El 7 de noviembre, la Casa Blanca organizó una mesa sobre antisemitismo. Fue oportuna, ya que, Estados Unidos está en un momento peligroso: el sentimiento antijudío es más generalizado, más virulento y más cercano a la política republicana, que en instancias recientes.
Para la mayoría de los estadounidenses, incluidos los republicanos, el resurgimiento del odio contra los judíos es el regreso de un mal. Pero Donald Trump, aparentemente, lo ve de manera distinta. Arremete contra las élites y las personas a las que llama “judíos desleales” que apoyan a los demócratas. No se disculpa por reunirse con neonazis y no está dispuesto a denunciar el antisemitismo. Actúa así por una razón: cree que ha aprovechado algo en el electorado estadounidense -entre los evangélicos-, que tienen actitudes arraigadas antijudías; ésta es parte de su gente.
Según una encuesta de 2020, la mayoría de los estadounidenses está de acuerdo, al menos, con un estereotipo antijudío. Si bien el antisemitismo ha disminuido durante el último medio siglo, el informe encontró que el 11 por ciento de los estadounidenses cree en seis de los estereotipos antisemitas. Esta afección renovada es una mezcla de sentimientos anacrónicos y nacionalismo extremo. Además, la creencia en conspiraciones, que no es nueva, parece estar extendida, y cerca a algunos republicanos. Los últimos años mostraron que millones de estadounidenses están dispuestos a creer oscuras teorías sobre camarillas que amenazan el tejido de la vida americana. Antes de las elecciones de 2016, Trump expuso su teoría de una gran conspiración global en la que Hillary Clinton se reunía en secreto con “bancos internacionales para tramar la destrucción de la soberanía estadounidense”.
“El pueblo contra las élites” es el marco ideológico del partido republicano de hoy; ya no pelean por ideas como el libre comercio. Pero el “antielitismo” ultra es tan dañino como el elitismo.
En medio de esto, Trump cenó con un prominente neonazi y negacionista del Holocausto y un rapero multimillonario que ve “cosas buenas en Hitler”.
Si bien algunos republicanos denunciaron el fanatismo, no se atrevieron a nombrar al propio Trump, que nunca lo repudió. Esto también ha sido un patrón constante, que se remonta a agosto de 2017, con su abrazo a la gente coreando “los judíos no nos reemplazarán” en Charlottesville, Virginia.
No está claro si Trump -un hombre de pocas ideas y ninguna autocrítica-, tiene puntos de vista antisemitas. Pero ese no es el punto: cree que ésta es su gente y no los va a abandonar. Como señala Philip Bump, del Washington Post: “Trump siempre ha estado desesperado por enviar señales a su base de apoyo, de que está de acuerdo con ellos”.
Trump a la justicia. Ahora, y por primera vez en la historia americana, la Cámara de Representantes estructuró un posible caso penal en contra del expresidente. Los delitos serían contribuir a la insurrección del 6 de enero de 2021, conspirar para defraudar al Estado al intentar evitar la transferencia de poderes y para hacer una declaración falaz mediante un plan que involucraba a “electores falsos”. También obstruyó el procedimiento de conteo de votos electorales por parte del Congreso.
Es difícil encontrar un rasgo positivo en Trump, más aún cuando entre enero de 2017 y enero de 2021, el Washington Post le contabilizó más de 29.000 declaraciones falsas o engañosas.