El 4 de noviembre de 1919, Saloman “Sam” Freud, empresario textil, le escribe desde Manchester a su tío Sigmund Freud, en Viena: “Nunca podría haber imaginado que estuvieras tan cerca de una situación tan crítica como la que me describes”. La situación en Viena después de la Primera Guerra es catastrófica. Pero en el 19 de la calle Berggasse se come un poco mejor porque Freud tiene pacientes extranjeros que le pagan en especies, lo que no le impide que ante la oferta de ayuda de su sobrino se despache con una lista de cosas mixtas: “manteca, carne de vaca, coco, té, pasteles ingleses”. Freudianamente hablando, el padre del psicoanálisis desliza lujo en la necesidad. La necesidad es histórica y el lujo es más bien un horizonte habitual de la familia, que ha quedado dividida entre quienes se han hecho ricos como su cuñado Eli Bernays, que tiene “montones de dólares”, y los “miembros pasivos de la familia”.
La desproporción funda un nuevo esquema de trafíco material. Los Freud “activos” auxilian a los Freud “pasivos”. Todos los asuntos se condensan en un sistema de solicitudes y agradecimientos, hasta que Sigmund Freud le escribe a su sobrino en una carta del 26 de enero de 1920: “Ahora debo darte una noticia amarga. Mi hija Sophia -¿te acuerdas de ella?- murió ayer de gripe y neumonía”. Que lo haga recién en el tercer párrafo, luego de consignar en los dos anteriores cuestiones de encomiendas, víveres y monedas extranjeras, nos habla de una organización mental alterada (nos habla de una inhibición, de un síntoma y de una angustia) y tan sorpresiva que es el sobrino quien lo “ubica” cuando le responde, ocupando los dos primeros párrafos con la muerte de Sophia y hablando de la suerte de “los paquetes” recién en el tercero.
Psicoanálisis: la angustia social
En 1920, Sam Freud le cuenta a su tío que ha leído en el “Daily News” una discusión sobre sus trabajos, en “Punch” (mientras esperaba turno en el dentista) un poema sobre él y Jung, más una parodia sobre sus escritos en “John Bull”. Discusión, poesía y parodia: Freud ya es un personaje de la cultura inglesa, una autoridad y un objeto de burla. Pero además, contra su voluntad diurna de hacer del psicoanálisis una ciencia, muestra la oscura hilacha de la superstición: “No te desearé feliz año. La última vez que lo hice me trajo un infortunio tan terrible que he perdido mi confianza. Dentro de poco se cumplirá un año” (y no se anima a decir que de lo que se cumple un año es de la muerte de su hija).
También hay una anécdota que podemos llamar técnica, y que podría ser el origen de una herramienta que aún hoy se presenta con asiduidad en el intercambio psicoanalítico: la pausa, el ejem y el ahá por los que el psicoanlista “separa” el relato del paciente del blanco sobre el que va a caer su intervención. Ocurre que Freud escucha “de 4 a 6 horas” a pacientes que le hablan en inglés, exigiéndole un nivel de comprensión “del que no puedo pasar”. La sospecha de la pausa del análisis como un problema de comprensión entre idiomas es el mejor momento “Viena y Manchester - Correspondencia entre Sigmund Freud y su sobrino Sam Freud (1911- 1938)”, publicado en 2000 por Editorial Síntesis de Madrid.