CULTURA
crítica

El lugar como palimpsesto

La obra, dividida en dos registros por cada lugar –uno memotécnico, otro perceptivo– nos remite de inmediato al proyecto Oulipiano.

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| cedoc

El libro póstumo que ahora se nos entrega no es sólo la realización tardía de un proyecto inconcluso, sino, paradójicamente, su realización más cabal. Porque si algo se juega en Lugares es precisamente la tensión entre lo que puede fijarse por escrito y lo que inevitablemente se pierde: la memoria como resto y la ciudad como ruina viva.

Perec, en una carta a Maurice Nadeau, anunciaba este proyecto como parte de un “vasto conjunto autobiográfico monstruoso”. La elección del adjetivo para describirlo no es accidental. Como apuntaría Blanchot, lo monstruoso en literatura no es lo anómalo sino lo excesivo, lo que desborda los marcos de lo representable. Lugares, con su estructura basada en la permutación rigurosa de doce sitios vinculados a su biografía parisina, intenta encerrar el tiempo en una cuadrícula. Pero el tiempo, por supuesto, se escapa.

La obra, dividida en dos registros por cada lugar –uno memotécnico, otro perceptivo– nos remite de inmediato al proyecto Oulipiano, ese laboratorio literario donde la restricción formal no constriñe sino que libera. Como Queneau o Rou-ssel antes que él, Perec entendía que la escritura necesita del artificio para asir lo real. Pero a diferencia de sus maestros, en Lugares lo que está en juego no es solo la forma, sino la íntima cartografía del yo.

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Aquí es inevitable Benjamin y su Infancia en Berlín hacia 1900. Pero donde Benjamin reconstruye con la lente poética de la melancolía, Perec lo hace con la mirada del topógrafo, del catalogador de lo anodino. No hay épica, ni lírica, ni narración continua. Hay una acumulación de fragmentos, como si el autor quisiera reemplazar el flujo de la memoria por la técnica del muestreo. Cada página se convierte así en un ejercicio de tensión entre el ojo que recuerda y el ojo que constata. El primero es brumoso, selectivo, íntimo. El segundo es riguroso, casi clínico. Pero, ambos se contaminan.

Lugares es habitar una ciudad espectral. No sólo porque muchos de los espacios descritos ya no existen o han mutado, sino porque el autor está ausente. El lector sabe que este es un proyecto interrumpido por la muerte, y esa ausencia lo recorre como un murmullo constante. El París de Perec no es tanto una geografía como una anamnesis, una tentativa de fijar lo efímero, de nombrar lo que se borra.

El texto no puede leerse sino como un palimpsesto, una escritura que revela bajo su superficie la trama de otra escritura: la de la vida que pasa, que se desgasta, que se transforma. Cada descripción in situ se convierte entonces en una paradoja: al querer fijar el lugar, lo muestra como irrepetible. Al querer documentar el tiempo, exhibe su imposibilidad de captura.

Perec, aparece aquí como “prestidigitador”. Pero a diferencia del ilusionista, no busca ocultar el truco: lo exhibe. Nos muestra los hilos, las repeticiones, los desplazamientos. La cuadrícula matemática que estructura el libro no es una prisión, sino un espejo: nos enfrenta con la repetición imposible de lo mismo, con la diferencia ineludible de lo idéntico.

Lugares es mucho más que un libro póstumo: es una despedida que, sin proponérselo, se vuelve testamento. No por su solemnidad, sino por su persistencia en el juego, en la técnica, en la mirada aguda sobre lo banal. Perec, supo que el detalle es una forma de eternidad. Y en este libro-ciudad logra fijar, aunque sea por un instante, el tembloroso mapa de una vida.

Lugares

Autor: Georges Perec

Género: novela

Otras obras del autor: Las cosas; El hombre que duerme; El secuestro; Especie de espacios; Tentativa de agotar un lugar parisino: La vida: instrucciones de uso; El gabinete de un aficionado

Traducción: Pablo Martín Sánchez

Editorial: Anagrama, $ 49.500