Soy Drew Faust, decana del Instituto de Estudios Avanzados Radcliffe y profesora de Historia en la Facultad de Artes y Ciencias. Estoy aquí porque en octubre de 1999 el Radcliffe College se fusionó con la Universidad de Harvard. Radcliffe, que fue fundado a finales del siglo XIX para dar a las mujeres acceso a la educación de Harvard, se ha transformado ahora en un Instituto de Estudios Avanzados, y la Universidad de Harvard ha integrado plenamente a hombres y mujeres en su cuerpo de estudiantes universitarios. Las estudiantes mujeres eran aceptadas de un modo desigual hasta 1999, ninguna de ustedes tendrá la firma del presidente de Radcliffe en sus diplomas. Todos ustedes, mujeres y hombres por igual, recibirán el mismo trozo de papel cuando se gradúen el 9 de junio de 2005.
Están estableciendo un nuevo capítulo del siglo XXI en la larga y complicada historia de mujeres y hombres en la Universidad de Harvard. Pero también son los herederos de un pasado que ha moldeado profundamente a esta Universidad y que, de modo inevitable, habrá de influenciar su experiencia aquí. Soy, por entrenamiento y temperamento, una historiadora; es por eso que tiendo siempre a ver al pasado como un prólogo.
Llegué aquí apenas el último enero, después de enseñar veinticinco años en la Universidad de Pennsylvania, para convertirme en la primera decana de la nuevamente reconfigurada Radcliffe –ya no más una universidad independiente, sino ahora una de las diez escuelas de Harvard. En estos meses me ha llamado repetidamente la atención la relevancia que adquiere el pasado de Radcliffe y Harvard para nuestro presente.
Quiero compartir un poco de ese pasado con ustedes –así verán a la Harvard de 2001 más allá de cómo la hayan visto al pasear por sus pasillos y corredores y al sentarse en sus aulas. Aspiro a que la historia les brinde otra dimensión para la comprensión de su entorno, una dimensión que les permitirá no sólo apreciar las vidas de aquellos que los precedieron sino también comprender cabalmente sus propios roles de pioneros en un nuevo orden, una nueva configuración de las relaciones de hombres y mujeres en Harvard.
La evolución de la Universidad de Harvard en la organización de la educación universitaria mixta es hoy única; ha seguido un camino diferente a cualquier otro colegio o universidad en los Estados Unidos. Cuando abrió, en 1636, estaba obviamente diseñada exclusivamente para la educación masculina. Pero eso no significa que la comunidad de Harvard no incluyera mujeres desde el principio: mujeres que barrían los halls, que limpiaban los cuartos, incluso mujeres que sostenían a la Universidad a través de donaciones y legados. Harvard no ha sido nunca un lugar sin mujeres –aunque por mucho tiempo, como Laurel Ulrico del Departamento de Historia ha señalado, ha tenido una historia sin mujeres.
En el siglo XIX, los derechos de las mujeres y el acceso de ellas a la educación superior se había convertido en una cuestión socialmente significativa, y las mujeres comenzaron activamente a buscar la admisión como estudiantes en Harvard. En 1847, una mujer solicitó una vacante a la Escuela de Medicina. El decano aseguró al cuerpo de gobierno de Harvard, la Corporación, que ella era vieja y lo suficientemente poco atractiva como para distraer la concentración de los estudiantes masculinos, pero aún así le fue denegado el lugar.
Apenas dos años más tarde, Sarah Pellet solicitó la admisión a la Universidad. El presidente Pared Sparks le contestó directamente: “ Debería dudar”, escribió, “ si una mujer solitaria, se entremezcla como seguro ha de hacerlo, promiscuamente, con un número tan grande de personas del otro sexo, no encontraría su situación ni compatible ni ventajosa”. […] Harvard dio una opinión contundente y la seguiría dando en contra de la educación mixta. Charles W. Eliot, quien asumió como presidente en 1869 y continuó en su cargo por cuarenta años, estableció su posición en su discurso inaugural, declarando que el control de hombres y mujeres jóvenes en edad de casarse sería imposible. Tenía dudas, además, acerca de lo que él llamaba las “ capacidades mentales naturales” del sexo femenino. Harvard no seguiría el ejemplo de educación mixta de Oberlin. Pero tampoco los defensores de la educación femenina modelarían los esfuerzos en Wellesley o Smith. Sus esperanzas para una eventual integración en Harvard los condujo a inventar una estructura diferente.
Cerca de comienzos del siglo XIX, las mujeres contaban con una variedad de arreglos informales, les admitían la entrada a algunas conferencias en la Universidad de Harvard, y es probable que esto les haya alimentado un apetito por mayores accesos. En 1872, un grupo de damas de Cambridge y Boston formó la Asociación de Educación para la Mujer e invitó al presidente Eliot a una reunión para considerar la admisión de las mujeres en Harvard.
Bajo el liderazgo de Elizabeth Cary Agassiz, viuda del distinguido científico de Harvard Louis Agassiz, las mujeres propusieron un arreglo, oficialmente titulado “ Instrucciones privadas de colegiatura para mujeres”, pero popularmente conocido como el Annex. Profesores de Harvard enseñarían a las estudiantes mujeres en clases y conferencias independientemente de los cursos regulares de la Universidad.
Inaugurado en 1879, el Annex vino a ofrecer veinte o treinta cursos al año, menos que un cuarto de los de Harvard, a una población de jóvenes mujeres abrumadoramente atraídas desde el área local.
Elizabeth Agassiz tomó en cuenta los acuerdos como una medida temporal y continuó trabajando para la admisión plena de las mujeres en Harvard, incluso recolectando fondos para presentar como una dote que cubriría los costos asociados con la adopción de la educación mixta. Pero Harvard permaneció resistente.
En 1890, el Annex había crecido a más de doscientas estudiantes, había adquirido Fay House, el edificio en el cual está situada mi oficina, y requirió una estructura más regularizada. En 1893, el Annex ofreció a Harvard su estado real y 150.000 dólares como un aliciente para la fusión, pero como un miembro de Harvard escribió luego, esto tenía una influencia pequeña. El Annex, explicó, “no tiene nada para ofrecer a Harvard salvo muchachas, a quienes Harvard no quiere”.
De este modo, en 1894, nació el Radcliffe College –como un acuerdo entre lo que querían las mujeres y lo que Harvard podría ofrecerles, como una alternativa a los dos modelos prevalecientes de educación mixta e instituciones exclusivamente femeninas.
Radcliffe College educaría a las mujeres haciendo contratos individuales con cada facultad de Harvard para proporcionar instrucción, ofrecería sus propios diplomas, que serían refrendados por el presidente de Harvard, y estarían sujetos en asuntos académicos a la supervisión de “ visitantes” de Harvard. Elizabeth Aggassiz, complacida con este resultado, se convirtió en la primera presidenta de Radcliffe, creyendo firmemente que lo que presidía era un recurso provisorio y que las mujeres serían muy pronto admitidas como estudiantes plenas en Harvard. Tendría que esperar más de un siglo.
Uno de los resultados peculiares del acuerdo alcanzado en 1894 para establecer Radcliffe fue que el nuevo colegio jamás tendría una facultad. Radcliffe fue estructurado más como una unidad administrativa que académica. Esto también significaba que sus estudiantes no estaban expuestas a instructoras femeninas, ya que la facultad de Harvard no tuvo ninguna mujer hasta la llegada de Maud Cam en 1948.
Harvard permaneció adverso a la educación mixta, aun cuando más y más la vida estudiantil comenzaba a fusionarse en los años de la posguerra. Mientras esto abrió muchas oportunidades nuevas para las estudiantes de Radcliffe, también socavó muchas actividades de mujeres independientes. Mientras las mujeres se unían a Crimson y al staff del libro del año de Harvard, las publicaciones de Radcliffe se debilitaban o desaparecían. Y muchos aspectos centrales de la vida universitaria permanecían vedados a las mujeres. Las estudiantes de Radcliffe no eran parte del sistema de casas de Harvard.
Vivían en habitaciones, sin cuartos en común, sin tutores residentes, sin autoridad regularmente presente en las comidas. A diferencia de los estudiantes de Harvard, estaban obligadas a esperar mesas en los comedores; eran gobernadas por códigos de vestimenta que demandaban usar pollera la mayor parte del día. No estaban autorizadas a asistir al servicio religioso de la mañana en la Memorial Church; no podían estudiar en Lamont –porque el jefe de los bibliotecarios explicó, haciéndose eco de las preocupaciones de Charles W. Elliot al final del siglo XIX, que había demasiados corredores oscuros y gabinetes como para vigilar. Las mujeres no fueron admitidas en Lamont hasta 1967. […]
La aceptación y complacencia de los 50 tendría corta vida. En 1960, una nueva presidenta vino a Radcliffe, la primera mujer presidenta de la era de la posguerra, Mary Bunting, una científica y anterior decana del Douglas College de la Universidad de Rurgers. Bunting tenía muchos planes y energía. En su primera reunión con la junta de directorio de Radcliffe menospreció el desperdicio de mujeres educadas en una sociedad que no hacía honor ni uso de sus logros.
Bunting detectó un “ clima de desesperanza” para las mujeres que la llevó a fundar el Instituto Radcliffe para Estudios Independientes destinado a estudiantes mujeres de posgrado –el precedente real del Instituto que hoy existe. Durante su mandato luchó por grandes oportunidades para las mujeres en su vida universitaria. Bunting se esforzó por establecer una contraparte en Radcliffe del sistema de casas, aunque las realidades arquitectónicas y los fondos limitados inhibieron su surgimiento.
A pesar de esto, Currier Huse, la primera estructura erigida específicamente como una casa Radcliffe, fue inaugurada en 1970 como una muestra de sus esfuerzos. […] En 1963, mujeres estudiantes recibieron por primera vez diplomas de Harvard, y para 1970 Harvard y Radcliffe habían unido sus ceremonias de graduación.
A pesar de la oposición verbal de muchos estudiantes tanto de Radcliffe como de Harvard, a finales de los 60 Bunting comenzaba a sentir que la fusión de ambas instituciones debería y podría ser alcanzada. Bunting y el presidente de Harvard Nathan Pusey comenzaron con entusiasmo una serie de discusiones, pero Bunting no alcanzaría su objetivo. El directorio de Radcliffe insistió en avanzar en forma paulatina hacia la consolidación de las dos instituciones, y el alumnado de Radcliffe expresó su preocupación temiendo que una fusión irrevocable dejaría a Radcliffe sin la flexibilidad para responder rápidamente a las nociones cambiantes acerca del lugar de las mujeres en la educación superior.
¿Era tal vez el vasto movimiento nacional a favor de la educación mixta sólo una tendencia pasajera? En 1971, estas restricciones produjeron el curioso grupo de acuerdos que fueron conocidos como la “ fusión no fusionada”, un acuerdo entre Harvard y Radcliffe que colocaba a la vida residencial de las mujeres bajo la dirección de Harvard, los empleados de Radcliffe sujetos al personal de esa administración y la mayoría de los ingresos de Radcliffe bajo el control de la Universidad.
Significativamente, la fuerza operante del presidente Pusey decidió aconsejarlo acerca de la fusión enviando también recomendaciones que se extendían más allá de cuestiones de Radcliffe dirigidas a un papel más amplio de las mujeres en la Universidad. El reporte clamó por “ participación plena e igualitaria en la vida intelectual y social de la Universidad por parte de las mujeres en otros roles además de los de estudiantes –como miembros de la facultad, como alumnado y como miembros de los Consejos de Gobierno”. […]
El sentimiento creciente a favor de la igualdad de las mujeres tenía un impacto muy directo en Harvard y Radcliffe en los 70. Algunos de esos efectos fueron la respuesta a imperativos nacionales, tales como el pasaje de Title IX y la consecuente revolución de las mujeres en los deportes en todos los ámbitos. Para las estudiantes de Radcliffe, Title IX significaba una transformación casi completa de las oportunidades atléticas, incluyendo el acceso a los gimnasios y campos de deporte de Harvard, el entrenamiento profesional y una atmósfera mucho más competitiva para deportes universitarios. La igualdad tenía también otras implicancias.
El tamaño de Radcliffe había sido limitado por un acuerdo entre las dos instituciones, por lo tanto la proporción de estudiantes a comienzos de la década del 70 era aproximadamente de cuatro estudiantes hombres por cada estudiante mujer. Esto significaba que, de hecho, era mucho más difícil ingresar a Radcliffe que a Harvard. A finales de los 50, Harvard estaba aceptando más del cuarenta por ciento de sus aspirantes, mientras Radcliffe sólo tomaba el dieciocho por ciento.
Las listas de los decanos reflejaba esta diferencia, con una proporción de estudiantes de Radcliffe, a comienzos de los 70, otra vez cercana a la mitad en proporción a los estudiantes de Harvard. El presidente Bok, que reemplazó a Nathan Pusey, y la presidenta Matina Horner, que sucedió a Mary Bunting a comienzos de los 70, reconocieron que esos cupos de mujeres representaban una forma de discriminación y contribuían a que el entorno estudiantil fuese dominado por los hombres a pura fuerza de números.
En 1972, Bok determinó que la proporción debería cambiar a 2,5 hombres por cada mujer, y, en 1975, las admisiones de Harvard y Radcliffe se fusionaron y adoptaron una política de acceso igualitaria para todos los postulantes sin importar el género. [...] Pero muchas estudiantes de los 80 y los comienzos de los 90 no tenían conexión alguna con Radcliffe, y hasta temían que tal identificación pudiera de algún modo colocarlas en el lugar de ciudadanas de segunda clase.
Hacia finales de los 90, de todos modos, la anomalía de un colegio que no tenía responsabilidad alguna en las actividades diarias de la vida estudiantil llevó a otra consideración de fusión.
Esta vez, cerca de treinta años después de la llamada “fusión no fusionada”, Harvard y Radcliffe se unirían finalmente, ratificando el hecho de la integración de hombres y mujeres en el cuerpo estudiantil. [...] ¿Qué significado tiene para ustedes toda esta historia que he contado en su carrera en Harvard? ¿Por qué pienso que es importante que conozcan el pasado de Radcliffe y la historia de las mujeres en Harvard? Quiero que piensen en ustedes como pioneros, aventureros en el comienzo de un tiempo de transformación, miembros de sólo la segunda clase en la cual las mujeres y los hombres recibieron el mismo formulario de admisión. Ingresan a una institución que ha establecido un compromiso con la igualdad de todos los miembros de la comunidad, sin importar el género; esta es una universidad que ha articulado su dedicación al éxito de cada estudiante, hombre o mujer.
Pero invoco el pasado hoy para recordarles que tales compromisos no están profundamente enraizados en la historia de Harvard, que requieren una transformación más que una extensión de la tradición y que tal transformación precisa trabajo y atención. Una institución que apenas un siglo atrás se definía así misma como una incubadora de virilidad está trabajando aún en cómo incorporar plenamente a las mujeres.