CULTURA
Ideas y creencias III

Feminismo e islam. Reflexiones sobre las protestas en Irán

¿Se puede hablar de una “nueva revolución” en Irán, en el sentido de un comienzo que dé un verdadero giro al presente? ¿O es solo una ilusión, un cambio de atuendo? Por el momento, el tipo tradicional de gatopardismo –cambiar algo para que nada cambie– perecen ser una norma que se repite en las llamadas “Primaveras de los pueblos”, y mucho más cuando hablamos del mundo islámico. ¿Habrá un verdadero cambio del sistema, o simplemente es el disparador de un malestar social mucho más profundo?

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Irán, ayer y hoy. Una manifestación reciente a causa de la muerte de Mahsa Amini. Arriba, der., otra manifestación, pero en tiempos del ayatola Jomeini. A izq., muchachas de Irán en los años 70. | cedoc

No se veía en Irán un estallido social de tal magnitud desde 1979. La revuelta se inició a causa del asesinato de una mujer por parte de las autoridades que, en este tipo de culturas, se las suele invisibilizar. ¿Será este el origen de un cambio radical donde los protagonistas serán los colectivos feministas? 

Si pensamos en la revolución del siglo pasado, a diferencia de ésta, vemos que contaron en esa ocasión con un líder, el ayatola Jomeini, y con el apoyo organizado de varios sectores religiosos importantes, precisamente por ello, pudieron derrocar al último sah quien fuera reemplazado por el régimen actual. Michel Foucault, quien era parco en inmiscuirse en opiniones políticas, celebró aquel acontecimiento con simpatía. Escribió varios polémicos artículos en periódicos de la época conocidos hoy como los Dossier Irán de Foucault refiriéndose a la ebriedad de las muchedumbres enardecidas que “no temían morir” y que arrojaban “en la cara del poder sus vidas desnudas”. Hoy, más de cuarenta años después, se puede decir que el filósofo francés se apresuró un poco en sacar sus conclusiones: una vez más solo fue el típico “gatopardismo” de los que pretenden cambiarlo todo para que nada cambie. Y extraña que uno de los mayores analistas del poder no haya tenido en cuenta que la metafísica del mismo tiene como naturaleza innata la potencia de permanecer estático bajo distintas máscaras. Y así fue. Esto incluso es lo que vimos en casi todas las sediciones recientes. En estos días, ¿se puede hablar entonces de una “nueva revolución” en Irán, en el sentido de un comienzo que dé un verdadero giro al presente? ¿O es solo una ilusión, un cambio de atuendo? Primero habría que ver en qué termina. Sin embargo, por el momento, los “cambios para que nada cambie” perecen ser una norma que se repite en las llamadas “Primaveras de los pueblos”, y mucho más cuando hablamos del mundo islámico.

Lo traigo a colación a raíz del entusiasmo y, tal vez, de las injustificadas esperanzas que se advierte en este alzamiento iraní con gran repercusión internacional, que aparentemente ostenta tintes feministas, pero que es necesario pensarlo desde una perspectiva mucho más amplia. ¿Es lo que vemos realmente una variación del paradigma de y para las mujeres musulmanas, donde creen que removerán el sistema, o simplemente es el disparador de un malestar social mucho más profundo? Si conocemos tan solo un poco la concepción islámica no debemos adelantarnos a sacar conclusiones. Más bien lo de las protestas de las mujeres pareciera ser solo un gatillado de un agotamiento y de una forma de vida arcaica que en esta era maquinal parece ser insostenible: y esto aplica a todos los órdenes. El verdadero problema parece ser, en el fondo, la incapacidad de algunas estructuras sacramentales de aceptar que los tiempos han evolucionado y que el devenir de las épocas está arrasando imparablemente la realidad de las teocracias cuya naturaleza reclama quedarse en el momento originario de su instauración. Las religiones en general son enemigas del paso de la historia, del llamado progreso, por la sencilla razón que suponen que Dios creó el universo y todo lo que hay en él de manera perfecta y no requiere alteración alguna. La caída en el pecado decantó en que la humanidad fuese depositada en el decurso histórico y éste es solo un medio para que Dios se manifieste y coloque las cosas en su lugar. La mentalidad mítica tiende a ser fijista. Y esto lo vemos, como bien lo señaló Eric Voegelin, en construcciones sociopolíticas de carácter trascendente, o en palabras del pensador, en aquellas “religiones políticas” que ostentan lideres que son asumidos como “deidades encarnadas”, o, en su defecto, “son puestos por ellas”, lo que presupone que todo lo que hagan y digan debe ser incuestionable. 

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Por otra parte, no hay que olvidar que el islam es algo más que una devoción, es igualmente un marco geográfico, es una forma jurídica de ver el mundo y, por supuesto, es un armado político, que lejos de ser democrático, aduce ser de esencia “supuestamente divina”, revelada, cuya palabra irrebatible es la de Dios siendo su constitución un texto sagrado, el Corán. Y lo que Dios ha recitado por medio del ángel emisario al profeta es incontestable. Pero más allá de las complejas cuestiones de fe, lo que requeriría otro análisis más exhaustivo, evidentemente es la realpolitik aquella que sostiene como excusa a estos relatos míticos mientras le sean funcionales a sus intereses profanos.

A todas luces asistimos ahora en Irán a una detonación de esta pesadumbre, que se canalizó, en este caso puntual, por el lado de las demandas de las mujeres y de sus derechos lógicos, pero que en sus raíces obedece al descontento coyuntural de no tener el confort, de no poseer las ventajas tecnológicas que brinda el capitalismo occidental y que lo expone a través de su escaparte digital como el “nuevo paraíso en la tierra”. No creo que lo que ocurre en Irán deba confundirse con las búsquedas del feminismo, que sin duda intentan revertir una tradición milenaria, sino que es una circunstancia visible de un desasosiego que estaba desplazado a las sombras de la sociedad, que estaba reprimido en lo más hondo de los miedos, que por su misma propiedad antinatural era lógico que tarde o temprano este sistema “medieval” explotara. En suma: el desafío de las religiones para el siglo XXI debe ser el de tratar de acomodarse a las nuevas perspectivas que presenta este mundo todavía en curso, a veces incomprensible, criticable, y por supuesto devastador de los valores ancestrales; pero son los vientos de un período ignoto, de un capitalismo que está devorándolo todo dentro de su insaciabilidad, y junto con él está poniendo en cuestión a los antiguos dioses del mito que, aunque seguirán estando ahí como reliquias de otros tiempos, ya no parece que haya demasiado lugar para ellos.

* Su último libro es Pasión y muerte de la historia, Antigua 2022.