrá a Córdoba como una de sus plazas”.