CULTURA
fenómeno sostenido

Exhumar como principio

Pese a la difícil situación económica que atraviesa el sector, son muchos los proyectos editoriales que cultivan una praxis que se despliega con mayor frecuencia, y se amplifica: el rescate. La búsqueda de obras y autores que el tiempo enterró en el olvido. Contra la novedad, la aceleración y el futuro, que deshacen el presente en un manojo de ansiedades literarias, fértiles gestos editoriales cuyas intensidades atraviesan diversos sellos independientes y sus colecciones. Opinan los involucrados.

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| pablo temes

Julio de 1949. Bioy Casares anota en sus cuadernos: “Caminábamos con Borges por un barrio de quintas, en Mar del Plata, y de pronto sentí un olor que me conmovió. Borges me dijo que los recuerdos que más nos emocionan son los de olores y gustos, porque suelen estar rodeados de abismos de olvido.”

La anécdota es pertinente. A diferencia de la vista, el oído y el taco, el gusto y el olfato tienen una intimidad con la memoria que los vuelven protagonistas de la historia de la literatura. El caso ejemplar es la memoria involuntaria de Proust. El gusto y el olfato son más inmediatos y por eso más fáciles de perder. Pero también son más directos. Cuando traen un recuerdo, entran de punta en la emoción por inesperados.

Quizás el olfato y el gusto sean precisamente los grandes sentidos de la edición literaria. No se trata de ver o escuchar, tampoco de tocar (¿una época?, ¿un nicho de mercado?, ¿qué?). Un editor (y no un simple publicador) tiene gusto y olfato. Tiene una memoria que desarma los abismos de olvido en el que suelen caer libros y autores, cuando no están subvencionados por el marketing comercial o el idealismo nacionalista. Algo de esta memoria es parte de la práctica editorial argentina de cuño independiente.

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Desde hace largo tiempo este tipo de edición se mueve en escalas laterales y múltiples. Nacen y mueren proyectos de edición en la misma cantidad. Crecen y decrecen. Se vuelven cada vez más profesionales o amateurs. Las publicaciones se multiplican y las alianzas se tejen y destejen a mansalva. La cosa tiene la velocidad de los tiempos, acelerada. Los productos son variados: primeros libros de autores nacionales, traducción de clásicos internacionales, libros de nuevos autores internacionales, nuevos libros de autores argentinos ya consagrados, libros híbridos de autores ignotos, libros que venden y muchos libros que no venden.

En todo este enjambre se organizan cada vez más ferias, puntos de venta y encuentro, espacios que se igualan en magnitud a los canales tradicionales como las librerías. La venta online también se suma al negocio. Y emerge una praxis editorial que se despliega con mayor frecuencia: el rescate. La reedición de libros que el tiempo enterró en el olvido. La lucha es cuerpo a cuerpo sobre el abismo del tiempo.

Contra la novedad, la aceleración y el futuro, que deshacen el presente en un manojo de ansiedades literarias (el gran mal de los escritores de nuestro tiempo), referimos a gestos editoriales que desempolvan autores y tomos perdidos. Gestos del gusto, del olfato, cuyas intensidades atraviesan diversos sellos independientes y sus colecciones. Estos, a su vez, cargan con una estrategia política muy clara: impiden que la concentración corporativa de la literatura escrita en castellano subsuma esas perlas perdidas. O al menos le ganan de mano.

Algunos años atrás las editoriales independientes descubrían nuevos talentos para publicar, eran “sus” autores. La corporación monopólica de la literatura en idioma español se encargó de absorber para sus filas a esos autores. El modelo de negocios usado fue el de Amazon, donde los pequeños negocios eran atrapados en su red de comercialización al principio y después replicados por la corporación a costes menores hasta destruirlos.

Del mismo modo, lo normal pasó a ser que un escritor argentino lograra editar sus primeros libros en uno o más sellos independientes hasta profesionalizarse con su nombre estampado a gran escala por el monopolio, incluso si esos autores escribieron contra todo tipo de corporaciones.

En medio de esto, las prácticas editoriales “independientes”, con todas las aporías del término, empezó a interesarse en el abismo de los olvidos y no sólo en las “nuevas voces”. En lo que pudo ser y no fue. O en lo que fue y ya no es. Lo que llega inesperadamente de ese abismo no son autores con el hálito de lo impoluto, sino cadáveres empolvados de pasado. Otra vez, se trata de una cuestión de gusto y olfato. El resultado es un tiempo paradójico: son cosas más o menos viejas que rejuvenecen.

Vale la pena destacar como ejemplos de este conjunto de contra-aceleracionismos cuatro gestos editoriales vigentes en nuestro país. Son ejemplos arbitrarios, pero que tienen una particularidad. Se trata de movimientos marginales que atraviesan el centro de la producción literaria y lo descentran. La consecuencia es una diagonal fugaz que vuelve al eterno arte del armado de los libros y la circulación de los textos. Ya no hay tiempo de lectura, sino contratiempos por doquier. Oler primero, después gustar. Y si hoy no quedan lectores, hay que inventarlos en el pasado.

Las autoras del abismo. Bajo la coordinación editorial de Daniela Mac Auliffe, Buena Vista editora cuenta con la colección “Las antiguas. Primeras escritoras argentinas” dirigida por Mariana Docampo. Iniciada en 2012, hasta el momento tiene veinticuatro títulos publicados. Su objetivo es rescatar obras de mujeres escritoras nacidas en el siglo XIX, acaso olvidadas por una cuestión de género.

Unida a las reivindicaciones feministas, incluso precediendo a los últimos movimientos del colectivo, la colección no sólo ha recuperado obras de escritoras que son parte del canon literario, como Juana Manso, Juana Manuela Gorriti y Eduarda Mansilla, sino también de otras que hasta ahora resultaban desconocidas. Entre estas, se pueden mencionar las Memorias de Agustina Palacio, con prólogo de Marta Palacio, una narración de altísima calidad literaria que recrea en carne propia la tragedia de Antígona. También se han publicado Recuerdos de antaño o Veraneos marplatenses, de Elvira Aldao y la novela histórica Lucía Miranda, de Rosa Guerra. Una joya que también emerge de estos abismos de olvido es Recordando de Lucía Lainez, nada más y nada menos que la madre de Manuel Mujica Lainez. Otra de las autoras antiguas es Raimunda Torres Quiroga de quien se desconocen el lugar y la fecha de nacimiento y muerte. Buena Vista editora publicó con el nombre de Fantasías una serie de relatos góticos y de horror tomados del libro Entretenimientos literarios, publicado en Buenos Aires en 1894.

Un punto esencial de la edición es que cada libro y autora son prologados por una especialista en la materia, con un trabajo de investigación en donde se desentraña –como en el caso de Agustina Palacio–, el modo en que los textos muchas veces se adjudicaron erróneamente a escritores varones o fueron desechados por haber sido escritos por mujeres. Esta colección rehace los orígenes de la literatura argentina.

“En lo personal”, señala Mac Auliffe, “veo que aún faltan muchísimas autoras del siglo XIX por conocer. Pensé que eran menos, pero cada vez encontramos más. Salen de distintos lugares, de diversas provincias y todas nacieron en el mismo siglo.” Desde los abismos del olvido, la memoria de las antiguas tiene el sabor de lo repentino. Y el olfato editorial por detrás recuerda algo esencial: la literatura se escribe con el cuerpo.

Los géneros fantásticos. Otro ejemplo de rescate literario es Ediciones Ignotas. Nacida en 2015 y con quince títulos publicados, su objetivo es poner en circulación títulos del género fantástico y sus derivados publicados en nuestro país a lo largo del siglo XX. Mariano Buscaglia, su director, señala que “la literatura argentina siempre se siente un poquito incómoda cuando se tiene que percibir fantástica. Se debe pensar que así pierde solemnidad (que es, justamente, lo que le vendría bien).”

Buscaglia también ve cierto revival de lo fantástico alimentado por las nuevas modas literarias y la hiperproducción de series y películas del género. Sin embargo, la literatura fantástica olvidada empieza a generar un interés mayor donde los investigadores rastrean autores desconocidos.

Estas investigaciones contextualizan las obras editadas. Por ejemplo, El vampiro y otros cuentos de Víctor Juan Guillot, tiene un estudio introductorio muy preciso de José María Marcos. El libro reúne gran parte de la producción fantástica de un relegado de las letras argentinas que también fue periodista, autor teatral, preso político y suicida. Con prosa precisa, ajustada al molde del género de horror, tal escritura trasciende los clichés de su tiempo al presentar una mirada descarnada sobre la existencia. Del mismo modo, El interplanetario atómico de Jorge Alberto Duclout tiene aportes del investigador Alejandro Agostinelli, máximo revelador de este autor. Publicada en 1945, la novela puede ser considerada como el primer intento de escribir ciencia ficción dura en nuestro país.

Ediciones Ignotas también publicó títulos desconocidos por los investigadores del género. Es el caso de Cinco hombres en Marte de Fernando Hugo Casullo, publicada en 1943 en la revista escolar Figuritas. También Los cuentos de Baliño, de Benedicto Antonio Soldavini, pocos conocidos y que sin embargo prefiguran las obras de escritores como Alberto Laiseca, César Aira y Sergio Bizzio, por su audacia y delirio. La temática y el estilo de los cuentos de Baliño pueden ser considerados como un weird gaucho, mucho antes de que los nuevos narradores monopólicos se apropiaran de la terminología.

La labor de Ediciones Ignotas muestra que los géneros literarios tienen un plusvalor cuando van más allá del presente, cuando vienen desde el pasado con las exhumaciones correspondientes y traen el inquietante olor de los cadáveres.

Espera, margen y exhumación. “La literatura sabe esperar” y “Dios está en los paratextos”, son dos sentencias que Matías Raia, editor del blog golosinacanibal.blogspot.com, suele repetir. Entre ambas diseña un gesto editorial. En primer lugar, la literatura tiene una lógica temporal propia que se aleja de las modas y las novedades. Quizás los autores y los lectores de literatura sean “las víctimas de la espera”, como se lee en la dedicatoria de Zama de Antonio Di Benedetto. O bien las víctimas de la edición literaria. Pero con la segunda sentencia de Raia, la primera adquiere una particularidad: ese tiempo de espera y suspenso se configura en los márgenes de los textos principales, en los paratextos. Ahí está el dios que un editor persigue con su olfato.

Con veinte años de existencia, usando un modelo virtual que ya resulta anacrónico, el blog de Golosina Caníbal (GC) es un verdadero faro para la búsqueda de misceláneas en torno a autores centrales y marginales. Los textos que se pueden encontrar en el sitio tienen la forma de un camino de migajas como en Hansel y Gretel. Son recuperaciones de entrevistas, reseñas, contratapas, prólogos, índices, ensayos de compilaciones, artículos de revistas o periódicos, fotografías de autores y lugares, donde desfilan los diversos nombres de la literatura argentina.

Con ese juego en los hombros, la práctica de GC es definida por Raia como una “exhumación”. El vínculo de la palabra con el cuerpo enterrado es esencial. La exhumación es una práctica sucia que recupera pedazos de un pasado roto. Lo que se obtiene no es una memoria completa sino un cadáver o una ruina: entidades cargadas de tiempo. Pensar el término traspuesto al ámbito de la literatura muestra que eso cargado de tiempo (enmohecido, incinerado o mutilado) es el nombre del autor.

Por ejemplo, uno de esos nombres-cadáveres en el año 2005 era Osvaldo Lamborghini. En el blog se recuperaba con El lugar del artista. Entrevista a Osvaldo Lamborghini. O en 2008 iniciaba la serie de entregas Todos somos Osvaldo Lamborghini (Entrega 1) donde se recuperaban varias notas que a lo largo de los años otros escritores como Antonio Marimón, Oscar Steimberg o Héctor Libertella, habían escrito sobre el autor de El fiord.

Otro nombre-cadáver que también pulula en las entradas del blog es el de Alberto Laiseca. A través del autor de Los sorias, Raia llegó a Marcelo Fox sobre quien escribió, en colaboración con Agustín Conde de Boeck, Vida, obra y milagros de Marcelo Fox (Borde Perdido, 2021).

A pesar de que Lamborghini, Laiseca y Fox ahora resuenen con mayor énfasis en el salón literario, siguen siendo un margen que deshilacha el centro. Y también así desfilan algunos nombres centrales de la literatura argentina en el blog. Por ejemplo, el caso de Borges aparece a través de una entrevista que Néstor Sánchez le hiciera en 1969. Sánchez y/o Borges, como se titula la entrada de 2014, es el juego entre margen y/o centro.

Desde el corazón anacrónico del blog, Raia también llevó su labor de “exhumador” virtual al mundo analógico con la publicación de la colección Golosina Caníbal presenta…, que ya va por los veinte números. En estas entregas en papel, los textos recuperados se acompañan por el comentario de algún investigador. Otra faceta de este traslado del mundo virtual al analógico es su colaboración con la edición de algunos títulos de la editorial Tren en movimiento, como Contra toda autoridad. Literatura anarquista rioplatense (1896-1919), desbordes. Nueve ensayos sobre literatura argentina descentrada y Minotauro. Una odisea de Paco Porrúa.

Si el blog de GC es un archivo, sus coordenadas obligan a pensarlo como un mundo suspendido y marginal, como literatura. Ahí están los sarcófagos literarios para aquellos a los que nunca les faltaron “paciencia, culo y terror”.

Una antología de vidas literarias. En La marca del editor, Roberto Calasso proponía imaginar una editorial como un único texto, formado por los libros publicados y todos los elementos alrededor de eso (tapas, solapas, publicidad, ventas, etc.). El resultado sería una obra literaria en sí misma perteneciente a un género específico. La práctica editorial entendida como un género literario es una idea que abunda en la edición independiente de Argentina. Los catálogos son obras y los editores se hicieron eco del viejo juego cervantino, convirtiéndose en autores de autores. Muchas editoriales han ocupado el lugar que antes ocupaban las antologías: reúnen textos dispersos con un criterio estético. El rescate tiene la forma del viejo arte de la combinatoria.

En esta línea se puede ubicar a Pinka, editorial dirigida por Juan Maisonnave, Diego Materyn y Juan Pablo Bonino. Se trata de un sello que nació en plena pandemia y lleva el nombre del perro de Virginia Woolf. La editorial recupera títulos, hasta el momento extranjeros con una gran apuesta por la traducción, como en una antología. “¿Antología de qué?”, es la pregunta inmediata. De libros que parecen únicos en su relación con la cuestión de la vida. No son libros experimentales ni inclasificables, pero tienen cierta intensidad por lo que tocan de sus creadores o personajes.

El caso de Montauk de Max Frisch, publicado en 1975 originalmente, es ejemplar. Entre el diario, la crónica y la reflexión, el libro de Frisch indaga sin concesiones la propia vida. Ese examen adquiere forma de literatura, como si la vida no pudiera existir por fuera de la letra escrita: “La literatura conserva el momento, para eso existe”. En esta fórmula el momento ocupa todo y desmembra la vida. El brillo opaco del relato está dado por la ausencia de intención de autor.

En línea similar, Bajo el signo de Marte de Fritz Zorn, seudónimo de Fritz Angst, es la narración de un neurótico a punto de morir. Al recordar, hay una insistencia en las frases que obsesivamente le devuelven al autor su verdad: siempre estuvo fuera de la vida, en la muerte que ahora lo acosa en forma de cáncer. Resulta emocionante leer cómo su cabeza se golpea contra la misma pared sabiendo que solamente existe esa pared y atrás de ella no hay nada. Esa pared son las palabras.

Seeland de Robert Walser, con traducción de Guillermo Piro, recupera un texto de un autor clásico que resulta menor entre sus obras. En las cuatro narraciones que Walser escribe a partir de sus paseos por la región suiza, se boceta un panteísmo donde el arte de pasear deja un sabor vibrante: “Vida y arte juegan uno junto al otro, como olas de libertad.” Nuevamente, se trata de un caso donde la literatura juega con la vida y poco importa la trama, los personajes o el arco temporal de la ficción.

Utz de Bruce Chatwin, el gran cronista de viajes del siglo XX, también lleva el problema de la vida y lo mezcla con el de la ficción. La novela de 1988, ahora editada por Pinka, encuentra en la existencia de un personaje de cuño borgiano –Kaspar Utz, coleccionista de porcelanas– el principio de toda ficción. La narración concentra su inteligencia sobre la marca que hace o deshace al personaje: el bigote.

Tropismos de Nathalie Sarraute, editada por Pinka con la traducción de 1968 de Juan José Saer e ilustraciones de Eduardo Stupía, es el primer libro de esta exponente de la antinovela francesa (aunque su origen es ruso). En tal juego, descubre su estética en la vida de “sensaciones indefinibles, extremadamente rápidas” a las que llamará “Tropismos”. Se trata de entidades misteriosas que solamente viven en estado de literatura. Finalmente, Una hermosa tristeza del narrador checo Bohumil Hrabal es una novela tejida por relatos breves donde el viejo autor encuentra al niño que es “la medida de todas esas cosas que no tienen que ver con la agonía ni con la muerte.” Al niño que lleva la literatura a la vida.

En sus seis títulos publicados hasta el momento, con todas sus diferencias de estilo y búsqueda formal, Pinka rescata libros donde los autores se juegan la vida en la escritura. No la vida individual con sus miserias, sino esa vida literaria al alcance de los lectores que un buen gesto editorial debe crear. Rescatar un texto o un libro es también rescatar una vida, recuperar un momento del olvido como indolente abismo.