30 años después, Planeta reeditó Acerca de Roderer, la primera novela de Guillermo Martínez que fue traducida a 15 idiomas, a pesar de que su tono no era el imperante en su tiempo. “En esa época había una cierta tensión o diferencia estética entre los sectores que de algún modo pensaban que ya estaba esencialmente todo dicho y los que apostábamos a la narración”, contó el autor a PERFIL.
Acerca de Roderer nació en la época del auge posmoderno, los grandes relatos eran apuntados no solo como falsos sino como responsables de los grandes horrores del siglo XX y ese movimiento intelectual de desconfianza a lo que estaba establecido tuvo su eco en la literatura. Es así que empieza a crecer un tipo de escritura ficcional que cuestiona a la novela clásica, entre sus autores, uno de sus mayores exponentes es Cesar Aira.
En ese contexto de inicio de los noventa aparece la primera novela de Guillermo Martínez cuyo protagonista busca una gran respuesta metafísica sobre el mundo y en el camino intenta convencer al narrador que siente atracción, envidia y pena por este joven arrastrado por la pasión por el conocimiento y el sentido.
Fue gracias a la colección “Biblioteca del Sur” inventada por Juan Forn que se publicó Acerca de Roderer, una novela que “entra en el alma de quienes lo leen como entran los mejores personajes de Abelardo Castillo: confesando la miseria humana con la integridad que, en el mundo real, le falta a la miseria humana”, en palabras de la prologuista de la reedición, Elsa Drucaroff.
—¿Qué es lo que estaba leyendo en ese momento cuando escribió esta novela y cuánto tiempo le llevó a hacerlo?
—La escribí entre el 90 y el 92, tardé casi 3 años porque finalmente salió en enero del 93. Lo empecé como un cuento, básicamente tenía como idea la imagen de la primera partida de ajedrez y de algún modo algo así como la revancha, a lo largo de la vida, que la revancha fuera metafórica en la vida. Te llevan cada uno de los dos personajes como si la revancha se jugara en el tablero de la vida, esa era un poco mi idea simbólica y en el medio empecé a leer Doctor Faustus de Thomas Mann, donde aparece toda la discusión que después se dio en el posmodernismo, porque en el fondo es una discusión que viene en el arte desde mucho antes. Son teorías que se manejaban en la época de cierta disolución de las formas artísticas convencionales y lo mismo en la pintura, entonces yo lo que hice en el libro fue trasladar a la pintura la discusión que se da en el Doctor Faustus sobre música, porque para mí es un problema que abarca a todas las artes.
—¿Y por qué aparece en la novela, por un lado, una aspiración fuerte de lo racional y en igual medida lo diabólico?
—Justamente porque yo estaba estudiando los teoremas de Gödel que plantean que hay un límite para esa clase de búsqueda. La búsqueda humana se realiza a través de procedimientos finitos, porque el ser humano es finito, está condenado a esa finitud y ese teorema tiene presente el infinito. El problema de cómo pensar el infinito es un problema muy profundo en la matemática. Borges tiene una frase que dice: “Hay un concepto que es el corruptor y el desatinador de todos los demás, no hablo del mal, cuyo limitado imperio es la ética, hablo del infinito”. O sea, el infinito como algo más desquiciador que el mal.
—Tanto en Acerca de Roderer, como en tu última novela, La última vez, los protagonistas están entregados con su vida a la búsqueda de un sentido, de un conocimiento…
—Hay una dicotomía para mí falsa entre razón y pasión en general, entonces a mí me interesaba sobre todo esa tesis de que la razón puede arder como cualquier otra pasión humana. Es una pasión humana, también, la búsqueda de la razón.
—También aparece la idea de una inteligencia funcional productiva y una inteligencia que disfuncional.
—Aparece una dicotomía de formas de pensar sobre la inteligencia, una inteligencia más práctica, adecuada al mundo y hay otra inteligencia que encuentra incómodo el mundo, las ligaduras usuales no le parecen del todo naturales, todo le provoca una especie de malestar y esa inteligencia es la que yo asocio muchas veces con el genio, pero no está claro. Esa idea me interesaba mucho para este personaje, que uno nunca podría estar seguro, ni siquiera el narrador está seguro de hasta qué punto había alcanzado lo que se había propuesto.
La vida afortunada de Guillermo Martínez
Guillermo Martínez eligió estudiar matemáticas cuando terminó sus estudios básicos y en ese camino se destacó, recibió una beca para estudiar en Inglaterra y, paralelamente, el escritor también fue con él. Su primer libro de cuentos fue premiado por el Fondo Nacional de las Artes y su primera novela, fue traducida a 15 idiomas. En 2003 ganó el premio Planeta por Crímenes imperceptibles, que fue traducida a 40 idiomas y adaptada al cine por Alex de la Iglesia con el título Los crímenes de Oxford.
—Cuando mira hacia atrás, ¿qué siente respecto a lo privilegiada que fue su vida?
—Hay un colega matemático, Pablo Groisman que toma esta idea de algunos que dicen que si a uno le va bien no es necesario desearle suerte, bueno, él dice que es al revés, que a las personas hay que desearle suerte porque muchas de las decisiones, de las bifurcaciones de la vida tienen que ver con la suerte, con ciertos golpes de suerte en los momentos indicados. Por supuesto que uno tiene que hacer cosas. Yo tuve algunos claros golpes de suerte: tuve un papá escritor muy atento a sus hijos, una mamá profesora de letras, se conocieron como fundadores del cine club de Bahia Blanca, les gustaba el cine, los libros. Tuve una iniciación literaria en mi casa que eso ya es un montón. Después cuando llegué a Buenos Aires fue otro golpe de suerte y dar con el taller de Liliana Heker fue otro. También fue suerte que, una vez que había publicado, dentro de la agencia Balcells llegó una agente literaria que se encargó de temas de traducciones y logró que mi novela Crímenes imperceptibles se tradujera en 40 idiomas.
Más allá de los golpes de suerte, Guillermo Martínez continúa creando y próximamente publicará un libro que teoriza sobre la escritura que se llama 11 tesis y antítesis sobre la escritura de ficción. En él partirá de 11 temas y afirmaciones que él mismo cuestionará.
—¿Discutirá con usted mismo?
—¿Y a quién voy a esperar?