El martes pasado la radio informó que no pocos ciudadanos estaban vulnerando la cuarentena y caminaban por los bosques de Palermo gozando el sol cada día más otoñal. Comentan que en algunos consorcios hay reuniones de gente joven unida a la música con altavoz y gritos de felicidad quitándoles el sueño y el equilibrio emocional a otros.
La cuarentena no se cumple con rigurosidad ni seriedad, como se debiera. Los infractores no son la mayoría, por suerte. Todos los especialistas han dicho, siguen diciendo, que la única cura posible es el encierro.
En no pocos edificios han tachado de peligroso a algún vecino médico en actividad pública, llenando de carteles ofensivos contra su persona en ascensores y en pasillos.
Estas anécdotas transgresoras no son una novedad o patrimonio en una Argentina fuera de la ley. También fueron marginales los londinenses y parisinos que aprovecharon el último domingo, ya primaveral (en el hemisferio norte) para salir en grupos numerosos a aprovechar el día espléndido desde la mañana. Le dieron la espalda a la administración de Boris Johnson que, como se sabe, enfermó del COVID 19 y fue internado.
No hay total y definitiva conciencia de la pandemia que cayó sobre nosotros y que se quedó para siempre, clínicamente hablando. Será otro virus muy peligroso. Y que mata sin diferencias de edades. Además de consumar una modificación extrema de nuestros vínculos sociales, económicos, amistosos y hasta familiares.
¿Cómo serán de ahora en más las muestras de cariño? ¿Se anularán los besos entre conocidos o desconocidos, como los abrazos y los gestos de afecto, todos muy argentinos? ¿ Se impondrá la distancia frente al desconocido?. ¿ Cómo, en cuánto tiempo se modificarán los hábitos y las formas de comunicación, de aprendizaje, de estudio en todos los niveles de la enseñanza?
El miedo imperante, para los que analizan el increíble Mal que trae la peste es que crecerán acciones muy complejas de revertir: la mirada sospechosa del otro, el dominio “imperial” sobre el territorio y sus habitantes, despreciando al extraño (lo confirmaron los intendentes y gobernadores que bloquearon las entradas y salidas de sus dominios). Se suma la exclusión del “otro”, del diferente, del color de su piel, de su vestimenta, de sus barbas, tatuajes y cabelleras, indiscriminadamente, porque es un “extraño”, un “diferente a nosotros”.
Políticamente hablando volverán los equívocos del pasado que nos hicieron mucho daño. A los nacionalismos, a manejos arbitrarios desde el poder que se convierten en antidemocráticos (de eso saben los argentinos)
Así también el prejuicio, el racismo, el odio injustificado, la intolerancia, la grieta que ensancha, el extremismo de las opiniones y otras miserabilidades. Existían antes de la peste. Ahora se pueden incrementar hasta límites peligrosos.
La convivencia padecerá modificaciones estructurales. Lo mismo que la economía, los sistemas productivos, las políticas públicas, las formas de gobierno, el tipo de trabajo, la cantidad de puestos de trabajo. ¿Cómo sobrevivir a ese mañana tan difícil?. En el siglo XX, no antes lamentablemente, las pestes mejoraron los sistemas de investigación.
La mal llamada “gripe española” se debió enfrentar con aspirinas y con cuarentena. Mató,
igualmente a 50 millones de personas alrededor del mundo. La policía obligaba a usar barbijos o las mismas máscaras antigas que se distribuyeron en la Primera Guerra Mundial. Se prohibieron los actos masivos pero las ceremonias en distintas iglesias propagaron el virus.
La penicilina para frenar enfermedades graves apareció recién en 1943. La vacuna contra la parálisis infantil en 1955.
Ahora, se espera, nos salvará la vida la vacuna que llegará en un año o más. Pero los nuevos problemas humanos, en modificaciones constantes, no se resolverán de la noche a la mañana.
*Escritor y periodista.
Esta columna fue publicada el 11 de abril.