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Cuáles son los libros más traducidos del mundo

Una plataforma de educación estadounidense llevó a cabo un estudio para determinar qué libros de la literatura universal son los más transcriptos a otras lenguas. Pero ciertas omisiones permiten levantar sospechas.

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Paulo Coelho. El autor brasileño figura como el más traducido del portugués: ochenta lenguas. | cedoc

El mes pasado, la plataforma de educación en línea Preply generó una serie de ilustraciones geográficas bajo el título “Libros más traducidos por país”. Esta “investigación” apela a ciertos parámetros en sus fundamentos estadísticos. Se trata de información en línea de “fuentes confiables” como WorldCat.org (indexación a bibliotecas) y otras de tono menos formal. La base de información refiere a libros traducidos a más de cinco idiomas excluyendo obras religiosas. El resultado es la división continental, con algunos autores que aparecen, o se omiten, de manera llamativa. Proponemos un pequeño acercamiento a este “saber” y al supuesto rol educativo que invoca, lo que pone en cuestión su criterio al respecto.

Más allá de que América del Sur comienza al límite con Panamá (y la del Norte incluye todo el Caribe y Centroamérica), nuestro “continente” muestra como libro más traducido, del portugués El alquimista de Paulo Coelho (80 lenguas); seguido por Cien años de soledad (García Márquez, 49), 2666 (Bolaño, 28), El Aleph (Borges, 25), Doña Bárbara (Gallegos, 22), La casa verde (Vargas Llosa, 19) y Las venas abiertas de América Latina (Galeano, 12). El ingreso de Bolaño por Neruda parece ser más fruto de la cancelación de este último a raíz de documentos que describen el desprecio por su hija, que padecía hidrocefalia, a quien abandonó junto a la madre en Europa; porque los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, del Nobel de literatura chileno, se tradujo en casi todo el planeta. Respecto a Coelho, según la Unesco existen 88 lenguas con más de 10 millones de hablantes, lo que permite dudar de su difusión en malabar, cebuano o chino jin, por ejemplo, así como en otras treinta lenguas.

En América del Norte (con extensión geográfica incorrecta), aparece un libro que llama la atención sobre el origen ideológico de la plataforma Preply y que se adjudica a Estados Unidos, una obra de autoayuda: El camino a la felicidad, de L. Ron Hubbard, fundador de la Cienciología, traducido a ¡112 lenguas! ¿Qué pasó con los libros de Poe y Dickens? ¿Y Moby Dick? Algo huele mal en este mapa, y la cosa se pone peor cuando llegamos a Europa, zona de Shakespeare, que ni figura en favor de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll (175 lenguas). Pero esta verdad ilustrada, especie de guía para la lectura desde el saber digital, revela que El principito, de Saint-Exupéry, se tradujo a tantas lenguas que podemos sospechar algunas que carecen de escritura: 382. Lo mismo ocurre con Italia, donde Las aventuras de Pinocho llega a 300 lenguas, y se omite La Divina Comedia de Dante, que inventó el italiano. El dato inquietante: en la Tierra existen 194 países soberanos reconocidos por la ONU. 

Pero en Europa ocurren otros desfasajes llamativos. Por Polonia: Quo vadis?, de Henryk Sienkiewicz, en demérito del Corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Ya en la hoy República Checa, El buen soldado Švejk, de Jaroslav Hašek, ignorando la universalidad de La metamorfosis de Franz Kafka (ambos escritores muertos por tuberculosis). Sí, Conrad escribía en inglés y Kafka en alemán, de la misma forma que a Carlos Fuentes lo incluyeron en el mapa como escritor panameño, cuando su impronta lingüística fue mexicana. Sin sutilezas, en Grecia no se remite a Homero. O, ya sin prurito alguno, en el mapa de Asia se refiere a la literatura vietnamita bajo Diario de prisión, poemario de Ho Chi Minh. En China, con traducción a 14 lenguas, refiere a La verídica historia de A Q, de Lu Xun, y no a El arte de la guerra, de Sun Tzu (lectura obligatoria en las academias militares) o al Libro Rojo de Mao, poemario no menos mortuorio que el del tío Ho. Tal vez estas obras fundaron otro tipo de religión que resulta competencia tan pragmática como agnóstica, valorando una praxis autoritaria por encima de cualquier líder o destino.

Esta biblioteca gráfica, Babel en ruinas e inundada por la confusión, ante millones de nuevos lectores jóvenes del difuso universo cultural con acceso a la web, fomenta un malentendido no ausente de intención prosaica: la negación de la historia, en este caso de la literatura.