Llega con tranco firme. Tiene las cejas tupidas, el pelo que se abre como un telón sedoso sobre los hombros. Parece eficiente y decidida. No parece mexicana.
—Por favor, debes incluir también a Sergio Pitol. No lo olvides.
—Tomo nota: Sergio Pitol.
Miguel Rep acata con resignación el pedido de la asistente de la organización. Desde el inicio mismo de la Feria, el sábado 29 de noviembre, que tuvo al canciller Héctor Timerman como cortador oficial de cintas, el dibujante se las ingenia para trenzar, en un mural de unos 15 metros de largo, escritores mexicanos y argentinos destacados. “Espero que no sigan pidiéndome más autores porque ya no tengo lugar donde ubicarlos”. El fresco fue conformándose así, día a día, y quedará concluido hoy, cuando quede clausurada la edición número 28 de este evento colosal que tuvo a la Argentina como invitada de honor por segunda vez (la primera fue en 1997).
El mural de Rep quedó contenido dentro del Pabellón Argentino, un espacio de 1.700 m2 sembrado con módulos circulares que albergan el inventario: libros, fotos de escritores, fragmentos de películas, leyendas, un “árbol de la vida” con los nombres de los argentinos exiliados en México y desplantes de la mercadotecnia telúrica: mates de plata y rebenques patrimonio de la gauchada. Para muchos de los colegas mexicanos, diestros en estos bailes, el despliegue escenográfico dispuesto por el Estado argentino fue pobre, insípido incluso si se lo compara con los diseños presentados por otros países invitados de años anteriores, por caso Israel, el convidado de 2013. Gustos al margen, como ocurriera en Frankfurt en 2010 y a comienzos de este año en el Salón de París –evento coordinado por la entonces Secretaría de Cultura de Jorge Coscia, no por Cancillería–, la polémica se encendió y se propagó como reguero de pólvora por el mundillo cultural argentino cuando se conoció la lista definitiva de los escritores invitados por la comitiva oficial. Autores de alto handicap como Jorge Asís, Martín Caparrós y Beatriz Sarlo –por nombrar algunos– no fueron tenidos en cuenta para nutrir la legión. “Trajimos 53 escritores, desde luego que faltan muchos, incluso muchos más que estos tres que mencionás. Pero no podíamos invitar a todos. Fuimos plurales, quisimos que todas las voces posibles estuvieran representadas”, explica la embajadora Magdalena Faillace, responsable de la Dirección de Asuntos Culturales de la Cancillería y encargada de la presencia argentina durante el evento.
—No cree, entonces, que haya habido censura. (La embajadora está fatigada por tanto trajín, su voz se derrama apenas como un hilo de sensibilidad cavernosa.)
—Mirá, yo he sido, soy y seré una militante política. Vengo de la izquierda peronista, de la revista Unidos, de la gente que luego se fue al Frepaso. He dado clases en la universidad por más de veinte años y he sufrido la censura, y por ello la detesto. Por eso, cuando terminamos de armar la lista, enseguida me convertí en abogada de los escritores no invitados. Sí, me comprometí a que si no estaban en persona, al menos vinieran sus obras. Hemos traído unos 40 mil libros para vender, e incluso esos escritores que nos detractan por televisión tienen sus libros aquí.
—Pero convengamos que estos autores que mencionamos casualmente son muy críticos del Gobierno.
—Ha venido invitada por nosotros María Rosa Lojo, por ejemplo. Una escritora que, digamos, no es una defensora de nuestro gobierno. Publica en La Nación, no en Página/12… Noé Jitrik viene de la izquierda, es crítico de nuestra gestión también. Yo no busco gente que nos haga publicidad.
Además de los 53 escritores, el escuadrón argentino desembarcó con 32 referentes académicos dispuestos a dar batalla en las disertaciones; obras de teatro (Mauricio Kartun y Cristina Banegas como destacados), cuatro muestras de artes visuales (una de ellas, dedicada a Cortázar, muy bien montada), decenas de películas y unos ochenta músicos encargados de armonizar cada noche la explanada del Foro FIL. En total, unas 260 personas movilizadas para componer este puzzle elástico y multidisciplinario. Según figura en el boletín oficial, los costos de semejante empresa alcanzaron los 31 millones de pesos. “No, no llegamos a completar esa cifra porque finalmente redujimos unas exhibiciones de artes plásticas que pensábamos darlas en espacios más grandes, pero anda por ahí. Hemos trabajado casi dos años en esta presentación. Significó un esfuerzo enorme porque también es una inversión enorme la que te exigen”, completa la embajadora Faillace.
La programación incluyó 46 mesas redondas en las que se intentó abarcar un amplio muestrario de problemáticas impresas en el núcleo del universo editorial argentino. Se intentó, sí. Aunque pocas veces se consiguió. La primera mesa que abrió este conglomerado de debates se llamó “Encrucijadas de la poesía argentina contemporánea”, con Hugo Mujica, Rodolfo Alonso, Jorge Fondebrider y Tamara Kamenszain como expositores, y Francisco Garamona como moderador. Mientras Kamenszain se remontaba a Celan, derrapando en Heiddeger y el nazismo, Alonso agolpaba en su memoria citas de Pier Paolo Pasolini, la experimentación poética toda; Mujica, por su parte, dribleó por los mares de la metafísica exprés, y ante la insistencia de Garamona para hablar de una vez por todas sobre lo que los había convocado, Fondebrider prometió “ir a los bifes” para desenredar la maraña, pero quedó empantanado en un plástico recuento de anécdotas personales que encantaron al auditorio pero poco tuvieron que ver con poesía argentina, menos contemporánea. Y de encrucijadas, cero.
Homenajes y política. Las referencias a los 43 normalistas desaparecidos en Guerrero fueron una constante no sólo durante las exposiciones de los escritores dentro del predio, sino fuera, donde centenares de manifestantes se agolpaban diariamente en las puertas de la FIL para reclamar la aparición con vida de los estudiantes (“Con vida se los llevaron, con vida los queremos” fue el eslogan difundido en la cartelería condenatoria) y pedir la renuncia del presidente Peña Nieto. Estela de Carlotto, durante la conversación titulada Relatos sobre identidad: nietos y reencuentros, se solidarizó con la lucha y recordó: “Antes de venir a Guadalajara pasamos por el DF. Allí nos reunimos con los padres de los 43 chicos. Y me removió todo, porque volví a sentir mi propia historia. A esos padres les decimos que cuenten con nosotros, pero deberá ser el pueblo mexicano en su conjunto quien reclame justicia, en paz y sin violencia, porque con la violencia luego viene la represión”.
Durante los nueve días que duró el festival, fecundó un especial interés por el lado argentino en recordar los años 70, cuando la maquinaria del terror llevó al exilio a una dilatada tropa de intelectuales, muchos de los cuales encontraron asilo en México. En la mesa titulada “El diálogo México-Argentina a partir del exilio”, Tamara Kamenszain, Noé Jitrik, Tununa Mercado y Mempo Giardinelli rememoraron los años duros, la conformación de esa cofradía sensitiva que convoca a los argenmex. Giardinelli expresó: “El exilio fue una militancia para la gran mayoría de los que vinimos. Fue la continuidad de la militancia. México nos dio un espacio, llegué pocos días después del golpe del 24 de marzo y sentí que no estaba solo. La comunidad tenía sus complejidades, pero la sensación era la de una solidaridad militante, y se intentaba que el exilio sirviera para nuestro país”. Otros de los paneles congregó a editores argentinos exiliados en México y tuvo como protagonistas a Alberto Díaz (Planeta), Carlos Díaz (Siglo XXI) –hijo de éste– y Guillermo Schavelzon, quien recordó: “Viví 11 años en México. Llegué en 1976, después de que estallara una bomba en mi casa y de recibir una llamada amenazadora a las tres de la mañana. Todo por haber publicado un libro de Osvaldo Bayer sobre una huelga anarquista en la Patagonia, sucedida cincuenta años antes, que terminó cuando llegó el ejército y fusiló a todos los huelguistas”.
Una de las presentaciones argentinas más concurridas tuvo como protagonista a María Kodama. En el conversatorio con el público la palabra de Borges se convirtió en la heroína extasiada: “Una mirada a la biblioteca de Borges nos permite el asombro, porque más de la mitad de ella está compuesta por libros de filosofía, de matemáticas, de religiones”. Las preguntas del público rebotaban en la sala como espectros incómodos. Kodama atendió todas las necesidades: “Para Borges, el lector crea la obra: una obra aparentemente inmóvil, construida y detenida en palabras que van a cambiar al reflejarse en la conciencia de cada lector. Eso será lo que la convierte en ser vivo, ese río de Heráclito será para Borges la suma de lectores”.
Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar también compartieron un lugar de relevancia, al celebrarse el centenario del nacimiento de ambos. Especial interés generó también una serie de homenajes realizados al poeta Juan Gelman, muerto en enero y con una zanjada trayectoria en tierras mexicanas. El jueves pasado, por ejemplo, se presentó su libro póstumo, Amaramara, publicado por la editorial mexicana La Otra, con ilustraciones del pintor mexicano Arturo Rivera.
Números finales. Creada por la Universidad de Guadalajara como un encuentro profesional abierto al público en general, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) se erige como el escaparate editorial más relevante de Iberoamérica. Allí, las fértiles jornadas de negocios se entrelazan con el desfile de autores, muchos de ellos de relevancia planetaria. Este año recorrieron las arterias del predio el italiano Claudio Magris –premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2014–, los best sellers Ken Follett y John Katzenbach, y el escritor de policiales noruego Jo Nesbo; también el nicaragüense Sergio Ramírez, los mexicanos Elena Poniatowska, Margo Glantz, Mario Bellatin y Guadalupe Nettel (última Premio Herralde de novela) y los españoles Arturo Pérez-Reverte y Juan Cruz Ruiz.
Con una convocatoria ascendente (este año se calcula que pasaron cerca de un millón de visitantes), participaron más de 20 mil profesionales del libro y unas 1.900 editoriales. Los 19 salones repartidos en los 25 mil metros cuadrados de la exposición albergaron a representantes de los 44 países que dieron el presente. Por lo demás, y como suele suceder en la Feria del Libro de Buenos Aires cuando la Cámara Argentina del Libro publicita (¡con bombo y matraca!) los números mágicos de la industria, en Guadalajara la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem) compartió durante estas jornadas las cifras de la factoría del libro, vale decir, las correspondientes a 2013. El editor Carlos Anaya fue el encargado de difundir los números, que hablan de un incremento del 27%, “resultado de las reediciones y reimpresiones, que pasaron de 90 millones de libros producidos a 98 millones”. Vale decir que, a diferencia de lo que ocurre en Argentina, el Estado mexicano no sólo abrocha negocios millonarios con los tanques editoriales, sino que interviene en la promoción subsidiaria de los sellos más pequeños.
El festival literario en español más grande del mundo llega hoy a su fin. Argentina será historia, y dejará la posta en manos del Reino Unido, el próximo invitado. Como sea, esta edición de la FIL constituyó una bacanal de significaciones donde la palabra recobró más que nunca el compromiso, en un país como México donde los hombres de letras son exigidos continuamente por el vecindario para reclamarle al poder que ya, que un poco de exceso está bien, pero que tampoco tanto. “Hoy más que nunca impulsemos la palabra como el mejor recurso que tiene el ser humano”, rezaba una pancarta colocada en la entrada del salón donde se realizó la ceremonia de apertura. Ceremonia en la que Magris, hechicero humanista, manifestó: “No sé qué color tenga este grácil y maltrecho barquito de papel que podemos construir con nuestras palabras; sabemos que está destinado a hundirse, pero no por eso dejamos de escribir. Y si se hunde, su escritura no será de color negro, que es ausencia de color, sino blanco, o sea la unión de todos los colores”.