Los tres primeros tomos de las Obras completas forman lo que podríamos llamar el núcleo duro de los escritos de Borges, los que él supervisó y autorizó en vida, aunque en el título se esconde capciosamente lo escamoteado: no se tituló Obra completa porque se excluían sus tres primeros libros de ensayos, repudiados por el autor. Gradualmente, este núcleo inicial se vería enriquecido, en 1995, por los libros que eventualmente integrarían las Obras completas en colaboración y en 1996 por un tomo cuarto; luego los tres tomos de los Textos recobrados, los textos publicados en el diario Crítica y revista Sur, sus conversaciones públicas con Antonio Carrizo, Osvaldo Ferrari y otros; las privadas referidas por Bioy Casares en su Borges (2006), sus clases de literatura inglesa en Borges profesor (2000) editado por M. Arias y M. Hadis, sus anotaciones en los libros que dejó en la Biblioteca Nacional tras su renuncia, exhumadas y transcriptas por Laura Rosato y Germán Álvarez en el formidable Borges, libros y lecturas (2010), y muchos otros textos que por falta de espacio no llegaré a enumerar.
En su fundamental Borges, un escritor en las orillas (1995) Beatriz Sarlo lo caracteriza como un autor entre mundos: el siglo XIX y el XX, la ciudad y el campo, América y Europa; si esto puede decirse del corpus principal, este otro corpus satélite que empieza a orbitarlo y que no deja de crecer puede catalogarse como las orillas de las orillas. Ya Alan Pauls en su El factor Borges (2005) había llamado la atención sobre estas dos frecuencias del autor que confesaba su notoria debilidad por las historias de dobles: “Como si Borges fuera una especie de Dr. Jekyll y de Edward Hyde que, amparados por una ficción de identidad, se repartieran con ecuanimidad las jurisdicciones, los temas, los estilos de dos maneras de hacer literatura: una culta, hermética, ‘intelectual’, dirigida a un cenáculo de amigos e iniciados; la otra popular, ligera, atenta a las apetencias de un público masivo y anónimo” –resume Pauls, que al punto se encargará de desarticular esta oposición esquemática preguntándose cuánto “había de Hyde en Jekyll y viceversa”.
Desde hace una década y media este ya voluminoso corpus se viene enriqueciendo con una nueva clase de materiales: el estudio y la publicación de los manuscritos, tanto en ediciones facsimilares como en pormenorizados estudios como los realizados por Daniel Balderston en El método Borges (2021) y Lo marginal es lo más bello (2022). A estos se suman ahora el deslumbrante Cuadernos y conferencias (2024), resultado del trabajo conjunto de Daniel Balderston, Alfredo Alonso Estenoz, Mariela Blanco, Emron Esplin, María Celeste Martín, editado por el Borges Center de la Universidad de Pittsburgh, dirigido por el propio Balderston. El nuevo libro reúne las notas de Borges para sus clases y conferencias sobre diversos temas y autores: la antigua poesía anglosajona e islandesa; Voltaire, Francis Bacon, David Hume, Blake, Tennyson, Fitzgerald, Browning, Emerson, Whitman, Poe, Melville, Mark Twain, Conan Doyle; cuatro clases sobre Oscar Wilde y otras sobre Almafuerte, Güiraldes, Kafka, la literatura fantástica y los problemas de la novela. La muy cuidada edición incluye los facsímiles de las notas, una transcripción que las vuelve más legibles y un comentario-resumen de alguno de los cinco editores. Además del contenido, que por sí solo bastaría para justificarla, quiero destacar el cuidado y la belleza de la edición, que la convierten en un libro de artista o libro-objeto, ya que al encanto de leer los textos de Borges se suma el de descifrar su caligrafía, esa “letra de insecto” que Borges atribuyó a Pierre Menard y sus críticos y lectores reconocemos como la suya propia.
Muchos autores son renuentes a mostrar sus borradores o a hablar de su proceso creativo: por algún motivo cuyas razones se me escapan, así como en las artes plásticas se ha hecho costumbre considerar planes y bocetos como parte de la obra, en la literatura se ha instalado la contraria de esconderlos como si constituyeran una confesión de ineptitud vergonzante. En esto (como en tantas otras cosas) Pierre Menard es un caso extremo: “Multiplicó los borradores; corrigió tenazmente y desgarró miles de páginas manuscritas, no permitió que fueran examinadas por nadie y cuidó que no le sobrevivieran.” En su caso podemos imaginar que lo hizo para que no quedara nada de su Quijote que no fuera idéntico al de Cervantes; en otros autores los motivos pueden ser menos literarios que personales: “Un olvido animado por la vanidad, el temor de confesar procesos mentales […] peligrosamente comunes, el conato de mantener intacta […] una reserva incalculable de sombra…”, propone Borges en “Las versiones homéricas”. De él mismo, por suerte, ha sobrevivido una gran cantidad de materiales, aunque conspira contra su estudio el hecho de que no hayan sido reunidos por una institución sino que estén desperdigados por el mundo, muchas veces en manos de meros coleccionistas que se niegan a compartirlos: replicando la paradoja de la Biblioteca de Babel, los textos están, pero es imposible encontrarlos.
Desde 2009, Daniel Balderston se ha abocado, junto con un equipo de colegas y colaboradores, a la tarea de reunir, estudiar y publicar todos los que se han vuelto accesibles, y estudiarlos siguiendo los rigurosos protocolos de la crítica genética, que procura reconstruir algo del proceso creativo a partir del examen de los sucesivos borradores y versiones. El propio Borges no era reacio a practicarla: en uno de sus más brillantes ensayos, “La esfera de Pascal”, logra cifrar el tránsito del Renacimiento al Barroco en una tachadura de este autor: comentando la sentencia “el universo es una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna”, a la que recurrió Giordano Bruno para proclamar la rotura de las esferas ptolemaicas y el liberador advenimiento del espacio infinito, y el posterior terror de Pascal ante la misma, Borges señala: “la edición crítica de Tourneur (París, 1941) […] revela que Pascal empezó a escribir effroyable; “[La naturaleza es] una esfera espantosa, cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna.”
De análogo modo, los editores de Cuadernos y conferencias nos regalan un vistazo a este otro ‘lado Hyde’ de Borges: las vacilaciones, las dudas, los errores de ese escritor implacable que tantas veces (sobre todo los demás escritores) leemos apabullados por la consternación de lo perfecto, como podemos apreciar en esta versión del párrafo inicial de “Funes, el memorioso”, que el lector curioso podrá cotejar con la versión publicada: “Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo semidivino; sólo un hombre en el mundo [la Tierra] tuvo derecho y ese hombre ha muerto) con una rama [un gajito] de cenicienta [amarilla] santonina en la mano, viéndola como nadie lo ha visto, como no lo verá [como ningún otro lo ha visto, aunque lo…] ningún otro aunque lo mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera. Lo recuerdo, trajeado decentemente de negro, [la cara silenciosa y morena [aindiada] bajo el chambergo gris + detrás del cigarrillo] la cara silenciosa y oscura bajo el chambergo.”
Empresa nada desdeñable la de la crítica genética: dar a la pregunta retórica y meramente enfática “¡Cómo hizo Borges para escribir este cuento!” una respuesta fáctica: “hizo así”.