Algunos artistas gustan de gritar para demostrar que somos noticia, especialmente cuando el medio es mediocre. Muy fácil es exponer o querer pasar a la perpetuidad. Hay muchas formas de ser historia. Pero la más acertada es dejar algo para las nuevas generaciones y para mí ese algo sería la libertad de expresión, porque la libertad no sólo debe reflejarse en el espejo”. La cita corresponde a unos dichos de Enio Iommi de fines de los años 70. La libertad como esencia del artista para penetrar en un mundo lleno de contradicciones y dejar un camino lleno de libertades. Las que el mismo escultor se había tomado para sí y con las que hizo una carrera inmensa guiada por el abandono, justo en el momento en que la libertad se transformaba en una forma de estar cómodo.
Amadeo Azar comprende, en esas palabras, su propio camino. Ejerce el libre albedrío para componer una exposición delicada y compleja a la vez. Múltiple en sentidos y en obras. Papeles, esculturas, videos, objetos y fotografías, de los que se sirve para dar cuenta de la potencia de su arte. En La tormenta que imaginamos, su reciente muestra, construye a sus propios precursores con las obras que presenta. Las esculturas de Naum Gabo, Gyula Kosice, Raúl Lozza le sirven para hacer un ejercicio de traducción. No sólo porque retoma sus imágenes sino porque las pasa a otra técnica: las pinta con acuarela. Las aligera, las hace perder su peso en la modernidad y se las apropia imaginariamente para un quehacer y contemplación en el arte contemporáneo. Con las imágenes de imágenes, con fotografías de esas obras pintadas por él mismo e impresas en el mismo papel que soporta el peso leve de ese material, con marcos à la Madi, consigue una puesta en abismo del proyecto de la modernidad, al tiempo que exhibe su virtuosismo y su pensamiento sobre el arte del siglo XX.
Si el tiempo de la modernidad es el continuo, el persistente, el que tiende hacia adelante, Azar lo quiebra con la técnica: pintar con acuarela en estos tiempos, usar la fotografía como una pintura, borrar los límites entre disciplinas. Además, el gesto de invertir los distintos momentos. Crear una tradición que lo contenga a él como artista sin más necesidad que su propia voluntad. Para colmo, en esta instancia, diluye los contornos del centro y la periferia. Son los estertores de la vanguardia rusa con toda su expresividad y el conjunto de expresiones que durante los años 40 y 50 se dieron en el entretejido del Río de la Plata que no fue ni derivativo ni provinciano, y mucho menos desplazado temporalmente. Toda la muestra es un homenaje, del modo privilegiado que la parodia nos acostumbró en la modernidad. No necesariamente la burla. En su real sentido etimológico: no es paro-oide, contra el canto o la oda, sino al lado o junto a ella. Una repetición con diferencia.
Contrariamente al significante de su apellido, el artista no deja nada librado al azar. La pieza compuesta por varios objetos que remedan una forma libresca será clave para irradiar un posible sentido. Azar arma con cartones, diarios, telas y prensas una biblioteca ideal. La que se refiere a una forma y a un modo de contener el saber. Pero como buen heredero de esas palabras liminares, emancipadoras de las continuidades, promotoras de una voluntad plena y autodeterminada, esos volúmenes están en proceso. Contienen sus colores, implican sus necesidades artísticas. Son de una hermosura inigualable porque se parecen mucho a las obras de este artista.
La tormenta que imaginamos
Amadeo Azar. Galería Nora Fisch
Córdoba 5222. CABA
De martes a viernes de 12.30 a 18.30 y sábados de 12 a 17.
Hasta el 30 de octubre