CULTURA
Ideas y creencias II

China y los fantasmas del totalitarismo

Las ambiciones imperiales de Xi Jinping muestran tener la intención de expandir su dominio, para integrar un comunismo vetusto, con un capitalismo de punta. En una época atravesada por la ausencia de cimientos, varios líderes mundiales buscan legitimarse en algún tipo de pensamiento ancestral. Nuestra tendencia a pensar que la cultura china está muy lejos es errónea: la tecnología de vigilancia y de control ya es una realidad, existe, y pronto Occidente la utilizará de manera masiva. Sergio Fuster pone las cosas en su lugar.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Tras la caída de la Unión Soviética, China aparece en el horizonte como una nueva potencia cultural, económica, tecnológica y militar. No hay duda que estamos asistiendo a crecientes transformaciones en el escenario global, así como también siendo testigos del retorno de las sombras de los totalitarismos.

Mientras que en Occidente los relatos que sostuvieron a la Ilustración están en franca agonía, el gigante asiático reverdece con un núcleo ideológico pragmático, definido y con características dictatoriales que conmina con llenar el vacío existencial que padecen los llamados países libres. En otras palabras, las ambiciones imperiales del Partido Comunista con Xi Jinping a la cabeza muestran tener la intención de expandir su dominio de forma “casi imperceptible” que, como si fuese un Yin y Yang, logra integrar a un comunismo vetusto con un capitalismo de punta. Tengamos presente que en un momento en el que se reclaman nuevos absolutos, donde las masas alienadas buscan escapes en el ensordecimiento digital, en el fundamentalismo religioso o en corrientes xenófobas de ultraderecha, el “próspero modelo chino” intenta cubrir esas faltas a través de exportar una maquinaria de aculturación que lentamente está penetrando a través de la Ruta de la Seda en todos los continentes. 

Esto sucede en una época atravesada por la ausencia de cimientos. Razón por la cual varios líderes mundiales buscan legitimarse en algún tipo de pensamiento ancestral: como el caso de Vladimir Putin, quien recurre a las raíces míticas del Cosmismo oxigenando además a la postergada Iglesia Ortodoxa Rusa. Siguiendo esta misma línea, China igualmente está optando por resucitar a aquellos referentes que Mao Zedong trató de eliminar, como por ejemplo a Confucio (Kung-Fu-Tse), un filósofo que vivió en el siglo V a. C. Este pensador tenía el propósito de formar y educar a la población para construir una sociedad ideal, uniforme, basada en la perfecta solidaridad entre los seres humanos en sincronía con “el camino del Tao”. A partir de la década del ochenta del siglo pasado la fiebre de valores tradicionales poco a poco fue ganando terreno, especialmente luego de la sangrienta represión del movimiento estudiantil en la Plaza de Tiananmén. El discurso de un credo “neoconfuciano”, sin duda, fue utilizado por la élite gobernante para distraer a las masas permitiéndole al Partido volver a la centralidad ideológica. 

Esto no le gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Aún hoy, esta narrativa pretende justificar y sostener el mito de una comunidad ordenada y pujante, no por medios éticos ni volitivos, sino gracias a la supervisión que permite la aplicación de los recursos digitales. De esta manera una administración totalitaria puede vigilar, controlar y, por supuesto, castigar. Pensemos tan solo en el programa “Sistema de crédito social”. Mediante cámaras de video con reconocimiento facial se sigue a los individuos clasificando sus conductas y examinando sus datos en tiempo real. Se monitorea todo lo que suceda bajo la “red del cielo” y se reprime a cualquier internauta que exprese alguna cosa contraria a los ideales del Partido. Algo similar puede verse en los ataques que sufrieron varias poblaciones durante la ejecución de las políticas de “covid cero”. Sin hablar de aquellos “policías del pensamiento” que funcionan en los “campos de reeducación” tanto para musulmanes como para disidentes políticos. Parece ficción, al mejor estilo de Un mundo feliz, la obra de Aldous Huxley, o de 1984, la novela de George Orwell, pero es la cruda realidad: todo está bajo el “ojo del Gran hermano” del omnisapiente Estado chino. 

Ante esto, es hora de estar atentos, de volver a releer a Michel Foucault y a Gilles Deleuze. Ambos pensaron tanto a las “sociedades disciplinarias” como a las “sociedades de control”. La primera es aquella que procura someter los cuerpos dentro de un ámbito físico cerrado como, por ejemplo, la prisión, el hospital psiquiátrico o la escuela, a partir de los cuales pueden ejercer la vigilancia sobre los internos. En cambio, la segunda consiste en un dominio más refinado e intangible, psicológico si se quiere, donde no hay necesariamente una retención del individuo, de su soma, aunque sí implica una subjetividad subyugada de modo subliminal. Curiosamente China conjuga la armonía de estas dos caras por medio de los aparatos de poder sobre las personas, pues hoy vemos que ambas estructuras conviven y se entrelazan, a tal grado que concilian a la perfección. 

Uno quizás pudiera pensar que la cultura china está muy lejos de nosotros, pero no nos equivoquemos: la tecnología de vigilancia y de control ya es una realidad, existe, y no pasará mucho tiempo para que Occidente comience a utilizarla de manera masiva. No olvidemos que la pandemia propició la implementación de Estados de Excepción en países con democracias liberales donde, no solo dominaron nuestros cuerpos al encerrarnos, sino que también dominaron nuestras mentes a través de la propaganda del miedo. Es sintomático que un virus que surgió dentro en un país opresivo y que se esparció como gangrena a todas las latitudes produjo directa o indirectamente el mayor intento de represión global que jamás se haya conocido. Estamos demasiado acéfalos, demasiado desorientados en la era de la hiperinformación, con millones de datos y con pocos saberes, donde todo es verdad y nada parece ser cierto; esto abona el terreno para que después de la caída de un “muro” ideológico se levante otra “Gran muralla” que ahora amenace con abrazar a todo el planeta.