CULTURA
Tendencia sostenida

Del otro lado de la crisis

Pese a la decisión de la editorial española SM de abandonar Argentina, la industria del libro destinado a los pequeños lectores crece en el país al calor de las editoriales independientes que dominan el escenario con la producción de libros exquisitos y premiados en todo el mundo. ¿Cuáles son las razones que explican esta tendencia a contrapelo de la crisis que golpea sin misericordia al mercado editorial en general?

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Literatura infantil y juvenil. La industria que florece | 20190721_libros_chicos_kane_g.jpg

Llegan las vacaciones de invierno y desde hace 29 años vienen acompañadas de la Feria del Libro Infantil y Juvenil, que este año comparte cartel con la FED, la feria de editores independientes con la que, en este rubro, parece tener muchas coincidencias.

De la enorme cantidad de editoriales que publican para esta franja etaria –que, dejando de lado las de libros escolares, son alrededor de sesenta–  apenas se asoman entre los stands los nombres de los principales grupos editoriales que compraron los sellos infantiles de Alfaguara o Sudamericana –cuyas colecciones fueron la cantera de varias generaciones de escritores argentinos– y que parecen haberse desentendido de esta tradición para ocuparse de aquellos nombres que tienen una venta asegurada, o de personajes que acompañan estas ventas desde la pantalla del televisor.

Fuera del nutrido catálogo de Alfaguara infantil con el que se quedó Santillana cuando Alfaguara pasó a integrar Random House y que se transformó, en el año 2015, en el sello Loqueleo, el mercado de libros infantiles en la Argentina está bajo el dominio de las editoriales independientes, donde se podrán encontrar desde refinados libros de arte, ediciones bilingües en lenguas originarias, libros de tela, libros para disléxicos en tipografía amigable y en tinta braille, libros-juguete, libros-álbum, contracuentos para antiprincesas, viejas colecciones recuperadas y hasta libros en miniatura.

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Según el informe de la Cámara del Libro del año 2018, hubo una contracción del 13% en la cantidad de novedades publicadas con respecto al año anterior y una caída del 23% en la cantidad de ejemplares impresos. Una tendencia negativa que no se ve reflejada en el sector de la literatura infantil y juvenil (LIJ) que, según este mismo informe, ocupa el primer lugar dentro de la producción total del sector editorial comercial con el 20% y un segundo lugar con respecto al público destinatario. Las alarmas de toda la cadena que interviene en la industria editorial suenan cada vez más fuerte pero en el universo del libro infantil parece estar ocurriendo otra cosa.

“No hay crisis en el libro infantil” afirma, convencida, la dueña de la librería El Túnel, del barrio de Belgrano. “El libro infantil siempre se vende. Además, es muy lindo ver a los padres comprar libros porque siempre lo hacen con una sonrisa.” Ecequiel Leder Kremer, responsable de la librería Hernández y miembro del consejo de administración de la Fundación El libro, reconoce que si ha habido un progreso en el terreno de la edición ha sido precisamente en el rubro de la literatura infantil y juvenil y cree que en parte se debe a la alta valoración que tiene la lectura en nuestra sociedad y piensa que las escuelas, incorporando textos de Isabel Allende, García Márquez o Cortázar en reemplazo de Platero y yo o El sí de las niñas, han sido un gran incitador a la lectura del público juvenil.

“Yo calculo que en este momento alrededor de un 15% de nuestras ventas son de libros infantiles y lo que crece, año a año, es su participación. Las unidades vendidas vienen cayendo tanto como las unidades producidas. Si comparamos lo publicado de acuerdo a los registros de ISBN en el primer semestre de 2019 contra 2013, 2014 estamos produciendo un poco más de un tercio de lo que se producía en esos años. Y aunque la caída es generalizada, en el sector LIJ cayó, pero mucho menos”.

Para Lola Rubio, editora de la colección A la Orilla del Viento del Fondo de Cultura Económica, la explicación es netamente política. “No fue magia”, dice, parafraseando una conocida consigna. “Es fruto de algunas políticas públicas de apoyo que se dieron durante todo el kirchnerismo y aun antes, las compras sistemáticas de lo mejor del mercado para todas las escuelas, las políticas de la Conabip o el sostenimiento de las bibliotecas populares. Si vos tenés mediadores que diseñan buenos planes, si eso se sostiene durante muchos años, vas a tener chicos que arrancaron leyendo buenos libros desde preescolar y definitivamente vas a iniciar un círculo virtuoso”. Cree que socialmente la lectura está bien posicionada, incluso entre padres que no leen (y especialmente entre ellos), donde hay un consenso generalizado sobre que es bueno que a los chicos se les provea libros, por lo que la valoración atraviesa todas las clases.

Y si bien los modos de lectura cambiaron mucho, sobre todo entre los adolescentes, donde prima la lectura simultánea en diferentes soportes, sostiene que son justamente estos lectores, los booktubers e instagramers, los más fanatizados por el libro físico, lo que no tiene que ver con una concepción ideológica acerca del lugar del conocimiento, sino con que el libro sigue funcionando para ellos como un mundo propio fuera de los adultos. “Esa es la gran fosa difícil de cruzar entre la escuela y los consumos privados”, agrega.

Clara Huffmann, la responsable de Pípala, el sello infantil de Adriana Hidalgo, no está segura de que el sector infantil esté creciendo, sino más bien manteniéndose a flote, sobre todo a partir del cierre de SM Argentina que la tiene muy preocupada, como a todos. “De cualquier modo, más allá de la situación económica, creo que el libro ilustrado se ha revalorizado. Las personas han descubierto que son mucho más que historias con dibujos: son objetos, son legibles, disfrutables, multiedad, muchas veces muy humorísticos, generalmente inteligentes en su modo de articular ilustración y texto… incluso los hay sin texto escrito (pero bien lleno de historias). Es un sector del mercado editorial muy rico, con infinitas posibilidades”.

Ligado a una idea fuerte de lo formativo, de transmisión cultural, invertir en libros para chicos tiene un alto rendimiento y un bajo costo por los beneficios que trae a largo plazo, sostiene Mercedes Rodrigué, del sello La Brujita de Papel. Un criterio que comparte con Lucía Méndez, de AZ editora, para quien “la importancia de la lectura en el ámbito escolar es vital para el crecimiento del sector. Por otra parte, el libro infantil tiene dos caras. Una es su materialidad: hay una búsqueda de las editoriales por lograr objetos de calidad que sean atractivos tanto para niños como para adultos, con formatos y diseños novedosos. La otra es el potencial que tiene para generar un momento de conversación entre grandes y chicos”.

Luciana Kirschenbaum, una de las responsables de Limonero, la pequeña editorial que ganó este año el premio de la Feria del Libro de Bologna a la mejor editorial de América Latina, tiene una hipótesis bastante personal sobre este fenómeno: “El libro-álbum que nosotros publicamos tiene mucho público entre los adultos, algunos incluso sin hijos, y yo creo que hay algo de la inmediatez, de encontrarse con calidad literaria, con buenas ilustraciones, en un tiempo acotado, que suma. Hoy estamos publicando un cuaderno de artista de Albertine, Bimbi, que es el único libro sin texto que tenemos. Son escenas de infancia y la verdad es que, yo, como adulta, creo que es alucinante en términos de la imaginación que produce, tiene un ir y volver, creo, más ágil que quizás una novela. Yo creo que hay algo de esto que está creciendo y además, la ubicación de los niños en el lugar social. Históricamente es un momento en que los niños están en el centro del interés de los propios padres. Pareciera que vuelve a tener relevancia el lugar del heredero”.

Walter Binder, el editor de Calibroscopio –que junto con Arte a Babor, Kalandraca, Iamiqué, Del Naranjo y Algar, ha construido uno de los catálogos más exquisitos de la LIJ–, cree en el libro como un bastión contra las multipantallas. “Yo soy de los que consideran que a un chico hay que rodearlo de libros desde bebé. Así que creo que la literatura infantil y juvenil se sostiene desde hace unos cuantos años por este afán de los padres de defender una tradición que además facilita la comprensión”. Su método es apostar por la calidad en todos los tramos del proceso que garanticen un producto en el que se juega mucho más que un pasatiempo eficaz. “Nosotros buscamos que esos mismos libros pensados para chicos de un año tengan un texto significativo porque estamos pensando en que tiene que ser un momento de disfrute entre el mediador, aquel que está leyendo y el chico”.

Libros para grandes vs. libros para chicos. Otra de las diferencias entre este sector y el mercado editorial en general es el cuidado puesto en la producción, que en algunos casos es casi artesanal. Como “una tarea casi religiosa” la define Lola Rubio y la atribuye a que “entre el destinatario final y el libro hay una cantidad de mediadores que opinan, eligen y a veces terminan siendo un obstáculo para que los chicos se encuentren con el libro. Por otro lado, hay ciertas destrezas en cuanto al desciframiento material que lleva tiempo adquirir, entonces hay una cantidad de marcaciones que en los textos para adultos están sobreentendidas”.

Para Mercedes Rodrigué la diferencia es central. “El punto de vista es otro, digamos que es desde los niños. No solo tiene importancia la calidad del contenido, que desde ya en ese aspecto es igual al de un adulto, sino desde dónde te parás y qué conceptos de infancias tenés. Y por otro lado requiere de muchísimo trabajo, trabajo en equipo entre diseñadores, ilustradores y autores. La importancia de lo estético tiene mucha más preponderancia que en los libros para adultos y los procesos suelen ser más largos, sobre todo teniendo en cuenta que se combinan dos lenguajes, no solo el textual sino también el de las imágenes”.

A la hora de explicar el porqué de la elección de los libros editados, no sorprende que la LIJ argentina haya ganado tantos premios internacionales: el Hans C. Andersen por María Teresa Andruetto en 2012 del que Pablo Bernasconi resultó finalista en 2018, el Astrid Lindgren por Isol, en 2013, el premio El barco de Vapor por Andrea Ferrari en 2003, Franco Vaccarini en 2006 y Paula Bombara en 2011 y el Premio Iberoamericano SM por María Cristina Ramos, además del que recibió la editorial Limonero, este año, a la mejor editorial de América del Sur y Central en la feria de Bologna.

Lola Rubio se decide por “cualquiera de los libros de Isol, porque ella tiene un lenguaje estético perfectamente acorde al discurso que quiere desarrollar. Trabaja con la idea de sombra, lo que se ve y lo que no se ve, lo que es y lo que parece, y con esa idea desarrolla un concepto estético”. Clara Hauffmann elige Dos montañas, un libro de la argentina Sabina Álvarez Schürmann. “Es un cuento sobre la población de una aldea que descubre que dentro de dos montañas cercanas hay oro y plata (rayos de sol y rayos de luna). Los adultos de esa aldea vacían las montañas y son los niños los que hacen comprender a los mayores que una montaña sirve para disfrutar de un paseo y observar la vista desde su altura. Es un libro muy poético, con una postura sobre la responsabilidad en el mantenimiento del medio ambiente. Y tiene un tono optimista sobre las nuevas generaciones, que llegan con mayor conciencia sobre la preservación y mucha potencia para ponerlas en práctica”.

Lucía Méndez, de AZ editora, elige Fantasmán, de Jó Rivadulla, un relato en el que su protagonista, Sofi, se enfrenta a la pérdida de su abuelo y recurre a la imaginación para lidiar con eso. Tiene un amigo invisible, Fantasmán, que la acompaña y la aconseja en el camino. “Es un libro que tiene múltiples niveles de lectura: por un lado, la historia de aventuras y por el otro, el proceso de Sofi para sobrellevar el duelo, y desde lo visual también es muy impactante: a la figura de Fantasmán se le aplicó una laca sectorizada, lo que permite jugar a encontrarlo en cada doble página. Es uno de mis preferidos”.

Walter Binder, de Calibroscopio, elige Hay días, “un libro de María Wernicke porque ella es una autora integral, es ilustradora de su propia obra, y es un libro-álbum que cuenta la ausencia de su papá (el escritor Enrique Wernicke). Es un libro que me conmueve cada vez que lo abro, por la belleza literaria desplegada en un renglón por página, no más que eso, y todo lo que la ilustración cuenta sin que se diga”. 

El caso SM. Un cartel con la leyenda: “Autores, trabajadores, amigos de SM: estamos con ustedes” cuelga en el stand de la editorial, un stand lleno de libros pero desprovisto de empleados. La noticia de que este grupo español, aduciendo problemas financieros derivados de la pérdida de rentabilidad, decidió cerrar su filial argentina y despedir a más de cien trabajadores fue una bomba que estalló en el castigado campo editorial argentino, por muchas razones. Todos los autores argentinos de su catálogo coinciden en que la ausencia de sus promotores de lectura en las escuelas va a generar, además, una pérdida importante de lectores a futuro.  

Para Paula Bombara, “la situación es de absoluta incertidumbre pues no hay una comunicación oficial, formal, de la editorial sobre la que pueda pensar el destino de mis libros. El futuro no parece alentador”.

La escritora Andrea Ferrari inscribe este hecho dentro del contexto actual. “Este es un año durísimo para la industria editorial argentina. En un contexto de recesión generalizada, las ventas cayeron a pique, cerraron librerías, bajaron las cifras de publicaciones, se redujeron los puestos de trabajo. Lejos de generar medidas de apoyo, este gobierno canceló proyectos como el Plan Nacional de Lectura y acabó con las compras oficiales de libros para las escuelas. El achicamiento de SM se suma a este tremendo panorama”.

Desde el colectivo LIJ, aparecen las primeras señales de organización. En su página de Facebook se declaran en estado de alerta a la espera de un encuentro –que ya pidieron– con los responsables del cierre, para luego convocar a una asamblea que sea a la vez informativa y propositiva e invitan a “escritores, escritoras, ilustradores, ilustradoras, narradores, narradoras, especialistas y editores y editoras a sumar sus voces, a compartir en sus redes, a participar del necesario debate que se viene”.