CULTURA

Emergencia millennial

En tiempos de pos autonomía literaria, resulta preciso articular marcos que permitan comprender los resortes de la literatura contemporánea en español. Entre filias, fobias y campañas de marketing, editores, escritores e investigadores analizan y reflexionan sobre una generación que ya ha hecho sonar su voz.

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La escritura que se convierte en selfie. | PABLO TEMES

Según pasan los años del nuevo milenio, la generación que con su nombre rinde honores a la época –los millennials– escribe un nuevo capítulo en la historia de la literatura. A diferencia  de los escritores que cometieron el traspié de haber nacido antes de la década de 1980, los millennials no encuentran grandes obstáculos a la hora de publicar; gracias a la expansión de editoriales independientes en el país (en las que en ocasiones ofician como editores y autores), el desarrollo de plataformas de internet para difundir escritos, la hiperconexión que favorecen las redes sociales y el creciente interés de los grandes grupos en “fichar” a escritores de las ligas juveniles, la literatura millennial en el país es un hecho. 

Una selección para el nuevo milenio. Semanas atrás, la prestigiosa revista Granta en Español, que dirige la escritora y editora estadounidense radicada en España Valerie Miles, dio a conocer un seleccionado de 25 narradores de América Latina y España de hasta 35 años (es decir, millennials) a los que se designó como los “mejores narradores jóvenes en español”. En 2010, la misma publicación había consagrado, entre otros, a escritores hoy reconocidos como Samanta Schweblin, Oliverio Coelho, Lucía Puenzo, Patricio Pron, Federico Falco y Pola Oloixarac, los peruanos Carlos Yushimito y Santiago Roncagliolo, los españoles Andrés Barba y Elvira Navarro, el chileno Alejandro Zambra, el boliviano Rodrigo Hasbún y el argentino-español Andrés Neuman, entre otros. 

En esta ocasión, la representación argentina se redujo a tres autores: Camila Fabbri, Michel Nieva y Martín Felipe Castagnet. “En 2010, de la Argentina recibimos 41 candidaturas, el segundo país tras España y el doble de Perú; fue el tercer país en cantidad de candidaturas –calcula Miles–. Este año, recibimos de la Argentina un total de 17, en quinto lugar de cantidad de escritores postulados. Y eso a pesar de que hice un viaje a Filba, en 2019, para hablar con editores y animar a los autores a presentarse”. El resto de los seleccionados son Andrea Abreu, Irene Reyes-Noguerol, Munir Hachemi, David Aliaga, Cristina Morales y Alejandro Morellón, de España; los mexicanos Aniela Rodríguez, Andrea Chapela, Aura García-Junco y Mateo García Elizondo; los cubanos Carlos Manuel Álvarez, Dainerys Machado Vento y Eudris Planche Savón; los chilenos Paulina Flores y Diego Zúñiga; Estanislao Medina Huesca, de Guinea Ecuatorial; Mónica Ojeda, de Ecuador; José Adiak Montoya, de Nicaragua; la peruana Miluska Benavides; el costarricense Carlos Fonseca, el colombiano José Ardila y el uruguayo Gonzalo Baz. La revista-libro fue publicada en España por Candaya y reúne veinticinco textos inéditos (uno por autor), con una introducción firmada por Miles.

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Para la selección, el equipo de Granta en Español (integrado por Miles, Aurelio Major, Horacio Castellanos Moya, Gaby Wood, Rodrigo Fresán y Chloe Aridjis) leyó textos de más de doscientos escritores y pudo entrever algunas características de la constelación millennial. “La influencia de la obra de Roberto Bolaño es contundente –dice Miles–. Muchos jóvenes profesan admiración, y muchos otros lo imitan, a veces sin saber muy bien exactamente qué es lo que hace que Bolaño sea Bolaño. Pero la influencia de la obra de este escritor es absoluta y supera la de las generaciones anteriores del boom”. Otra constante es la cuestión de la identidad (racial, sexual, religiosa, nacional) que los narradores abordan en sus obras: experiencias de migraciones, de la vida en la ciudad o en las periferias urbanas, historias de jóvenes mujeres, gays, lesbianas, trans y personas no binarias, así como de integrantes de determinadas tribus de pertenencia que se empiezan a sentir ajenos con rituales y costumbres. Fabbri, Fermín Eloy Acosta, Fremdina Bianco, Tali Goldman, Francisco Bitar, Olivia Gallo, Gaita Nihil, Juan Solá, Nicolás Teté, I Acevedo, Tomás Downey y Magalí Etchebarne, entre otros, se enfocan en estas temáticas en cuentos, novelas y autoficciones.

Por otro lado, Miles registra una “vuelta” a la literatura del pueblo o las comunidades pequeñas, fuera de los grandes núcleos urbanos. Vinculada con este recurso, la tradición oral también es frecuentada por los escritores jóvenes, especialmente en historias que captan la experiencia de lo nativo y que sobresale, por razones obvias, en países con varios idiomas nativos, con mitos y tradiciones que pueden ser exploradas por la literatura contemporánea. Las narraciones millennials (por fortuna en algunos casos) no suele ser muy extensa: libros de cuentos y novelas pocas veces superan las doscientas páginas.

Les guste o no a los críticos, la literatura del yo predomina entre millennials. Aunque no es nada nuevo, en estos autores jóvenes los relatos del yo coinciden con sus experiencias en la era digital: la escritura se convierte en una selfie. También la primera persona del singular se enfoca en exploraciones no solo autobiográficas sino también testimoniales, ensayísticas o de denuncia, como se ve en el caso de los libros de Belén López Peiró. Y, por supuesto, el gran interés en las formas como la ciencia ficción o el terror, que suelen cobijar historias ambientadas en un futuro próximo, normalmente apocalíptico, que tienen como trasfondo el tema del cambio climático y sus consecuencias. Tanto las ficciones de Castagnet como las de Nieva ilustran este aspecto, igual que las de Ariel Luppino, Juan Ignacio Pisano, Denis Fernández, Yamila Bêgné, Carlos Godoy y la proteica Lucila Grossman.

Maestros recientes. La relación de los millennials con las tradiciones literarias es más autónoma que en décadas anteriores. “La influencia que en generaciones anteriores tenían autores como Juan José Saer o César Aira ya no es tan determinante ni divide aguas o genera polémicas –dice Michel Nieva, narrador y ensayista–. Y el viejo debate del texto de Borges ‘El escritor argentino y la tradición’, esto es, cómo escribir desde la periferia, ya no es un problema que marque el actual panorama literario, porque esa distinción no existe tan claramente; hay muchxs autorxs que escribiendo desde la Argentina disputan lugares centrales en el mainstream mundial, como pueden ser Mariana Enríquez o Aira. Y, salvo algunas excepciones, no hay un endiosamiento por lo producido en Europa o Estados Unidos como sí ocurrió en otros tiempos”. Para el autor de ¿Sueñan los gauchoides con ñandúes eléctricos?, existe un canon latinoamericano “potente, variado y rico” que influye en los nuevos escritores. “Veo como características recurrentes y que me interesan la revalorización de géneros como el terror y la ciencia ficción, así como la discusión de temas urgentes del momento como el feminismo, la violencia de género y racial, y las crisis ambientales”. En algunos casos, la literatura millennial asume un semblante activista.

El editor Matías Reck, de Milena Caserola, divide en tres las etapas de los escritores millennials en el país. “La aparición, que sin duda fue explosiva, estuvo muy mediada por la tecnología, que en los primeros años 2000 sorprendía encontrar en la literatura, con mucho vértigo escritural, algo de sexo y profundas reflexiones filosóficas –indica–. Luego viene una meseta: la consolidación de la generación millennial como escritores prolíferos; jóvenes que en muy poco tiempo editan dos o tres libros”. Reck estima que en la actualidad se puede hablar de la consagración de los millennials. “Tal es el caso conocido  de los libros de Tamara Tenenbaum, el hermoso libro de Anshi Moran La palabra Laura; Iván Hochman con Por qué te vas, Ernesto Alaimo con Goodbye Netflix y Lucila Morlacchi con Miss Bellas Artes, en todes hay plumas exquisitas y temáticas relacionadas con la tecnología incorporada a la vida cotidiana, afectividad en cada palabra o idea expresada, rebeldía a la hora de ver el mundo destruirse, pero con la capacidad para transformarlo desde la escritura en tiempo real en forma de distopía, utopía o novela rosa”.

Muchos millennials apuestan por desarrollar una obra que cruce la frontera entre géneros. Publican novelas y guiones, libros de cuentos y poemas, ensayos y crónicas. Es el caso de Tamara Tenenbaum, que en pocos años se consolidó como una voz reconocida del ámbito local. Luego del exitoso ensayo con apuntes autobiográficos El fin del amor, presentó este año su primera novela, Todas nuestras maldiciones se cumplieron. “Mi novela tiene mucho que ver con el libro de poemas Reconocimiento del terreno, de 2017; habla de la infancia, de mis padres, de ciertas partes de mi vida –señala la escritora–. Como en ese libro, hay una búsqueda de sostener cierto caos como estructura. No creo que los millennials escribamos todos igual ni los mismos géneros, ni autoficciones, ni que todos usemos la ironía como recurso. Como en todas las generaciones, hay mucha diversidad y también depende mucho de quiénes son los referentes de cada autor y de las tradiciones que se sigan. No me considero continuadora de nadie pero sí digo que leí a muchos escritores argentinos de la generación de 1990 como Cecilia Pavón y Fabián Casas, ciertos maestros recientes. Otros autores se referencian en otras poéticas. No creo que seamos más homogéneos que otras generaciones de la literatura argentina”.

Un halo generacional. “Resulta interesante averiguar si los millennials, esa generación comprendida entre principios de los años 80 y finales de los 90, tienen algún tópico en su escritura que los caracterice, distinga o meramente identifique –reflexiona el escritor y editor Marcos Gras–. Como editor de poesía en Santos Locos, puedo decir que no encuentro un tópico característico de la poesía que se destaque sobre el resto. Hay autores como Gustavo Yuste (La felicidad no es un lugar), que focalizan su poesía en la cotidianidad, y autores como Tomás Litta (Fruto rojo), que buscan en sus poemas reconstruir el dolor para poder volver a transitar el amor con menos sufrimiento; poetas como Tamara Grosso (Cuando todo refugio se vuelva hostil), que bucean en el feminismo casi sin proponérselo, y otras como Patricia González López (Otro caso de inseguridad), que transitan ese camino intencionalmente buscando darle sentido, comprenderlo y resignificarlo”.

No obstante, Gras encuentra un “halo” o una cadencia común entre los poetas millennials. “Una especie de melancolía que aúna los versos o hermana los poemarios pero que está lejos de regocijarse en la tristeza como quizás otras generaciones, sino que muy por el contrario reconocen esa atmósfera, la aceptan y la orientan hacia su escritura, como catalizadora de poemas. Libros como La nostalgia no es un sello ardiente, de Natalia Litvinova; Acaricio perros, de Consuelo Iturraspe, o Starenka, de Natalia Leiderman, ahondan, indagan en esa nostalgia, pero no abandonan el presente”. Sellos de poesía como Baltasara, Caleta Olivia, Tren Instantáneo, Tammy Metzler, Qeja y Griselda García Editora incluyen en sus catálogos a los nuevos autores del tercer milenio.

 

Emociones compartidas

Mercedes Güiraldes*

¿Existe una literatura millennial, con una estética común, o es un invento del marketing? La verdad, no lo tengo claro. Pero puesta a describirla de alguna manera, desde ya parcial e incompleta, diría que la literatura millennial se caracteriza por narrar historias ambiguas o abiertamente personales, que hablan sin filtro sobre sexo, drogas y vínculos defectuosos o insatisfactorios o inestables. El foco está puesto en la experiencia directa y en las emociones. Se narra la vida cotidiana con sus banalidades, sus pequeñas o grandes tragedias, sus epifanías modestas, sus defecciones. Más que narrar: se expone. El deseo, su búsqueda, su consecución imposible es quizás el gran tema. El estilo suele ser seco, despojado, crudo, deliberadamente no elevado, con un horror visible por lo sentimental y una preferencia por la ironía. Lxs escritorxs millennials en la Argentina son demasiado jóvenes para tener una memoria nítida de la debacle económica que eclosionó en 2001, pero en sus textos se perciben los efectos sociopolíticos de esa crisis. Hay un mundo de problemas y emociones compartidas entre autorxs y lectorxs millennials, arman una comunidad que no es excluyente pero sí perceptible, en especial a través de las redes sociales. El cuento y la novela corta son los formatos que mejor se adaptan a esta literatura. No se me ocurre ninguna novela larga que pueda encuadrar en ese grupo estético.

*Editora y escritora
 

 

“Quienes escribimos solemos partir de la experiencia”

D.G.

Antes de la exitosa novela Panza de burro, la periodista y escritora Andrea Abreu (Tenerife, 1995) había publicado un libro de poemas, un fanzine y textos sueltos en antologías literarias. Con su primera novela,  publicada en España por Barrett y distribuida en la Argentina, sorprendió a lectores de todas las generaciones. Abreu narra, adoptando el habla isleña de Canarias, una historia donde se conjugan la sexualidad y la infancia, las diferencias entre clases sociales y el machismo, la amistad entre dos niñas y el deseo. Abreu fue seleccionada, con toda justicia, como una de las narradoras jóvenes a seguir de ahora en más. En el nuevo número de Granta en Español se incluye un relato inédito suyo, Mi nuevo yo, que trata sobre una mujer adulta que se pasa los días buscando el bienestar a través del New Age, el yoga y todo el decálogo de la vida saludable. La ficción está ambientada en Canarias.

—¿Cómo te sentiste al ser seleccionada por “Granta en Español” como una de las mejores narradoras hispanoamericanas? 

—La noticia de la selección para la lista de Granta fue un shock para mí, porque la lista anterior en la que estaban incluidos autores y autoras que son mis predilectos, como Alejandro Zambra o Samanta Schweblin, era una de las listas de referencia de los grandes autores de la literatura contemporánea en español. Y formar parte de la segunda lista después de diez años me parece todo un privilegio; sobre todo estando acompañada de autores como Munir Hachemi, al que admiro muchísimo, me hace realmente feliz, o Mónica Ojeda, Carlos Manuel Álvarez, me hace sentir privilegiada y muy feliz. Me quedé completamente impactada. Y todavía creo que sigo un poco impactada. 

—¿“Panza de burro” es una novela autoficcional?

—Comenzó siendo un libro de poemas, una serie de poemas dedicados a la amistad entre dos niñas, y en un determinado punto me di cuenta de que la herramienta de la poesía, la fórmula de la poesía, no me era suficiente, que necesitaba prolongar la extensión de los fragmentos que estaba escribiendo. Por eso es cierto que Panza de burro es un libro dividido en fragmentos, se puede considerar más un libro de poemas con un hilo conductor que una novela. Pero sí es cierto que había una continuidad clara, un propósito narrativo que iba más allá de la poesía narrativa. Entonces me di cuenta de que tenía que escribir una novela. Para mi gusto es una novela ficcional, no autoficcional, en la medida en que todas las novelas se pueden considerar autobiográficas o seudoautobiográficas. Al final, quienes escribimos solemos partir, porque es el único material que poseemos, de la experiencia, ya sea más o menos mediada; siempre una parte de la experiencia de lo que oyó, vio o le contaron, porque esa es la única manera en que se puede ser extremadamente detallista. En eso consiste escribir: ser detallista, precisa. Me apoyé en anécdotas que me ocurrieron en la infancia pero los personajes que aparecen en la novela son personajes de ficción.

—¿Creés que existe una literatura de la generación millennial? ¿Y cuáles serían las temáticas y formas elegidas?

—Me cuesta mucho hablar de una generación en concreto, porque estoy en el límite entre la millennial y la anterior. Creo que tengo características de ambas. Siento que soy demasiado vieja para ser una tiktoker pero demasiado joven para no serlo. Me siento con un pie en cada una de las generaciones y comparto muchas cosas con ambas. Me siento muy conectada con las temáticas y cuestiones LGBT, con todo lo relacionado con lo decolonial y el plantearse la propia identidad y la pertenencia a un grupo. Y con una especie de sensación de precariedad grupal, comunitaria. Y estas temáticas están presentes en Panza de burro, el replantearse desde qué mirada una cuenta las cosas, es propio de mi generación.

—¿En qué trabajás actualmente?

—Estoy trabajando en las pequeñas cosas que me salen a raíz de la novela, charlas, entrevistas, proyectos, diferentes cosas. Odio la palabra proyectos, pero la tuve que emplear. Intento escribir una segunda novela, que me está costando bastante trabajo y a la que le dedico el tiempo que puedo, porque es cierto que antes no tenía las mismas cosas que hacer que ahora, y ahora tengo una carga de trabajo fuerte. Pero básicamente en lo que trabajo en mi día a día más fuertemente es en saber gestionar mentalmente todas las cosas que me están pasando, y que nunca había vivido, así que el mayor esfuerzo lo estoy poniendo en estar tranquila y estar sana en mi cabeza.