CULTURA
#RIPJKRowling

J.K. Rowling: escraches y provocaciones de género

La escritora británica J.K. Rowling, autora de la saga "Harry Potter", vuelve a estar en el ojo de la tormenta a escala global por sus definiciones del universo trans.

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En Vancouver, Canadá, un cartel publicitario con la leyenda “I love J.K. Rowling” fue atacado con pintura el sábado pasado y la empresa que alquiló el espacio decidió retirarlo | Cedoc Perfil

En la historia humana, los lugares del artista y el arte sufrieron cuestionamientos de todo tipo. Gestos plásticos y políticos que, por ejemplo, hace 91 años dieron a luz un cortometraje titulado Un perro andaluz, con guión de Luis Buñuel y Salvador Dalí. El mismo comienza con Buñuel sacando filo a una navaja, sale al balcón, contempla la luna llena mientras una nube alargada pasa frente a ella. Acto seguido, abre el ojo izquierdo de una mujer que mira a cámara y lo corta con la navaja. El impacto de esa imagen recobra su valor intrínseco cada vez que una obra comete un acto revulsivo en la época de su producción, incluso si cuestiona el mecanismo social que permite su existencia.

El mismo tono se puede encontrar en Las meninas de Velázquez, en la figura anamórfica de la calavera en la parte inferior de Los embajadores de Holbein, también en los monstruos imaginarios en El jardín de las delicias de El Bosco. Ejemplos existen por demás, pero en esta realidad supra invadida por miradas indiscretas, donde el individuo es un acto en soledad que toma carácter exponencial a través de Instagram (o en todas las redes sociales), ocurren manifestaciones llamativas no exentas de humor que reviven esa violencia sobre el órgano de la percepción. En este caso se combinan la “celebridad”, un medio como la radio y el sistema de ventas on-line.

La estrategia en el regreso de J.K. Rowling

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Pero antes de continuar con este caso, vale traer la materia sobre la que trata: la franquicia de los libros de la escritora británica J.K. Rowling. Ya en varias notas tratamos en esta sección los efectos de sus expresiones en Twitter sobre las comunidades trans y no binarias. Hace unas semanas la autora devolvió el premio Ripple of Hope, que en diciembre pasado le otorgara la organización Robert F Kennedy Human Rights, todo ello luego de que Kerry Kennedy la cuestionara por sus declaraciones en contra de esos colectivos. Pero esto ya salió del plano mediático para constituirse como represalias en lo real: en Vancouver, Canadá, un cartel publicitario con la leyenda “I love J.K. Rowling” fue atacado con pintura el sábado pasado y la empresa que alquiló el espacio decidió retirarlo. Algo parecido ocurrió con un cartel similar en Edimburgo, Escocia.

En una actitud desafiante, o aprovechando la sonoridad mediática del cuestionamiento, Rowling acaba de lanzar la quinta novela bajo el seudónimo Robert Galbraith: Troubled Blood (Tristeza de Sangre). En la misma el detective privado de esta serie policial, Cormoran Strike, investiga la desaparición de una mujer, basado en un suceso real de 1974 que quedó sin resolver y despertó las sospechas sobre un hombre travestido que pudo cometer el crimen. Rowling plantea un personaje “cis”, actualizando la variante de género, casi como provocación. Ya la segunda novela de esta serie, The Silkworm, recibió críticas porque a un personaje trans se lo retrataba como inestable y agresivo. En sí, entre ayer y hoy, fue trending topic en la red Twitter bajo el hashtag #RIPJKRowling, donde se desató una avalancha de indignación contra el uso de una elección sexual como emblema criminal. También los hay defensores sobre la libertad de expresión de un escritor y que en tal caso puede ser un “villano” cualquier persona. Si bien esto habilita un amplio debate sobre la cultura de cancelación, el linchamiento virtual, incluso el boicot contra un artista, la idea de Troubled Blood sobre un hombre que se viste de mujer para cometer un homicidio, ya fue filmada por Brian De Palma en 1980 con un título que hace más evidente la apropiación: Vestida para matar.

J.K. Rowling: del éxito de Harry Potter al rechazo editorial

Cuando Harry ya no es Harry.

Tal vez sea una coincidencia, pero hace una semana un influencer presentó como obras de arte su “intervención” sobre cada uno de los siete ejemplares que conforman la saga de Harry Potter de J.K. Rowling en nuestra lengua. La intervención consiste en una tarea manual que Santi Maratea -así se apoda el performer-, realizó sobre la tapa y cada una de las páginas de los siete libros: tachar la palabra Harry y reemplazarla por “concha”. Vale decir, son libros sobre Concha Potter. La presentación fue a través del programa de radio, o video, una mezcla, de la señal Vorterix, “Generación Perdida”. En la misma Maratea declara que quiere ser artista y con esto ingresa al campo del arte. Para realizar su intervención el sujeto se tomó una semana, ejemplar por ejemplar, tachando y escribiendo, en un trabajo de paciencia y obsesión. Una de sus conclusiones: el nombre Harry aparece demasiadas veces en la serie.

Más allá del chiste que puede plantearse entre amigos generacionales, nuestro artista (porque ya es eso, hagámonos cargo de lo real), puso en venta a $ 20.000 cada uno de esos ejemplares únicos intervenidos en un sitio web, bajo la leyenda: “Esta página es temporal como la realidad que armaste en tu cabeza”. Pero cuál es la sorpresa. Hoy, lunes al mediodía, cuando este cronista toma nota, ya vendió tres ejemplares, pero a $ 23.000 cada uno, vale decir que Maratea cotiza en alza. Y es un artista porque ya vendió $ 69.000 en menos de 7 días, ¿ya es un fenómeno de ventas? 

No es necesario defenderlo de todas las agresiones que sufre en esas mismas redes sociales que le facilitan la venta de su producto: los fanáticos de la saga de Harry Potter le han dejado mensajes temerarios. Incluso agitaron el fantasma de un futuro juicio por parte de la franquicia Rowling. De todas formas, vale detenerse en este rescate del ejemplar único que los bibliófilos veneran cuando existe dedicatoria del autor con firma (es histórica la circulación de primeras ediciones de libros de Borges con firmas y dedicatorias apócrifas); aquí la obra es la tachadura y el reemplazo, en otra obra que ya es única porque lo tachado es el gesto de autor impreso, multiplicado, comercializado por la autora J.K. Rowling. Y tachado con la palabra que designa a la genitalidad desde su “posición como mujer”, argumento que utilizó para enfrentarse a los colectivos trans y no binarios. Carácter simbólico que aún sigue escandalizando desde 1866, se trata de la pintura El origen del mundo de Gustave Courbet: tomen el tiempo cuánto tarda Facebook en eliminar la publicación de una imagen de esta obra, si se atreven a postearla…
Ahora bien, el malentendido con las palabras también tiende al humor. Por caso, concha tiene otras variantes, como Víctor García de la Concha, quien fuera director del Instituto Cervantes y de la Real Academia Española (1998 – 2010), actualmente director honorario de la misma. Y si vamos a buscar un anclaje humorístico memorable, vale traer la intervención de Roberto Fontanarrosa en el Congreso Internacional de la Lengua Española realizado en Rosario (2004), donde reflexionó respecto a las malas palabras: “La pregunta que me hago es, ¿por qué son malas las malas palabras? O sea, ¿quién las define? ¿Por qué? ¿Qué actitud tienen las malas palabras? ¿Le pegan a las otras palabras? ¿Son malas porque son de mala calidad? ¿O sea, que cuando uno las pronuncia se deterioran y se dejan de usar? ¿Tienen actitudes reñidas con la moral? Sí, obviamente. Pero, no sé quién las define como malas palabras. Tal vez sean como esos villanos de las viejas películas que nosotros veíamos: al principio eran buenos, pero la sociedad los hizo malos. Tal vez nosotros, al marginarlas, las hemos derivado en palabras malas.”

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Pero esto dice mucho más sobre el carácter del objeto en el mercado del arte. Ya Federico Manuel Peralta Ramos había definido en la televisión argentina: “el sujeto es el objeto”. Un visionario en un medio de masas que rompía con la sacralidad de la pantalla ideal de la familia argentina. Algo que ya había perpetrado Omar Viñole con su vaca holando, en un suceso público donde el dúo conjeturaba tanto el acto del arte como el literario. Al respecto, recomiendo la lectura del reciente libro Omar Viñole, antiescritor y antifilósofo de Luciano Garcia (Ediciones del Trinche, Rosario). Pero es atinente rescatar, como especie de cita al pie de una predicción literaria, el comienzo de La causa justa de Osvaldo Lamborghini. Allí asomaba este tipo de irreverencia, de ejercicio de reemplazo: “En la biblioteca inembargable de un linotipista erudito, no tan viejo pero al borde de la muerte (un nombre con varias pronunciaciones –Luis Antonio Sullo-, infatigable en su lucha para que los libros dijeran lo que alguna vez susurraron: no leía jamás, pero sus subrayados eran perfectos. Lo que alguna vez quisieron decir, y lo dijeron, mucho mejor que sus rayas debajo de las letras, lo que querrán decir alguna vez –no se los ve muy apurados- aquí, aquí el presente) al borde de su última herejía, porque así mueren los histéricos, antes llamados posesos, de cáncer a los 56 años: Buenos Aires, aquí el presente.”

Vende como artista el que tacha y reemplaza (como una forma de subrayado), de manera muy prolija, casi perfecta. Y ése que lo hace, especie de artista del hambre kafkiano, tampoco leyó: Buenos Aires, aquí el presente.