CULTURA
Escuela austriaca

Filosofía en 3 minutos: Murray Rothbard

Economista, teórico fundador del anarcocapitalismo (o libertarismo) y del Partido Libertario estadounidense en 1971, al que abandonó hacia 1989. Uno de los pensadores que ha influido en la formación del flamante presidente argentino, Javier Milei.

Murray Rothbard
El economista y filósofo político Murray Rothbard (1926-1995). | Cedoc Perfil

La inconclusa An Austrian perspective on the history of economic thought, publicada por primera vez en 1995, y traducida al castellano como Historia del pensamiento económico en 2000, compuesta de dos volúmenes (El pensamiento económico hasta Adam Smith y La economía clásica) es la obra de mayor reconocimiento intelectual del economista y filósofo político Murray Rothbard (1926-1995), teórico fundador del anarcocapitalismo (o libertarismo) y del Partido Libertario estadounidense en 1971, al que abandonó hacia 1989. También, sin ir más lejos, como se sabe, es uno de los pensadores que ha influido en el flamante presidente argentino, lo que lo torna especialmente interesante desde una perspectiva filosófica y, quizá, política. Porque Rothbard, además de dedicarse a la docencia y de escribir más de treinta libros, se mostró muy activo en las luchas políticas, al menos de modo creciente desde 1965 cuando creó, junto a Karl Hess, la revista Left and Right que proponía la convergencia de dos tendencias antisistema: el libertarismo de izquierda y la denominada Nueva Izquierda, el marxismo libertario de cierto auge en los años 60. Pero la deriva rothbardiana a partir de ese momento solo en apariencia inicia un trayecto paradójico y contradictorio, en cuanto su trayectoria gradualmente culmina en un giro hacia el “populismo de derecha” (dicho con sus mismas palabras), muy alejado de la estrategia del Partido Libertario, hoy la tercera fuerza política de los Estados Unidos por cantidad de votantes.

Rothbard nació en el Bronx, Nueva York, en una familia judía originaria de Polonia. Según su propio relato, la escuela pública en su niñez fue el período más infeliz de su vida. La biografía oficial afirma que su padre, David, le inculcó, junto con el interés por el saber, el rechazo por el totalitarismo, el fanatismo religioso y los dogmatismos. Finalmente asistió a la Birch Wathen Lenox School, una escuela privada neoyorkina. Se licenció en Matemáticas en la Universidad de Columbia en 1945. Poco después, influido por la teoría de los precios de George Stigler, leyó un artículo de Stigler y Milton Friedman, que explicaba los perjudiciales efectos del control de alquileres en la ciudad de Nueva York, y se puso en contacto con el editor, la Fundation for Economic Education, un think tank de mercado libre –el más antiguo de Estados Unidos– que cuestionaba el predominio keynesiano de la época.  En su sede, en Irvington, a orillas del río Hudson, conoció a Ludwig von Mises (economista y filósofo clave de la escuela austriaca de economía), profesor visitante de la Universidad de Nueva York desde 1945, donde asistió a sus seminarios en la Escuela de Negocios Stern. En 1948, Rothbard se unió a la campaña presidencial del gobernador segregacionista de Carolina del Sur, Strom Thurmond. Por entonces comenzó a trabajar con la William Volker Fund, institución ligada a la FEE como mecenas y al incipiente movimiento libertario, con un manual por encargo sobre La acción humana de von Mises, recién publicado. Al parecer, continuó trabajando en ella hasta principios de 1963, leyendo y escribiendo reseñas de libros como analista senior.  

En 1953 Rothbard se casó con una historiadora y en 1956 se doctoró en Economía en la Universidad de Columbia. En esos años se relacionó con la Old Right, una corriente del conservadurismo puritano estadounidense, y con el círculo de la escritora rusa Ayn Rand, filósofa ultraliberal y fundadora del objetivismo (es decir, existe una realidad objetiva y autónoma de la mente humana). Si bien es un referente ideológico de la derecha libertaria, Rothbard no tardó en disentir con Rand, entre otras cosas, según escribió en un ensayo de edición restringida, debido a que sus conceptos no eran tan originales como ella sostenía, sino análogos a los de Aristóteles, Tomás de Aquino y Herbert Spencer. Aun así, le reconoce que lo introdujo en el derecho natural (o iusnaturalismo), uno de los pilares del pensamiento rothbardiano. Al colapsar la Volker Fund en 1963 y dar origen al Institute for Humane Studies (una organización libertaria que todavía existe), fue despedido y buscó empleo en varias instituciones académicas de Nueva York. En 1966, le ofrecieron un puesto de dedicación parcial para enseñar economía a estudiantes de ingeniería en el Instituto Politécnico de Brooklyn, y allí permaneció durante veinte años. 

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Mientras tanto, sin renunciar a los principios no intervencionistas, anticomunistas y antisocialistas de la Old Right, Rothbard se unió a las fracciones anarquistas de la Nueva Izquierda en la oposición a la guerra de Vietnam, al Partido de la Paz y la Libertad y colaboró con la revista izquierdista Ramparts. Fue durante esa etapa que se asoció con Karl Hess (un redactor de discursos republicanos decepcionado del conservadurismo) y fundó Left and Right: A Journal of Libertarian Thought, que duró hasta 1968, en gran parte editada y escrita por Rothbard. Al año siguiente, creó la revista Libertarian Forum, que ya promovía el capitalismo anarquista como órgano de un nuevo movimiento político, cuyo ideario y programa Rothbard presentó en el libro Por una nueva libertad. Manifiesto libertario (1973), donde argumentaba, en síntesis, a favor de una sociedad libre basada en la filosofía económica de Mises, el derecho natural a la propiedad privada de Locke y en la teoría anarquista del Estado como un medio de explotación y opresión basado en la violencia. El Manifiesto afirmaba que el nuevo libertario era izquierdista respecto de libertades civiles y derechista en economía. 
Rothbard participó activamente en el Partido Libertario a partir de su fundación y, a través de Libertarian Forum, cerrada en 1984, combatió las políticas de Ronald Reagan. No solo eso, en 1976 fundó el Centro de Estudios Libertarios, el Journal of Libertarian Studies en 1977 y el mismo año cofundó el Instituto Catón (financiado por el multimillonario estadounidense Charles Koch) en honor a las Cartas de Catón, una serie de artículos periodísticos que influyó en los llamados “Padres Fundadores” de Estados Unidos. De 1978 a 1983, se sumó al Caucus Radical del Partido Libertario de tendencia paleoconservadora, con lo que dejó atrás su fase izquierdista –si la tuvo– en cuestiones de libertad individual. En 1982, después de separarse del Instituto Catón –actualmente parte de la red libertaria internacional Atlas Network– por razones culturales, Rothbard cofundó el Instituto Ludwig von Mises en Alabama, poderoso think tank del que fue vicepresidente de asuntos académicos hasta 1995. Además, ya enseñando en la Escuela de Negocios Lee de la Universidad de Nevada en Las Vegas (como Profesor Distinguido de Economía S.J. Hall en una cátedra solventada por un empresario libertario), fundó en 1987, la Review of Austrian Economics del instituto Mises. Aliado con el ala populista de derecha del Partido Libertario liderada por Lew Rockwell y Ron Paul, a fines de los 80 se distanció de él y fortificó sus vínculos con la Old Right, dando lugar a un anarcocapitalismo conservador y reaccionario: el paleolibertarismo.  

En 1989, Rothbard constituyó con otros el Club John Randolph, partidario de la secesión de los sureños blancos, que expresaba una alianza entre el Instituto Mises y el paleoconservador Rockford Institute. Luego, en 1992, apoyó la campaña presidencial del republicano Pat Buchanan (miembro del John Randolph), escribiendo que “con Pat Buchanan como nuestro líder, romperemos el reloj de la socialdemocracia” en un panfleto titulado Populismo de derecha. Una estrategia para el paleolibertarismo –disponible en el sitio web del Instituto Mises–, en el cual señalaba explícitamente que la estrategia apropiada de los libertarios y de los paleolibertarios era el populismo de derecha, y en el cual planteaba un programa libertario radical integrado, en otras medidas, por la baja enérgica de impuestos, la destrucción del Estado de Bienestar, “mano dura” contra la delincuencia, revocación de privilegios de clase y género, abolición de la Reserva Federal, disminución de la ayuda económica a países extranjeros y fomento de los valores tradicionales y religiosos. Cuando Buchanan se retiró de las primarias republicanas, Rothbard adhirió primero al magnate Ross Perot, pero finalmente respaldó a George W. Bush, en primer lugar porque no era Bill Clinton. Como dijo en una nota aparecida en Los Ángeles Time el 30 de mayo de 1992: “Por supuesto, eso no es exactamente satisfactorio para el alma. Lo que satisfaría el alma sería tomar la ofensiva por fin, lanzando una contrarrevolución en el gobierno, en la economía, en la cultura, en todas partes contra el maligno liberalismo de izquierda. ¿Cuándo, oh, cuándo empezaremos?”.

Los rothbardianos de derecha (pues los hay también de izquierda) entienden que Rothbard se destacó como el máximo experto en los economistas anteriores a Adam Smith, de quien cuestiona su teoría del valor, base de la teoría del valor-trabajo (rechaza por varios economistas marxistas) que Marx toma de Ricardo, ya que Rothbard continúa la teoría subjetiva del valor de Carl Menger, adalid de la escuela austriaca de economía. Desde ya, en Historia del pensamiento económico está claro que Smith –el padre de la economía política, nada menos– desatendió o no entendió la tradición que había concebido una teoría subjetiva del valor a través de Aristóteles, Tomás de Aquino y en particular de la escolástica tardía española (la escuela de Salamanca), la cual había desarrollado la idea de que el valor depende del punto de vista subjetivo, y no de algo externo y objetivo. Sin embargo, en esa elogiada obra, también está más que claro que Rothbard desatiende o no entiende el pensamiento de Marx, con independencia de que éste revele la esencia del capitalismo o desvaríe. Incluso, no solo tiene serias dificultades de entendimiento sino, por otra parte, rechaza por interesadas o falaces las explicaciones correctas de los economistas marxistas acerca lo que él quiere refutar, lo que no consigue, salvo muy parcialmente.

En primer lugar, en cuanto parte de la teoría subjetiva del valor y Marx no, el abordaje de Rothbard del Libro I de El Capital borra de un golpe injustificado el valor de uso –la utilidad– de la teoría marxiana de la mercancía –no exclusivamente material, como interpreta– y deja solo el valor de cambio como algo que por sí mismo no explica el intercambio de bienes en el mercado, lo cual es un grueso error.  Para Marx, y eso está dicho expresamente, el valor de cambio requiere de un valor de uso (un bien) o, en otra palabras, sin valor útil no hay valor de intercambio. Esos valores, por lo demás, no se asimilan con el valor como tal, que es aquello que tienen en común –trabajo humano– las mercancías y que se manifiesta en la relación de intercambio. Más todavía, una cosa puede ser valor de uso y no valor, pero ningún objeto posee valor si carece de utilidad. No se trata, como pretende Rothbard, de que Marx supone que se intercambian dos cosas iguales en valor, cuando lo que sucedería en realidad (según el escolástico Jean Buridan) es que se cambian porque son desiguales para cada uno de los individuos implicados en la transacción, sino que una expresa la magnitud cuantitativa del valor de la otra –siempre relativo e inconstante– como su equivalente en términos de cantidad de trabajo. 

A la inversa de la visión rothbardiana, en Marx el intercambio (o sea, los individuos) no regula la magnitud de valor de la mercancía sino esta rige las relaciones de intercambio. Esto quiere decir que una mercancía solo alcanza la expresión general de su valor porque, a la vez, las demás mercancías expresan su valor en el mismo equivalente (oro o dinero). Por otra parte, Marx no afirma, según cree Rothbard, que los valores de uso no tienen nada que ver con los valores de cambio o precios. Lo que dice, al contrario, se refiere al valor –las mercancías son duales: objetos de uso y potadoras de valor– en cuanto contrasta o se opone a su valor útil. Tampoco coincide con el análisis marxiano el concepto de “tiempo de trabajo socialmente necesario” determinante de la magnitud del valor, que alude al tiempo requerido para producir un valor de uso (en condiciones normales de producción y el grado social de destreza e intensidad de trabajo, distinto de acuerdo con las sociedades) y no al mercado, ni menos todavía con la teoría del plusvalor, que Rothbard confunde o identifica erróneamente con el beneficio que obtiene el capitalista. A su juicio, el margen de ganancia únicamente proviene de la explotación del trabajo vivo, del “plus” de valor que surge más allá de los salarios necesarios para satisfacer las condiciones de subsistencia de los trabajadores (también variables, dicho de paso). Pero, en Marx, el tema no es tan simple. 

El plusvalor, en principio, constituye el excedente de valor del producto del trabajo –impago por el salario– por encima del valor consumido, para producirlo, de los factores involucrados en ese proceso. Ese “plus” es el capital valorizado más allá del valor del capital adelantado o invertido en medios de producción –“capital constante” en el léxico marxiano– y fuerza de trabajo o “capital variable”, en tanto modifica su valor al reproducir su equivalente reflejado en el salario y un excedente, el plusvalor, que puede a su vez variar en más o en menos. Según Marx, la tasa de explotación del trabajo por el capital (o tasa de plusvalor) es una magnitud proporcional de la relación entre el capital variable y el plusvalor, o en otras palabras, entre el plustrabajo y el tiempo de trabajo necesario. La tasa de ganancia o beneficio, en cambio, se conforma en la relación entre el plusvalor y la suma del valor total invertido (capital constante y capital variable) –que Rothbard niega–, y de manera que una baja tasa de ganancia puede acompañar una elevada tasa de explotación o la inversa. 

De ahí que, si se atiende a Marx, hay un plusvalor relativo y otro absoluto. El primero se extrae de la reducción del tiempo de trabajo necesario por medio de maquinaria (por lo tanto, se extiende el del plustrabajo) y el segundo de la prolongación de la jornada laboral. El plusvalor relativo está en conexión directa con el incremento de la fuerza productiva del trabajo –la tendencia permanente del capital, señala Marx–, en el sentido que aumenta cuando ella aumenta y baja cuando disminuye. El empleo de maquinaria para abaratar las mercancías y los trabajadores mismos, sin embargo, implica una contradicción: uno de los componentes del plusvalor, la tasa de este, solo se eleva si el otro, la masa de obreros, merma. Esto ocurre porque las magnitudes relativas del plusvalor y el precio o la forma dineraria del trabajo –el salario– está condicionados por la duración de la jornada laboral, la intensidad normal y la productividad del trabajo, como por sus diversas combinaciones: los tres variables al mismo tiempo, uno constante y los demás variables, o dos estables y el tercero variable.  

Por lo tanto, no es exacto, volviendo a los equívocos de Rothbard, ni que el beneficio únicamente proviene de la explotación del trabajo vivo, en cuanto el plusvalor relativo se produce mediante máquinas (o capital constante) que potencian la fuerza de trabajo y reducen el número de obreros, ni que para Marx los capitalistas pagan a los trabajadores el valor de la fuerza de trabajo, es decir, el valor de los medios de subsistencia. Al contrario, Marx argumenta (Sección sexta, cap. XVII), contra Malthus y Mises (citados por Rothbard) y la economía política clásica, que no se paga el valor de la fuerza de trabajo sino el de su función, el trabajo mismo, y que también se consigue plusvalor (y, en consecuencia, ganancia) estrechando el salario por debajo del valor de la fuerza de trabajo. Por último, dejando pasar algunos detalles, el examen de la ley marxiana de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, desarrollada en el Libro III El Capital como consecuencia del plusvalor relativo (más inversión en capital constante), cuestionada por algunos marxistas, hace de ella un mecanismo permanente de descenso de la tasa de beneficio, la cual conduciría al capitalismo a su derrumbe, y no una tendencia –una inclinación, una propensión– que, por consiguiente, puede corregirse, según lo ilustra el mismísimo Rothbard. De cualquier manera, noles volens, es necesario admitir que no se equivoca (una de las pocas veces) cuando considera fallida la predicción de Marx acerca un empobrecimiento progresivo de la clase trabajadora en el capitalismo. Eso no ha sucedido. En parte, quizá, debido al propio Marx.

 

 

*Doctor en filosofía, profesor de UBA. 

Su último libro es La era del kitsch (Alción Editora 2021), Segundo Premio Nacional de Ensayo Artístico 2022 otorgado por el Ministerio de Cultura de la Nación. 

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