En el arte conceptual se recurre a los ready made sin referencia al cuerpo humano y, cuando éste aparece, se emplea también un ready made, normalmente un juguete o cualquier objeto de producción industrial. Mientras en las performance aparecen cuerpos reales, se elimina la representación que la reemplaza una realidad teatralizada y efímera.
Es cierto que la ausencia de representación del cuerpo en el arte ha sucedido varias veces en la historia por distintos motivos; los principales: la idolatría que puede provocar y el horror después de las guerras del siglo XX. Pero estos casos de desaparición tienen causas, en la prohibición o en el horror. No obstante, carecemos de hipótesis para sustentar la ausencia del cuerpo en el arte conceptual.
A continuación, se ensaya un análisis acaso superficial como breve sobre un tema tan profundo como el significado de la representación del cuerpo en el arte. El propósito es: a) recordar al lector la presencia que el cuerpo ha tenido en las diferentes épocas y etapas del arte, y la sorprendente ausencia del cuerpo en el arte conceptual; b) establecer hipótesis para la comprensión de un cambio tan profundo.
Representación, lenguaje y metáfora
Más allá de la negación racionalista, materialista o de cualquier otra índole, ¿Si hay un “tiempo” que excede al tiempo, que está antes del nacimiento y después de la muerte; hay una eternidad? ¿Y si hay un “espacio” que excede la medida, que siempre es arbitraria; hay un infinito? La razón no alcanza a dilucidarlo y tampoco podemos doblegar el “apeiron” de Anaximandro, lo desmesurado, lo que carece de perímetro.
El misterio está afuera del tiempo y del espacio, fuera de la razón; entonces permanece incólume ante la soberbia negativa del intelecto y pone en crisis los límites que establecemos en busca de un orden, de un cosmos que gobierne el caos, de una ley que nos permita entender, de un universo que aplaque lo diverso.
Secretamente, sin que nosotros lo admitamos, nuestra conciencia dice que el caos persiste, que el cosmos que nos hemos inventado es falso, que es solamente un instrumento para calmar la angustia de vivir sabiendo que vamos a morir. Que, tal como decía Kant, nos ilusionamos con el conocimiento de los fenómenos, mera apariencia, pero jamás conoceremos los noúmenos, aquello que “es” detrás de la apariencia, antes del tiempo y del espacio.
Es nuestra soberbia adánica la que nos hace creer que conoceremos todo y ya no habrá misterio. ¿Es el arte el medio que tenemos para aproximarnos al misterio y a la trascendencia del pensamiento? Desde la Expulsión ya no tenemos el lenguaje adánico, que no necesitaba la representación porque contenía el objeto.
Ya no vivimos en el Paraíso, no convivimos con Dios, con el misterio. Nuestro lenguaje ahora sólo representa, sólo “existe”, no “es”. Prometeo el Titán, robó el fuego (el intelecto), a los Dioses y nos lo entregó a nosotros. Y Adán y Eva comieron el fruto del Árbol de la Sabiduría del Bien y del Mal. Por eso somos animales con una “diferencia específica”, tenemos la razón que nos distingue, como dijo Aristóteles.
Los instrumentos del intelecto son el concepto y la imagen. Con ellos solo podemos representar la “realidad”, reflejarla como un espejo, con las deformaciones propias de un espejo. “(…) Dios ha creado las noches que se arman / de sueños y las formas del espejo / para que el hombre sienta que es reflejo / y vanidad. Por eso nos alarman” (Jorge Luis Borges, Los espejos).
Desde entonces nuestros consuelos son el arte y la poesía que, elaborados con conceptos e imágenes (lo único que nos quedó), crean mensajes ocultos atrás de los mensajes, metáforas que permiten acercarnos, tan sólo acercarnos, al misterio. Según Hegel la aproximación al Espíritu Absoluto tiene solamente tres vías, todas imperfectas: la filosofía, la religión y el arte (ver Enciclopedia de las ciencias filosóficas y Lecciones sobre la estética).
Son mensajes “herméticos” porque los trae Hermes, el mensajero de los dioses, o “cantos de la Musa”, que se expresan a través de la voz del poeta. Son herméticos porque son impenetrables con la razón, son mensajes que no están sujetos al entendimiento, están dirigidos al alma o a la emoción, como se prefiera. “El fin del arte es la exposición sensible de lo absoluto” dice Hegel (Lecciones de estética, traducción de A. Brotóns, Ed. Akal, Madrid, 1989).
Presencia del cuerpo en el arte
“Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.” (J.L. Borges. “El Hacedor”, Buenos Aires, 1960.)
“Ogni pittore dipinge se stesso” (Todo pintor se pinta a sí mismo), nos dice Leonardo en Trattato della Pittura (compilación de manuscritos de Leonardo hecha por sus seguidores). El cuerpo, en verdad, obra como una imagen que representa el desenvolvimiento del yo en su propio mundo, que es la conciencia (o el alma, dirían los escolásticos), pero también representa la repercusión del mundo social en el yo.
El cuerpo se va “produciendo” en el devenir, como una representación de lo interno, del mundo y de lo social y, sin que lo sepamos, inadvertida, la imagen del cuerpo representa las ilusiones y las desilusiones de cada época, sus deseos, su erotismo. También sus terrores y sus misterios inalcanzables por la razón.
Fugaz, evanescente, efímero como la vida, el cuerpo termina en la muerte. Cuando cesa, ¿cesamos nosotros? Y se cierne el misterio. ¿El cuerpo es el orden, es el cosmos del alma caótica, es el perímetro ilusorio de lo desmesurado?
Y si la creación más perfecta de Dios somos nosotros -los Hombres creados a “su imagen y semejanza”-, ¿la representación del cuerpo es el culto del arte a la creación más perfecta? ¿Somos la creación más perfecta o somos pura vanidad adánica?
*Coleccionista de arte y presidente de la Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes