CULTURA
entrevista

“En Arquímedes Puccio veo la cara del mal”

Una película (El clan, de Pablo Trapero), una miniserie (Historia de un clan, de Luis Ortega) y un libro, El clan Puccio, de Rodolfo Palacios (Planeta). Una charla con su autor.

El libro. “Puccio nunca se manchó las manos –dice Palacios–, él ordenaba matar y al momento de matar hacía una ceremonia.”
| Marcelo Aballay
Había entrevistado a Carlos Eduardo Robledo Puch, el peor asesino de la historia criminal argentina; a Yiya Murano, la envenenadora de Montserrat; a Ricardo Barreda, el dentista que mató a cuatro mujeres de su familia. En esta colección de “adorables criaturas” –como tituló uno de sus libros– brillaba por su ausencia Arquímides Puccio, el líder del clan que secuestró y mató a tres empresarios entre 1982 y 1984. Rodolfo Palacios viajó entonces a General Pico, la ciudad donde vivía después de obtener la libertad, y grabó una larga entrevista. Ese encuentro fue su primer acercamiento a la historia, que ahora toma la forma de un libro, El clan Puccio, donde agrega testimonios de ex miembros de la banda y de familiares de las víctimas, y una minuciosa indagación de archivos periodísticos y expedientes judiciales.
La publicación del libro coincide con el estreno de la película El clan, de Pablo Trapero, previsto para agosto, cuando se cumplirán treinta años de la detención de la banda. A partir de septiembre, podrá verse además la serie de televisión Historia de un clan, de Luis Ortega, donde Palacios realizó la investigación periodística e integra el equipo autoral. Guillermo Francella y Alejandro Awada son respectivamente los encargados de ponerse en la piel de Arquímides Puccio.
Palacios (Mar del Plata, 1977) se confiesa sorprendido por el interés que provoca un personaje tan oscuro. La explicación inmediata es el aniversario de la detención de Puccio. Pero hay otras razones: “No sé si hubo otro caso en el mundo de un clan familiar que secuestrara a conocidos del barrio y los tuviera en el sótano o en la bañera de su casa. Otra cosa que mantiene viva la historia es el misterio. Hay cosas que nunca vamos a saber: si Epifanía, la mujer de Arquímides, estaba involucrada, o si la banda contó con algún tipo de protección, por ejemplo. Además, ocurrió en San Isidro, Alejandro Puccio, el hijo mayor, era una estrella del rugby y la familia iba a misa todos los domingos; todo eso le da una atracción especial”.
Puccio reintrodujo la práctica del secuestro extorsivo, a la que definió como “una industria sin chimeneas y con mano de obra barata”. Sus víctimas fueron Ricardo Manoukian, Eduardo Aulet y Emilio Naum; la banda cayó cuando quiso cobrar el rescate de Nélida Bollini de Prado, quien salió viva de la casa de San Isidro, que todavía pertenece a la familia. Palacios entrevistó para el libro a dos de sus principales integrantes, Roberto Díaz –en libertad, el único que mostró arrepentimiento por los crímenes– y Roberto Fernández Laborda, preso en la cárcel de Villa Devoto por estafas y a punto de recibirse de sociólogo.
“En Puccio veía la cara del mal –dice Palacios–. Nunca se manchó las manos, él ordenaba matar y al momento de matar hacía una ceremonia. Fue un asesino que no mató, con una enorme capacidad de manejar psicológicamente a los demás. Sus cómplices cuentan que los mejicaneaba con el reparto de los botines, que su método era dividir y reinar. Era un gran manipulador de fantasmas, repartía fantasmas a medida”.
Reivindicaba a su abuelo, mafioso en Sicilia, y en sus monólogos apelaba a la retórica del peronismo. Palacios lo compara con el Astrólogo, el personaje de Los siete locos de Roberto Arlt. “A sus amigos de General Pico les decía que iban a hacer algo grande –cuenta–. Tuvo una novia mucho menor que él, ejerció como abogado y aconsejaba a los jóvenes en una iglesia evangélica. Pero vivió el último tiempo en la miseria y se quedó solo. En su entierro sólo estuvieron dos policías y los sepultureros. Fui a ver la tumba y nadie lo había visitado”.
Puccio quedó encantado con la primera nota que le dedicó Palacios. Hizo fotocopias a color y las repartió autografiadas entre sus amigos. “Tenía un afán de protagonismo y un ego impresionantes –dice el periodista–. Cuando se enteró de la película se puso contento. No quería dinero sino quedar en la historia”. Sus últimas palabras fueron un nuevo desafío: “Me llevo muchos secretos”.