La intimidad humana sufrió varias invasiones, y la más cruenta es contemporánea. Vivimos hiperconectados a redes sociales mediante todo tipo de dispositivos. Quedó en la historia la pornografía canalizada por el VHS para dar paso al HD y el 3D, incluyendo la interacción virtual por chats a través de elementos comandados a distancia, en la que el espectador pasa a ser protagonista de su propia fantasía. Todo menos una caricia, una palabra clave; ni el mínimo contacto pasional. ¿Será la distancia con el erotismo carnal el motor de un éxito de ventas? ¿Qué hay en la lectura que la técnica y la hiperexposición no puedan satisfacer? ¿Se trata de un género literario o sólo de suplir el deseo fantástico de una extensa mayoría? ¿Qué secreto guarda tal necesidad contemporánea por esos textos? Ciertas obras literarias originan fenómenos de este tipo, ya sea influyendo a una generación de autores, ya sea recuperando una temática. Desde el misterio del Kamasutra y las pinturas pornográficas de Pompeya, la sexualidad ha tenido distintos planos de representación, y no hay que viajar tan lejos para buscar el origen manifiesto en la novela contemporánea. Pero tengamos en cuenta cuánta distancia existe con el monólogo final de Molly Bloom evocando el orgasmo en el Ulysses de James Joyce. En un prólogo a Tess (publicada originalmente como Tess de los d’Urberville, una mujer pura) de Thomas Hardy, Constantino Bértolo cita a Raymond Williams, quien explica la condena al ostracismo que sostuvo la crítica. Hardy utilizaba un lenguaje cruzado entre dos hablas, la del observador distante y plenipotenciario y la de los personajes en su ámbito social. El conflicto, ante las mentes citadinas, producía un choque de sonidos, una dualidad conflictiva. De todas formas, la propuesta de Tess quedó ligada a que no hay moral victoriana que se resista (o no hay moral que pueda detener el deseo), de ahí su vigencia. Además, fue publicada como folletín, por capítulos, y también censurada. Hardy, contemporáneo de Henry James y de Zolá, fue quien abrió el abismo de la existencia cruda, el sacrificio sin interpretaciones, la crueldad de la existencia sin redención en el amor para la novela del siglo XX. ¿Y cuál era el pecado de la obra? La protagonista pierde su virginidad por una violación e igual se casa, pero sin avisar del detalle a su futuro consorte. Esto da idea de cuán infantil resulta lo escandaloso a la luz de la historia; los victorianos exageraban. Tal vez por ello el film de Roman Polanski puso sutura, y concilió al texto en Nastassja Kinski como la imagen de pureza en la heroína. El ánimo de represión tuvo su cenit en 1960 con El amante de Lady Chatterley. A treinta años de la muerte de D.H. Lawrence, su pecado seguía vigente: la pasión entre dos miembros de clases sociales equidistantes. La casa editora Penguin debió defender la edición en los tribunales de Londres. Luego la música popular y los excesos sociales han puesto un manto de piedad en occidente: de lo escandaloso pasamos a la mirada escéptica ante los últimos gestos de horror por el efecto de un texto de ficción. En el recuadro adjunto pueden leer la opinión respecto del juicio condenatorio sobre los textos de Federico Andahazi, autor de Pecar como Dios manda. Historia sexual de los argentinos, y cuya última novela es El libro de los placeres prohibidos.
Luego están las obras que anticipan el fenómeno, el cruce entre distintos registros (gráfica, caligrafía, fotomontaje pornográfico y estilo, como el caos simbólico que lo materializa). Es el caso de Teatro proletario de cámara de Osvaldo Lamborghini, apenas editado en 300 ejemplares de manera facsimilar en Barcelona, presentado aquí en 2009 y con nula distribución. Las páginas mezclan textos manuscritos dibujados encima, textos mecanografiados, frases, fotos, el cruce entre el deseo expuesto y la puesta en relieve de los cuerpos en pleno acto sexual, un aviso claro del porvenir, donde el garabato es la expresión de inquietud pasional, la letra que tiembla enardecida. Como en aquellos espectadores-artífices de internet, lo representado actúa la sexualidad para anónimos concurrentes casuales, tal vez futuros lectores, y así la página ilustrada de Lamborghini pone en escena una poética que confronta la sumisión en la miseria de lo real.
Cincuenta sombras de Grey es un fenómeno de ventas que completan Cincuenta sombras más oscuras y Cincuenta sombras liberadas. En Argentina se han vendido del primero 200 mil ejemplares, del segundo 100 mil, y del tercero 70 mil. Instalado el consumo, la demanda desatada parece ser mayor que lo ofrecido, por eso la misma editorial publicará Diario de una sumisa de Sophie Morgan, con el sello Grijalbo, y El límite del placer de Eve Berlin, en editorial Roca. Y en junio, Bajo las sábanas, cuentos eróticos de Kristina Wright. Según Florencia Ure, jefa de prensa de Random House Argentina, “el 80% del público comprador de la trilogía es femenino, mayor de 25 años. Pero intentar sectorizar un éxito así es imposible. En el mundo se vendieron cerca de 60 millones de ejemplares. Eso abarca todos los sectores, sexos y edades... es como cuando un programa de televisión llega a 43 puntos de rating: significa que lo vio todo el mundo”. Pero parece que el incentivo y la avidez tienen su fuente en otros textos literarios: “Como lectora diría que la saga tiene la clásica estructura de una novela romántica (desde Jane Austen hasta las hermanas Brontë, nombradas y citadas en la trilogía, hasta Gloria Casañas o Florencia Bonelli) con el agregado de sexo explícito. Pero el esquema es totalmente romántico. Finalmente es una historia de amor”. Respecto de las prácticas de “sexo extremo” que son narradas, agrega: “El sadomasoquismo en los personajes consiste en prácticas sexuales que ellos acuerdan y en las que se ponen códigos de cuándo parar. Es decir, en cuanto alguno de los dos deja de pasarlo bien, se suspende. Ella es todo lo sumisa o sometida que quiere (de la lectura de los tres tomos, finalmente, surge que no lo es tanto). El no la obliga a nada que ella no acepte”. Romanticismo, códigos de respeto, goce y límite, ¿no es acaso una idealización de la relación amo-esclavo? Abandono al placer pero con piloto automático para el regreso sano y salvo, viaje imaginario procaz, lúbrico e íntimo.
A la sombra de tantas sombras, la lista de novedades, o respuestas dentro del género por parte de Planeta, comprende varios textos. Un libro de humor como antítesis es Cincuenta sombras de Gregorio, de Rossella Calabrò, italiana, que exalta las características de un hombre común, sin estridencias ni riqueza, justificando que sea tan deseable como Grey. Cuarenta grados a la sombra es una antología de Julieta Bliffeld, con cuentos cortos de Mercedes Halfon, Flor Monfort, Virginia Cosin, Mariana Chaud, Domitila Bedel, Gabriela Bejerman, Lola Arias, Violeta Gorodischer, Fernanda Nicolini y Daniela Pasik, donde se notan tanto la urgencia del encargo a medida como un lenguaje general y estructuras de relatos que evocan los relatos eróticos anónimos, bastante obscenos por cierto, que abundan en internet. En El infierno de Gabriel, de Sylvain Reynard, escritor canadiense, un profesor de Literatura especialista en la obra de Dante entabla una tormentosa relación con una alumna (tema ya abordado por Guillermo Martínez en su Yo también tuve una novia bisexual, pero con escasa carga erótica). Luego, Pídeme lo que quieras de la española Megan Maxwell (escritora de género romántico que vira al erotismo), en la que un alemán en Madrid sufre las vicisitudes del voyeur y los juegos de dominación a manos de inquietante señorita. S.E.C.R.E.T., de L. Marie Adeline (seudónimo de una “exitosa” productora de la televisión canadiense), tiene por protagonista a una viuda que ingresa a un secreto club del placer y deberá cumplir con las diez pruebas del goce dentro de normas estrictas. ¿No es el argumento de Ojos bien cerrados, de Stanley Kubrick? En Siete años para pecar, de Sylvia Day, norteamericana y escritora romántica, existe la pasión postrera entre un joven que se ha prostituido y la testigo del suceso. Según Ana Wajszczuk, jefa de prensa de Planeta, “este fenómeno amplía un perfil de lector que es el de la novela romántica: desde hace un tiempo se puede entrever una especie de boom de autoras locales que le dan un giro al género, situándolo en contextos históricos locales y con escenas de sexo que alejan a la heroína del perfil modosito a la Corín Tellado, como Viviana Rivero o Florencia Bonelli. Por ejemplo, Megan Maxwell es una autora que da este salto. En la mayoría de estas novelas no hay porno duro: siempre se deja entrever una historia de amor más o menos en primer plano. También creo que el fenómeno arrastra a los no lectores, que ven en la repercusión mediática de estos temas un nuevo objeto de consumo”.
De todas formas, dos joyas se ven beneficiadas en tal revuelo comercial. Una es contemporánea; la otra, un rescate editorial. La primera es El centro del mundo, de Ercole Lissardi (Planeta), que incluye la nouvelle homónima y dos más: La diosa idiota y La educación burguesa. Lissardi ha publicado desde 1995 Aurora lunar; Interludio, interlunio; Acerca de la naturaleza de los faunos; El amante espléndido; El secreto de Romina Lucas; Ulisa; Una como ninguna y La bestia. Llamado erradamente “pornógrafo”, explora más allá de las estructuras psicológicas y ambientales de sus personajes, pone en acto los límites de la forma e interroga sobre qué es lo narrable en las situaciones eróticas. ¿Erotómano? También, como lo fueron Joyce, Nabokov e incluso Guillermo Cabrera Infante. Pero eso no es el centro; en Lissardi hay una carrera del deseo, alocada, como si se tratara de la mente misma de un fauno ilustrado. El rescate, que se ve impulsado entre tanto romanticismo salido de parámetros, es la Biblioteca Manuel Puig, cuyo título más popular e imprescindible es Boquitas Pintadas. Ahí el lector tiene, en formato pocket, una serie maravillosa donde el folletín anticipa estos géneros con forma de “guiones sucintos” que explicaré más adelante. Por otra parte, del lado de Suma (Alfaguara), publican Desnuda, primera parte de la saga Blackstone, cuya autora Raine Miller fue un éxito de ventas en Amazon (otra vez la web). Aquí la trama está en la misma línea: un poderoso hombre de seguridad privada (mercenario en jefe, seamos claros) entabla un romance turbulento con una modelo, y ambos tienen profundos secretos.
Casi todos los textos del fenómeno y sus secuelas fueron escritos por mujeres; eso no determina nada, o sí: que las escritoras son las que impulsan las ventas y tienen éxito, tras el faro precursor a J.K. Rowling. Pero hay algo común en todas ellas, y es el origen de la escritura. La mayoría de ellas escribió en un blog, además de ser guionistas televisivas, lo que resulta llamativo por dos aspectos. De un lado, resalta el coaching de agentes literarios y editores que resulta en estos encuentros con el libro impreso. La web ha tenido éxito en llevar al libro a escritores amateurs, o poco visibles. Y el otro tiene que ver con la lengua bífida que utilizaba Thomas Hardy, casi molde estilístico pero rebajado en su calidad cultural: tenemos aquí un lenguaje claro, conciso, sin aspiraciones poéticas. Pura acción, diálogo y resolución. Nada que distraiga el avance de los sucesos narrados, nada que denote un pensamiento abstracto capaz de perder al lector. ¿No estamos frente a la consagración del guión cinematográfico, o de serie televisiva, como género? Los lectores están formados en un ámbito interactivo complejo, esto pesa a la hora de que un editor confronte las posibilidades en un producto de masas, y éste debe tener el reflejo de sus tipificaciones, el anclaje léxico en las necesidades de identidad. Un vocabulario restringido, escueto, y una estructura amable pasan a ser prioridad. También es llamativo que no se recurra al conocido “placebo” literario, tan utilizado en best sellers de género-policial-el-tema-que-sea, páginas y páginas correctas de descripciones ociosas, tan innecesarias como inocuas al desarrollo de la trama. Por eso el guión, la descripción escénica primitiva y el desarrollo inmediato de la acción toman relevancia. Cada capítulo con los elementos indispensables y el suspenso pendiente para el que sigue. La saga mágica de Harry Potter, como era destinada a un público de menor edad, repetía el nombre de los personajes y los sucesos anteriores, de manera que no era necesario retroceder páginas y releer. Con este nuevo fenómeno de ventas estamos ante un lector reducido al presente de lo leído. En semejante reino de lo instantáneo, los derivados de tal fórmula comprenden un libro ilustrado (y aquí, de nuevo, el Teatro proletario de cámara), El kamasutra de Grey, con textos de Laura Elias. Allí están desglosadas las prácticas sexuales, con explicaciones atinentes y, como en una receta, el listado de elementos con que se debe contar. ¿No es esto la consagración del storyboard? Ahora, para quien quiera incursionar en la imposibilidad del amor a pesar de la pasión, sigue vigente El Amante de Marguerite Duras, porque el lector siempre puede elegir más allá de los rankings.
Ercole Lissardi: “La gente vive la vida sexual que puede”
—Resulta notable que en un momento en el que la pornografía se consume de manera tan privada, el mercado editorial apueste a esto... y le vaya bien.
—Entre 1972 y 1975 se acabó en Occidente la censura para las representaciones de la sexualidad. La que aprovechó de inmediato y a fondo las consecuencias de esa derogación fue la industria de la pornografía, que en pocos años llegó a ser una de las más rentables. La industria del entretenimiento (cine, TV, best sellers) se tomó su tiempo. Continuó adherida a versiones simplistas, esquemáticas de la vida sexual. Hoy ha decidido aggiornarse. Y se ha encontrado con que, como es natural, los miembros de una sociedad ya profundamente “pornografizada”, como la nuestra, están más que dispuestos a consumir entretenimientos que presenten versiones más realistas de la vida sexual. Primero el cine avanzó en ese sentido (por ejemplo, las masturbaciones de Nicole Kidman en Margot y la boda, y de Meg Ryan en En carne viva); luego la televisión (la serie Girls, actualmente en pantallas, es un ejemplo). Era cuestión de tiempo que la gran industria editorial siguiera el camino. Cincuenta sombras de Grey es el título con el que comienza ese aggiornamiento. Por supuesto que la onda erótica es un momento más –luego de las sectas católicas y los vampiros– de la variedad que propone la industria al consumidor, pero tiene consecuencias irreversibles: ya no será tabú para la industria un texto en el que la vida erótica sea tratada con un nivel importante de realismo, o sea, de fantasía.
—Esta visibilidad del género ¿permite que tus novelas tengan proyección en todo el habla castellana?
—Por supuesto que durante todo este tiempo en el que la gran industria editorial no se atrevía a tomar el toro por los cuernos había escritores aprovechando la nueva permisividad. Sólo que –como en mi caso, que publiqué veinte libros desde 1995 en adelante– producían para pequeñas editoriales dedicadas a públicos marginales, a la élite intelectual, digamos. Que esos escritores de erótica, relanzados por la gran industria, puedan alcanzar públicos más amplios es, por cierto, una posibilidad.
—¿Qué le falta a la vida para que la fantasía sexual de una joven sea el disparador de un fenómeno de ventas?
—Que vivamos una especie de permisividad en lo que concierne a las representaciones de la vida sexual no significa que la gente esté viviendo realmente la vida sexual que desea. La gente vive la vida sexual que puede vivir; el resto se lo imagina, y para eso la industria del entretenimiento la provee, cada vez con mayor eficiencia, de disparadores.
—La relevancia que da a la sumisión la narradora de la saga de Grey ¿no es un rol que satisface al machismo? ¿O podemos pensar que lo pone en escena y debe ser conjeturado?
—En los juegos de sumisión los roles de amo y esclavo pueden ocuparlos indistintamente hombres y mujeres. Se trata de prácticas eróticas que las personas asumen consciente y deliberadamente. Normalmente, en este tipo de prácticas el machismo no es más que un disfraz, un objeto de parodia. Claro está que en toda parodia hay una relación ambigua con el objeto parodiado.