CULTURA
Fenómeno global

Estoicos: están entre nosotros

La antigüedad a veces se convierte en inesperada actualidad. Es el caso del interés editorial actual por el estoicismo. Una sabiduría que repara en la vida tranquila y feliz en tiempos de algoritmos inteligencia artificial.

Séneca, después de abrirse las venas
El estoicismo de moda hoy alaba a Lucio Anneo Séneca, como máxima referencia estoica. El cuadro de Manuel Domínguez Sánchez que descansa en el Museo del Prado evoca su suicidio, en el 65 d.c. | Twitter @historiayarte_

Hoy, el estoicismo es un vivaz fenómeno editorial. Ryan Holiday es uno de los representantes de esta efervescencia. En 2014, apareció su tercer libro, El obstáculo es el camino, publicado por Portfolio / Penguin. Aquí se propone la senda estoica como estrategia que  convierte  los obstáculos en oportunidades. El libro fue leído por los Patriots de Nueva Inglaterra, equipo profesional de fútbol americano, e influyó en su triunfo en la Super Bowl de 2014.

En 2016, junto a Stephen Hanselman, Holiday publicó Estoicismo cotidiano. 366 reflexiones sobre la sabiduría, la perseverancia y el arte de vivir, por editorial Oceáno; en 2017, Diario para estoicos. 366 días de escritura y reflexión sobre el arte de vivir, editorial Reverte, con Stephen Hanselman de nuevo como coautor; en 2019 lanzó La quietud es la clave, donde se propone aliviar el "ruido" de la compleja vida contemporánea; reducción en la que  la ética estoica es la principal inspiración, aunque también el budismo, el taoísmo o el confucianismo. Y en 2020, de nuevo con Hanselman, dio a la imprenta Vidas de los estoicos. El arte de vivir, de Zenón a Marco Aurelio, de editorial Océano nuevamente.  Y en 2021, La llamada del coraje. La fortuna favorece a los valientes, por editorial Conecta.

Y se debe agregar Cómo ser un estoico, por Massimo Pigliucci, publicado por Ariel, en 2018; y por la misma editorial (perteneciente a Planeta) Mi cuaderno estoico. Cómo prosperar en un mundo fuera de tu control, en co-autoría con Gregory López. O, Manual para la vida feliz, de Pierre Hadot, de Errate Naturae; Lecciones de estoicismo por John Sellars, de editorial Taurus; La filosofía estoica, de J. M Rist, editorial Ariel; y de John Salzgeber, El pequeño libro del estoicismo, Urano; o El arte de la buena vida. Un camino hacia la alegría estoica, de William B. Irvine, Paidós; y de la misma editorial, Sabiduría, de Michel Onfray, quien recala en la Antigua Roma, en sus ejemplos de tragedia y superación a través de Séneca, Cicerón o Marco Aurelio.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Por esta diversidad de títulos de temática estoica,  una sabiduría antigua se convierte en tendencia a una vida tranquila y feliz en el tiempo del algoritmo, el chip y la inteligencia artificial. Por otro lado, el fenómeno de la actualidad estoica se tiñe de autoayuda, discurso empresario y desarrollo personal. El caso de Holyday que, además de joven autor, es empresario y vendedor, estratega de medios, ex director de Marketing de American Apparel, y columnista y editor del New York Observe. Su interpretación motivacional del legado estoico encaja con las recetas rápidas y sencillas. El caso también de Jonas Salzgeber, orientado al crecimiento personal mediante simplificados mensajes motivacionales. Coaching estoico.

En la difusión actual de una sabiduría antigua se mezclan las “ediciones motivacionales” con publicaciones de mayor enjundia académica o ensayística, como la de los autores referidos líneas arriba. Por ejemplo, Pierre Hadot es profesor de una cátedra de Historia del pensamiento helenístico y romano en el célebre Colegio de Francia; John Sellars  y William B. Irvine son profesores universitarios; John Michael Rist es filósofo formado en el Trinity College de Cambridge. O el caso especial de Massimo Pigliucci, con un doctorado en Genética por la Universidad de Ferrara, Italia, un doctorado en Biología por la Universidad de Connecticut, y un doctorado en filosofía de la ciencia por la Universidad de Tennessee.  Asimismo, a esta intelectualidad de procedencia rigurosa se une Onfray con su conocida brillantez ensayística, aguijón crítico y amplitud de análisis.

Coaching empresarial estoico entonces surtido con reapropiaciones académicas y ensayísticas de la trama estoica. Claro que la facilidad del “estoicismo motivacional” convoca mayor atracción.

El fenómeno editorial estoico es también la revalidación de un saber pagano en la actualidad tecnocultural. Y no debemos olvidar que el renacimiento de lo antiguo en nuevas fases de la cultura no es un proceso inédito. Aristóteles fue rescatado con pasión en la Baja Edad Media; la sabiduría metafísica de Platón volvió a seducir en el neoplatonismo renacentista; a través de la versión poética del epicureísmo del De rerum natura de Tito Caro Lucrecio, Epicuro reemergió al fin del Medioevo y en los umbrales del Renacimiento, al punto de que,  para  Stephen Greenblat, catedrático de la Universidad de Harvard, su regreso fue la primera energía modeladora de la modernidad. En el siglo XIX, Spinoza, alcanzado por la influencia estoica, fue invocado por el romanticismo como validador de un panteísmo para el lo divino es inseparable de la naturaleza.

En su caso, el revival estoico contemporáneo es modelado por nuestro formato epocal. No se trata ya, como antes, de traer al escenario sabidurías  antiguas olvidadas, solo destinadas a entendidos. Hoy, la atracción estoica se adapta al ritmo de la autoayuda.

Pero aquí asoma una paradoja fértil: el coaching estoico, a pesar de todo, y aun en contra de su voluntad, desnuda una filosofía que reanima el interés por lo humano en términos de progreso moral.

Pero, y al fin de cuentas, ¿de qué se trata el estoicismo, en una visión panorámica que no eluda su profundidad?

Primero debemos recordar a Zenón de Citio, originario de Chipre.  Llegó a Atenas por el 300 a.c, en los tiempos de la cultura helenística, de la Grecia de los plenos intercambios culturales con el Oriente Próximo y Egipto, luego de la conquista del Imperio persa por Alejandro Magno. Si bien la actividad principal de Zenón era el comercio, la filosofía le excitaba desde sus entrañas.

Zenón se topó con Crates de Atenas, un cínico. Su primera influencia filosófica. Los cínicos se reclamaban herederos de Sócrates. Para ellos, la vida solo se justifica como búsqueda de la virtud. Esto exige austeridad, despojamiento, renuncia completa a las posesiones. La lectura o la escritura, la concentración y el estudio no son necesarios. Un precio excesivo e innecesario, entendió Zenón. Porque la virtud se alcanza no por el ascetismo desaforado sino por la razón.

La racionalidad que no solo palpita en la mente humana sino tambien en la naturaleza, en sus leyes, en el propio orden de las cosas, que a su vez incluye el caos. Será una creencia estoica la periodica aniquilación del cosmos por una gran conflagración (ekpýrōsis), la destrucción por el fuego, al fin de un Gran Año. Luego viene la recreación (la palingenesis), y después, de nuevo, el colapso de otro ciclo, en el que la vida anterior se repetirá en cada detalle. El eterno retorno.  

El universo que nace, se destruye y reaparece es gobernado por un principio divino, el “fuego artesano”, garante de una racionalidad universal, e inspirado en el ser asimilado al fuego por Heráclito.

Zenón así transformó las influencias de la filosofía recibida en una nueva doctrina que anunció en la Stoa, una sencilla construcción de la arquitectura clásica con una planta rectangular alargada y cubierta, sostenida en columnas, lugar de reunión y actividad comercial. En la Stoa Poikilé, el pórtico pintado, Zenón impartió sus enseñanzas, con el mismo tesón para los afortunados y los desafortunados. De ahí surgió el nombre estoicismo para la nueva filosofía.

Zenon dividió el llamado estoicismo antiguo, en lógica, física y ética. Sus grandes seguidores fueron Crisipo y Cleantes. Y, desde el principio, la mentalidad estoica abrazó un universo divino y racional sustentado en un materialismo porque entendió que todo está compuesto por cuerpos, y porque afirmaba que todo conocimiento viene de los sentidos y no de ideas innatas, ya presentes en la mente, antes de las sensaciones.

Pero la física y la lógica en el estoicismo confluyen en una meta ética cardinal: la búsqueda de la serenidad, el autodominio, la emancipación del miedo y las flaquezas ante las adversidades. El ideal de la ataraxia, la vida imperturbable, norte del sabio, quien encuentra el signo de la virtud en la comprensión del orden racional de la naturaleza. Por eso es propio del sabio el vivir conforme a la naturaleza.

La libertad para el estoico no es pura autoderminación, sino obedecer el orden divino y racional de la naturaleza. Y para ser justo y moral debe someter los instintos y pasiones a la razón.

La vida de la imperturbabilidad era también el anhelo del epicureísmo. Epicuro y sus seguidores buscaban la existencia apacible no solo en la argumentación racional como liberación del miedo a la muerte o a los dioses, sino también en la renuncia a la vida pública. Zenón no compartió ese rechazo. Como extranjero no podía consagrase a la política, pero siempre defendió su necesidad. Aceptación de lo político que será esencial en la posterior adopción de la doctrina estoica por los romanos.

En la moda estoica actual lo que atrae, como ya dijimos, no es su física o su lógica sino su ética. Esta reducción quiebra la unidad original de la filosofía estoica. Y además, olvida que lo ético no es autónomo, no se da por sí solo sus propias reglas, sino que es estricta consecuencia de la comprensión de la racionalidad del universo y de su naturaleza divina. Esto es demasiado extraño para la ansiedad contemporánea por la eficacia y la inmediatez.

Pero mucho antes, los romanos también optaron por simplificar la vasta filosofía estoica a una ética que pide autodominio y que promete, así, conseguir la tranquilidad.

Cuando Grecia se convirtió en una provincia romana, en el 146 a.c, los conquistadores reconocieron la superioridad cultural de los conquistados. Hicieron suya entonces su mitología y filosofía. Además, la buena predisposición del estoicismo para con la política hacía compatible sus enseñanzas con el gusto romano por el poder.

El estoicismo de moda hoy alaba a Lucio Anneo Séneca, como máxima referencia estoica. Séneca era de origen hispano, y, en el Imperio romano ejerció la política en diversas magistraturas: cuestor, pretor, cónsul, hasta llegar a consejero del emperador Nerón. Antes conoció a los emperadores Tiberio, Calígula y Claudio. Sufrió el destierro en Córcega por no tener el beneplácito imperial. Pudo regresar a Roma, y durante varios años intentó encauzar por buen camino a Nerón, pero éste resultó cruel, paranoico, asesino de su madre Agripina y de su segunda esposa, Popea Sabina. Y, convencido de que su viejo asesor conspiraba contra él, le exigió a Séneca el suicidio. Así lo hizo el estoico; y su muerte desangrado en una bañera, en el 65 d.c, dio lugar a muchos cuadros, como el de Manuel Domínguez Sánchez, en el Museo del Prado.

Con su estilo simple, sin tecnicismos, Séneca confirma los principios estoicos: búsqueda de la virtud como liberación de los vicios; la creencia en un solo dios; la aceptación del orden racional y necesario del mundo como vía hacia la indiferencia ante las contigencias e infortunios; la conquista de la tranquilidad; el rechazo de la esclavitud, y la igualdad de los hombres.

En sus Carta a Lucilio, y en sus otras obras, discurren sus consejos para ser un buen estoico. Según la carta 91 “Los avatares de la fortuna”, la diosa fortuna “un día sonríe, y al siguiente castiga sin piedad”. Por eso “es conveniente pensar en todos los males y afirmar el espíritu contra todo lo que puede acaecernos: destierros, enfermedades, guerras, naufragios…”. Todo esto debe ser soportado “con serenidad de espíritu”.

La carta 123 es “el elogio de la vida frugal”, de la austeridad, el desprendimiento, la indiferencia ante las riquezas materiales. Pero sus enemigos, y también la historiografía posterior, siempre destacaron la inmensa fortuna material de Séneca, al tiempo que pregonaba la frugalidad. Innegable contradicción que no se encuentra en  otros de los grandes exponentes del estoicismo romano, Epicteto, hoy también, muy recordado, lo mismo que Marco Aurelio.

Epicteto vivió parte de su vida como esclavo. Fue manumitido y estudió con el filósofo Musonio Rufo. No escribió nada como Sócrates, y sus enseñanzas son conocidas solo por las transcripciones de su discípulo Flavio Arriano, en el Enquiridion. Epicteto suscribió todos los postulados estoicos principales, y le agregó la distinción: “En cuanto a todas las cosas que existen en el mundo, unas dependen de nosotros, otras no”; lo cual, es como decir: “solo hay una manera de alcanzar la felicidad y es dejar de preocuparse por cosas que están más allá de nuestra voluntad”. La libertad negativa como liberación de un obstáculo obra siempre en Epicteto como rotura de ataduras respecto a las “cosas que están más allá de nuestro control”.

Marco Aurelio, el otro estoico muy recordado hoy, fue el emperador del imperio romano entre el 161 al 180; el último de los conocidos como los Cinco Buenos Emperadores, entre los que destacan Trajano, y Adriano, el de las Memorias de Adriano, de Margarite Yourcenar. Marco Aurelio supo proteger las fronteras del Imperio al repeler las amenazas de germanos y partos; y armonizó su condición de emperador con su meditación estoica. Muy querido por su pueblo, la gran obra estoica del emperador filósofo son sus Meditaciones escritas en griego, y al compás de sus campañas militares. Su escritura buscaba su propio mejoramiento moral, y recién fue conocida a través de su primera publicación en Zúrich, en 1588, a partir de un manuscrito hoy perdido.

En su reflexión, la fugacidad de la vida es esencial. No tiene sentido empeñarse en las bajas pasiones, en la engañosa exigencia del ego que reclama reconocimiento e importancia. Mejor se debe pensar en lo que muchos “han hecho, tras pasar una vida de implacable enemistad, sospecha, odio.., y ahora están muertos y reducidos a cenizas”. Y lo inexorable de la muerte, sin embargo, no aplaca la legítima búsqueda de la vida virtuosa y racional que asume que “los deseos conducen a la permanente preocupación y decepción”. La compresión de la insignificancia de las riquezas, los cargos o el poder evita ser prisionero de esos supuestos bienes. Pero la acción nunca pierde sentido, por eso “haz cada cosa en la vida como si fuera lo último que hagas”.

Más allá de las simplificaciones, en el fenómeno de las numerosas publicaciones sobre el estoicismo, se manifiesta algo valioso: la actualidad de lo antiguo en lo moderno, y cierta atemporalidad de la virtud, ciertos principios que permanecen como gemas doradas en la corriente del tiempo: siempre es virtuoso el autodominarse antes que ser dominado o por un poder exterior, o por las propias pasiones; siempre es señal de fortaleza moral no depender para el autoaprecio de las posesiones materiales, o de su pérdida.

El estoico reclama como guía un orden racional de la naturaleza que nos supera, y que vale más allá de ambiciones y frustraciones personales. Entender esto es el camino hacia la indiferencia ante las desgracias que siempre nos acechan.

Como los epicureos, Séneca pondera la amistad por su valor en sí mismo. Porque “quien piensa en una amistad solo por el interés propio piensa indignamente”. El camino de Epicuro, con su búsqueda del placer refinado del comprender que nos libera del miedo, y que también cultiva la amistad, quizá esté más cercano a nosotros. Pero lo estoico también es soplo edificante hacia lo mejor: la austeridad como compensación del deseo consumista de lo innecesario; la liberación de la angustia respecto a lo que está fuera de nuestro control; el tratar de alentar una vida interior en la que la satisfacción y la tranquilidad no dependan solo de las circunstancias exteriores; o la insistencia en el recuerdo de nuestra fugacidad que nos prepara, como pedía Marco Aurelio, para experimentar cada instante como si fuera la última oportunidad de aspirar la embriaguez de la vida.

 

(*) Esteban Ierardo es filósofo, docente, escritor, su último libro es La red de las redes (ed. Continente); creador del canal en Youtube Linceo, y la página cultural www.estebanierardo.com