CULTURA
Industrias culturales en tiempos de coronacrisis

Experiencia pantalla

A la vasta oferta cultural en plataformas y redes sociales se contrapone la parálisis en la producción de contenidos analógicos. Especialistas y realizadores buscan estrategias para sortear esta situación inédita.

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Especialistas en industrias culturales, realizadores teatrales y cinematográficos, editores de libros y referentes de las artes visuales analizan estrategias para sortear la parálisis en la producción de contenidos analógicos. | pablo temes

Mientras aquellos que tienen acceso a internet se dan un festín digital de series, conciertos, lecturas y películas por medio de plataformas y redes sociales, la producción de contenidos culturales analógicos está casi paralizada desde que se decretó la cuarentena preventiva y obligatoria a causa de la pandemia de Covid-19. Instituciones, empresas, artistas y trabajadores del sector, desconcertados ante una situación inédita, formulan alternativas para mantener viva la llama de la cultura que, como se comprobó en estos días de confinamiento forzoso, se volvió imprescindible. A la vez que el Estado acerca subsidios para proteger en la medida de lo posible espacios culturales y empresas, desde el sector privado (que es el que produce el mayor porcentaje de contenidos en el país) se solicitan cambios en el marco regulatorio de leyes e impuestos que, hasta ahora, se aplican solo al espectro analógico. 

 “La situación de las industrias culturales está complicada en el mundo y en la Argentina en particular”, asegura Natalia Calcagno, socióloga especializada en economía de la cultura. La producción y la circulación de contenidos simbólicos tienen un comportamiento económico muy elástico respecto del ingreso; esto quiere decir que son de los primeros consumos que caen ante una retracción. Ante una recesión, se deja de comprar libros, de ir a recitales o de asistir al teatro. “No obstante, es a su vez uno de los primeros consumos que se recuperan con el aumento del ingreso: se vuelve a ir al cine, compramos más días el diario o volvemos a las librerías –dice–. En el país veníamos de una situación complicada en los años anteriores por la retracción del ingreso, que impactaba con más fuerza en la industria cultural tradicional”. En los sectores editoriales, de la música y del arte se registraron caídas en producción y ventas, sobre todo en 2019. “A todo esto hay que sumar el aceleradísimo proceso de digitalización que está viviendo la producción de contenidos simbólicos de todos los sectores –agrega Calcagno–. La digitalización representa un avance tecnológico muy positivo pero trae aparejados efectos negativos en el proceso de lo analógico”. Entre 2013 y 2019 el consumo de productos culturales a través de las pantallas de celulares creció un 70%, según la encuesta realizada por el Sistema de Información Cultural de la Argentina.

Antes del Covid-19 se vivía un proceso de digitalización de los consumos culturales. “Eso pone en cuestión la forma de producción tradicional de la cultura –dice Calcagno–. Con el aislamiento preventivo y obligatorio se genera un descalce. Una gran parte de las industrias culturales cerró de un día para el otro, como lo escénico y la producción editorial, y otra parte disminuyó brutalmente; mientras, los consumos digitales crecieron muchísimo”. La pandemia provoca efectos incongruentes en el área cultural. “Es un problema serio e importante para la cultura nacional y también para los contenidos digitales, porque los contenidos a los que se accede en la nube son los mismos contenidos, no es que hay una fábrica de contenidos analógicos y otra de contenidos digitales –remarca esta investigadora–. Si no pensamos en cómo se siguen produciendo contenidos, y más ahora cuando es importante que la cultura reflexione y hable sobre este momento, estamos en problemas. Un banco de contenidos históricos es útil, pero hay que seguir generando contenidos para reflexionar sobre el presente. Con esta situación de apagón analógico es fundamental repensar y organizar la producción en términos económicos de la industria cultural. Corre peligro la diversidad cultural, y para evitar esto es necesaria la regulación del Estado”. En este punto coinciden varios consultados: para “volver a calzar” la producción son necesarias una política pública y una nueva regulación que consideren estos contenidos como servicios. “Para esto el ingreso se debe distribuir equitativamente, no lo digo en términos asistenciales sino económicos. Si el capital no crece, esa producción económica muere”, concluye Calcagno.

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Recortes de experiencias. En marzo, con solo diez días de cuarentena, se registró un 30% menos de libros respecto de 2019. A la vez, el cambio de soporte, de papel a digital, aumentó un 20%. Varias editoriales ya “bajaron” títulos de sus planes editoriales de 2020, anunciados con bombos y platillos pocos meses atrás. “A corto plazo, creo que las editoriales van a recortar fuertemente la cantidad de publicaciones para este año, sin mencionar las sucesivas reducciones que se habían generado en los cuatro años de caídas en las ventas –dice Víctor Malumian, coeditor de Godot junto con Hernán López Winne–. Por otra parte, ese recorte no va a ser ingenuo, es probable que sufran mucho más los títulos que se perciben como de menor venta o mayor riesgo en la apuesta. El rol esencial de libreros y libreras no se va a ver trastocado: ante el volumen de publicaciones, la curación y recomendación personalizada se vuelve cada día más importante”. 

Malumian es, además, uno de los organizadores de la Feria de Editores (FED), acontecimiento cultural que se celebra en el Centro Cultural Konex. Con el antecedente de las suspensiones de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (que hubiera comenzado el jueves pasado) y del Filba Nacional en Rosario (que se celebró online el fin de semana pasado), el horizonte para la FED es incierto. “Va a depender mucho de las personas detrás de cada organización, su capacidad para distinguir lo esencial del evento de lo accesorio –señala–. Algunas ferias donde la adquisición de derechos es el punto fuerte y no la venta de libros físicos ya diagraman cómo van generar el mismo sistema de reuniones pero de forma digital. Para los eventos más parecidos a festivales hay primeras experiencias como Serendipia en Colombia, donde las charlas se transmiten mediante streaming; es más horizontal, dado que facilita el acceso a esos contenidos desde distintas latitudes, pero se aumenta la brecha digital y de conectividad”. 

La galerista Nora Fisch, integrante de la comisión directiva de Meridiano (Cámara Argentina de Galerías de Arte Contemporáneo), hace saber que el sector de las galerías está muy afectado. “La primera reacción fue volcarse al espacio digital con esta participación en ArteBA por medio de Artsy”, dice. La feria ArteBA, que se hace en La Rural, fue otra de las “víctimas” del coronavirus. “La cuarentena va a tener un impacto enorme este año –agrega–. A pesar de estas iniciativas digitales y de intentos de vender arte de manera remota, que tuvo un poco de éxito, pero solo una fracción minúscula de lo que tiene una feria real, a pesar de esta movida rápida y desesperada hacia lo digital, habrá un impacto porque el arte es ante todo presencial. Es una experiencia y no un producto”. Esa experiencia implica el contacto, la concurrencia a muestras e inauguraciones, la visita a talleres: todo eso hoy está prohibido. “Con Artsy hubo compradores y coleccionistas nuevos, pero la respuesta fue que vendrían a ver la obra cuando esto pase –cuenta Fisch–. La gente está poco dispuesta a hacer ese salto a lo digital y adquirir una obra sin la experiencia de lo material. Los coleccionistas más cancheros sí, ellos fueron los primeros que salieron a apoyar a los artistas”. Para esta galerista, el retorno a la normalidad será lento. “Me imagino eso viendo lo que pasa en Berlín, donde se fijaron protocolos sanitarios para que la gente entre en grupos reducidos y por turno a las galerías. Vamos a volver a la normalidad, pero en un año y medio o dos, cuando exista la vacuna y se pierda el miedo de compartir el espacio con otros”. Mientras tanto, agrega, habrá que ingeniárselas para mantener estructuras, costos operativos y, sobre todo, ayudar a los artistas.

Otro sector golpeado por la “coronacrisis” es el teatral. Para el director Rubén Szuchmacher, es complejo aventurar un pronóstico. “El teatro va a ser una las últimas actividades en ser habilitadas –dice–. Por un tiempo el teatro va a quedar en suspenso. No sé después, pero el teatro va a pervivir porque sobrevivió a todo, a las guerras y pestes más terribles. Sacar conclusiones ahora es apresurado. Siempre se encontró alguna manera para que esa relación entre el espectador y la escena funcione. Quizás tome nuevas formas”. Sobre las funciones de teatro online que ofrece hoy la agenda cultural, Szuchmacher es rotundo: “Nada de lo que pasa en las redes sociales y plataformas de internet va a ocupar el lugar del teatro; eso mantiene el recuerdo de lo que es, y es muy valioso, pero no es teatro, es un resto que nos sirve para preservar una memoria sobre el teatro”. En el plano material, instituciones públicas y privadas, como el Instituto Nacional del Teatro y la Asociación Argentina de Actores, tratan de implementar subsidios y ayudas económicas a salas y a actores y otros trabajadores del teatro. “Hay que encontrar formas que no dejen afuera a cientos de trabajadores”.

Surfeando la crisis. Las salas de cine están cerradas desde el inicio de la cuarentena y, mientras se formulan propuestas para su reapertura en el mediano plazo, se canceló la mayoría de estrenos, festivales y producciones. “Estaba por estrenar mi documental Los trabajos y los días en el Centro Cultural San Martín, y obviamente se suspendió –cuenta el director Juan Villegas–. Como productor debí postergar el rodaje de la película de Celina Murga El olor del pasto recién cortado. Más allá de lo personal, me preocupa la financiación del fondo de fomento del Incaa. Es inadmisible que todavía no se cobre gravamen a las plataformas digitales, cuando eso es lo que se desprende del espíritu de la ley”. Además del reclamo (que coincide con la propuesta de Calcagno), Villegas agrega que la cuarentena sirvió para el desarrollo de otras actividades. “Por ejemplo, desde Revista de Cine lanzamos un espacio en internet con artículos. También lo que hace la Asociación de Directores de Cine con Puentes de Cine, exhibiendo una película por día con la posibilidad de conversar con los directores. Y la cuarentena nos recordó que el cine puede ser algo mucho más cercano, más inmediato, más artesanal. Pienso en un cine casi casero, hecho en solitario o en grupos pequeños, con más libertad. Esa forma de hacer cine no genera industria, pero en cuanto a lo artístico puede ser valioso”. Sobre el futuro, el director es optimista. “Nuestra actividad nos tiene acostumbrados a lo imprevisto y por eso hemos desarrollado una particular capacidad de adaptación. Somos como surfers: nos acomodamos a cómo viene la ola para seguir avanzando. Los que nos dedicamos a lo audiovisual estamos siempre condicionados por los cambios tecnológicos, las formas de consumo, la economía del país y del mundo, las variables permanentes de costos, los paradigmas estéticos de cada época. Puede cambiar mucho, poco o nada, pero sé que somos muchos los que seguiremos filmando sea como sea”.

Federico Jeanmaire siempre soñó con emular a Eduardo Gutiérrez, “ese escritor formidable que nos dio Juan Moreira y Hormiga Negra a partir de su escritura cotidiana, y a Sarmiento, que también nos dejó nada menos que el Facundo a través de un diario en forma de folletín”, dice. Finalmente, el encierro obligado por la pandemia se lo permitió. “En febrero había terminado una novela: Lo que resta de la vida. Y ahora el libro está apareciendo, cada día, en un diario digital. Reconozco que no es lo mismo, pero en otra época muy distinta del siglo XIX, con otras ansiedades y con un montón de posibilidades que compiten con la lectura, probar constituía un lindo reto”. Para él es difícil imaginar el porvenir de la industria editorial. “Lo único seguro es que se va a seguir escribiendo y leyendo –afirma–. Era un tanto pesimista, pero me convencieron de lo contrario unos libreros con los que hice un Zoom días atrás. Dos de ellos me contaron que la semana pasada, cuando por fin pudieron volver a trabajar a partir del encargo vía telefónica o mail, se vendió más de lo que vendían cualquier día normal prepandemia y con las puertas abiertas de par en par. Ojalá sea así, que el día del porvenir en que volvamos a las calles nos agolpemos en las librerías”. 

Para que eso ocurra, es necesario que las editoriales puedan volver a imprimir libros. Hasta nuevo aviso, las imprentas solo están autorizadas a producir prospectos de medicamentos.

 

Sobre llovido, mojado

Heber Ostroviesky*

Además de las dificultades económicas que soportó el sector editorial en los últimos años, la cuarentena dejó al descubierto otros problemas. Mientras nos pasamos años discutiendo si el libro digital reemplazaría al libro impreso, empecinados en sostener una disputa entre objetos culturales que no son equivalentes pero que podrían ser complementarios, muchos de los procesos de producción editorial se fueron digitalizando, al igual que las herramientas de promoción, comercialización y la logística. Hoy vemos que son pocas las librerías con capacidad de ofrecer online el catálogo de todas las editoriales con las que trabajan, tampoco tenemos distribuidores capaces de asegurar una logística que pueda competir con herramientas diseñadas para otros rubros. Harán falta políticas que conciban al ecosistema del libro como un todo. De lo contrario, nos enfrentaremos a un escenario poscrisis sanitaria muy difícil de soportar para las librerías que logren mantenerse en pie, pero también para los demás actores del mundo del libro que, sin espalda económica ni canales de promoción y venta adecuados, sufrirán un golpe igual de fuerte, pero en cámara más lenta.

Las librerías son el “sistema circulatorio” del ecosistema editorial, y las políticas públicas deben ayudarlas. Porque son el principal canal de circulación del libro en nuestro país y porque son espacios de sociabilidad cultural, de recomendación de la lectura (diferente de las prescripciones orientadas por algoritmos), que deberán atravesar una reconversión en el marco de los nuevos protocolos de apertura que resulta urgente diseñar. El placer de recorrer mesas y anaqueles tardará en regresar, y resulta poco probable que asistamos a filas interminables delante de las librerías. Por otra parte, si las hubiera en el marco de un protocolo sanitario, ¿no sería acaso un comienzo algo más esperanzador del mundo poscuarentena?.

*Investigador de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

 

Comunidad de comunidades del arte

Gabriela Rangel*

Al inicio de la cuarentena, Bifo Berardi escribió en su diario sobre el efecto de “parálisis relacional”. El Covid-19 ha devastado en un golpe de dados los precios del petróleo, los empleos y toda idea de futuro. Ha pulverizado profesiones y relativizado la importancia de los eventos, cuyo calendario quedó suspendido hasta nuevo aviso. También ha dislocado los protocolos que reprimen tendencias autoritarias. Pareciera que nos hemos quedado sin guion para dirigir una película de acción más parecida a Parasite que a Mad Max. Esta pandemia no solo ha arrasado la economía sino que también ha detenido rutas de vida cosmopolitas, incluyendo aquellas del arte que comprenden ferias, bienales y exhibiciones. De Buenos Aires a Singapur, el planeta se paraliza al unísono, como en el happening Simultaneidad de Marta Minujín. Todo ocurre en cámara lenta, puertas adentro, en silencio doméstico, o congregados en la app china Zoom, donde nos vemos planos, ojerosos y reducidos a una pantalla. Los medios cacarean una vuelta a la naturaleza, cielos azules, mares de aguas transparentes, sonidos de criaturas que han vuelto a ocupar el entorno que les corresponde. La inteligencia del virus es más astuta que un poema de Marinetti. Médicos y enfermeros mueren diariamente, atendiendo a pacientes mientras aplican el triage. La salud pública, hoy en extinción, coloca camas extras en las sedes de ARCO y Zona Maco. Aún no hay vacuna, y cuando arribe, quizás el año próximo, armará un modelo de sociabilidad que restituya la confianza del público en museos, teatros y espectáculos. 

No todos los públicos son iguales. El de Malba ha construido una comunalidad, un conjunto de comunidades, un archipiélago comunicado. Formó fila para ver un trompe l’oeil de Leandro Erlich y otras veces recorrió una sala para recordar el regreso de Perón a la Argentina en la serie de Sara Facio. Tal vez prefirió acudir al estreno de una película, a la conferencia de una escritora o se anotó en un curso sobre surrealismo. Es el público de selfie con el autorretrato de Frida y, después del coronavirus, se interrogará sobre la vigencia de las luchas sociales ante Manifestación de Berni. Cuando tropiece con un semejante con barbijo, se reacomodará a metro y medio de distancia para recalibrar su atención hacia la foto de la performance La familia obrera de Oscar Bony, donde la lucha de clases funciona como archivo. Este público buscará la presencia sensible de cuerpos unidos a esculturas, pinturas y cualquier forma de arte no disciplinaria. Y sin embargo, ¿quién apagará la luz de la modernidad?.

*Directora artística del Malba.